“Nunca he escrito creyendo hacerlo. Nunca he amado creyendo amar, nunca
he hecho nada sino esperar ante una puerta cerrada”, Duras.
A cien años de su nacimiento.
Esa escritura intimista de
Duras, esa búsqueda continua de una femineidad a la que indaga como en
estado hipnótico. El poético impudor de su escritura hecha de
sugerencias, murmullos, frases cortas indispensables. “El amante” – su
novela más leída- es la historia de amor entre una adolescente blanca y
un hombre chino. Sucede en Saigón, en tiempos de la Indochina francesa.
Una historia de sensualidades, iniciaciones afortunadas y placeres
transgresores. Esos encuentros secretos tan logrados en la película de
Jacques Annaud.
La adolescente mantiene relaciones con un
hombre mayor, el título del libro podría hacernos pensar que ese
hombre, es el centro de la historia. Pero el único amante que le era
posible concebir a la adolescente–no con el cuerpo, sino con su entera
inversión emocional- no era ese hombre oriental de mano mágicas, que
nos dejó suspirando a todas; el amante de Marguerite adolescente era su
clan. Lo escribe en este libro: “Estoy aún en esta familia, es allí
donde habito en exclusión de cualquier otro espacio”, como lo había
ya escrito treinta años antes en “Una barrera contra el Pacífico”.
La verdadera caricia anhelada, indispensable para Marguerite, dormía
en las manos de la madre. La madre absorta, ahogada en su desgracia,
extraviada en su obsesión por su hijo mayor. El amante chino intentó
hacerse amar por esa adolescente aparentemente libre, que atravesaba
sola el Mekong, con su vestido de seda raída y un sombrero masculino.
Pero la adolescente del sombrero vivía atrapada. No
por las convenciones del mundito de extranjeros habitantes de Saigón,
al que los Donnadieu pertenecían porque eran europeos, pero en el cual
no tenían lugar, “eran pobres y huérfanos de padre”. La prisión de
Marguerite era esa demanda totalitaria de amor que encerraba a la
familia Donnadieu por imposición de la madre. Salvajes, dolidos,
aislados del mundo, flotando en un barco siempre al borde del
naufragio. Fascinados los unos por los otros. Hipnotizados por el hecho
mismo de ese vivir al borde de la antepenúltima desgracia, que definía
la única forma de amar que conocían.
La gran historia de amor de Duras por su madre la
escribió en “Una barrera contra el Pacífico”: cuando no se deprime, la
madre sueña, decide comprar tierras para sembrar arroz. De las mejores
junto al Pacífico. En esta aventura invierte veinte años de ahorros.
Siembran. Durante la temporada de lluvias el agua del Pacífico se traga
los sueños. La engañó la administración francesa vendiéndole tierras
incultivables. Marie desesperada, intenta contruir barreras que
detengan al mar.
El torrente regresa cada vez.
Marie aúlla de dolor y de ira. En la narración de esta lucha entre su
madre y el océano, Duras crea el más maravilloso homenaje a una madre
desquiciada. En francés, la madre y el mar (la mère y la mer) se
pronuncian igual. El mar inundaba las tierras de la madre, y Marie
inundaba, con su desesperanza absoluta, los territorios de vida
y escritura de su hija. Marguerite la detesta y la compadece. La admira
y la desdeña. La “desgracia” queda sellada para siempre. “La familia de
patanes blancos no tiene derecho a la esperanza”. La madre se paseó por
años con la escritura del catastro guardada en su bolsa remendada. Era
jefa de una banda de seres sufrientes, y no les permitía olvidarlo.
“El amante”
nace de un proyecto de Jean, hijo de Duras: un álbum que narre en fotos
la vida de su madre. Marguerite escribe el prólogo, mira las
fotografías y descubre que falta una. Esa que nadie tomó, la de la
adolescente de quince años que atraviesa el Mekong en 1930. Esa foto a
la que llamó “la imagen absoluta”. Cuando presenta su “prólogo” , le
sugieren que escriba una novela. Duras retoma los personajes de “Una
barrera contra el Pacífico”. Escribió “El amante” en tres
meses, ganó el Goncourt, en menos de un mes se agotaron cien mil
ejemplares. Al momento de la publicación, Duras dijo: “Es una obra de
ficción”, después cambió. En “Apostrophes” de Bernard Pivot, confirmó
la autenticidad de la historia:
“Nada en ‘El amante’ es inventado, ni
siquiera una coma”. Surgieron investigadores espontáneos: El chino se
llamaba Huynh Thoai Le. Paris-Match publicó su foto. El cineasta Annaud
llegó al extremo de encontrar su tumba.
“El ha eclipsado
a los otros amores de mi vida, los amores declarados y aún los
desposados, él tiene algo de inagotable en la emoción”, contaba Duras,
ante el asombro de quienes la frecuentaron por años. “Ni sus maridos,
ni sus amantes, ni sus amigos, la escucharon hablar antes de ese gran
amor de su vida”, escribió F. Lebelley.
Si bien la
adolescente se “deshonraba” porque tenía un amante chino, los Donnadieu
tenían problemas prácticos que resolver. En “El amante”, como “En una
barrera…” el clan decide que Marguerite tiene un precio. El chino
acepta. Marguerite se siente a la vez halagada y usada. Sólo muchos
años después percibirá la verdadera densidad de su humillación. Adler
escribe en su biografía de Duras: “Con ‘El amante’ Marguerite se vengó.
De una historia siniestra hizo un cuento erótico”.
“De pronto no se
qué he evitado decir, qué he dicho, creo haber hablado del amor que le
portábamos a nuestra madre, pero no se si he dicho el odio que también
le portábamos, y el amor que nos teníamos los unos a los otros, y el
odio también, terrible, en esta historia común de ruina y de muerte que
era la de nuestra familia”. Me atrapa la frase de O. Mannoni: “La
escritura es el deseo imposible de escribir sobre el deseo imposible”.
En imposibles, Marguerite es una experta, sabe extraerle a la lengua,
sus palabras más exactas. Sus obsesiones son su madre, el amor, esos
dos personajes femeninos que atraviesan su obra: la mendiga y la
aristócrata.
“Nuestra madre no
previó eso en lo que nos convertimos a partir del espectáculo de su
desesperación”. El placer fue el primer punto de ruptura entre
Marguerite y su madre. El segundo fue la escritura. En medio existió o
no, un amante chino. Duras: “Todo amor, toda pasión… aunque extranjera
al incesto, tiende a eso, a la reconstrucción, al reencuentro de ese
bien original, que es un bien absoluto”.
A la
Muerte de Duras, Adler, consultó documentos inéditos, existe un diario
no fechado, escrito según los analistas durante la guerra. Duras
escribió la historia del encuentro con el amante a quien llama Léo:
“Tenía una Léon Bollée de 9 mil piastras… pensé que así podía codearme
con las hijas de los altos funcionarios de Indochina…desgraciadamente
Léo era anamita…Desde que conocimos el monto de su fortuna se decidió
que atendría que pagar … si la capacidad de avergonzarse tuviera un
punto de agotamiento, yo la hubiera agotado con Léo”. Recuerdo cuando
en “El amante”, la adolescente mira a su compañero y percibe en él: “Un
estado de amor abominable”. El dinero que la hija recibe se lo entrega
a la madre.
Marguerite
llegó a París a estudiar Derecho a los 18 años. Sola. Muchos años
después su madre regresó a Francia. “Era demasiado tarde para re-
encontrarse”, afirmó Duras en una entrevista. “Ya no la quería” y
termina con esta frase: “Sucedió de pronto… así, como se desama a un
amante”.
@Marteresapriego
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