Una idea atraviesa toda su argumentación.
La necesidad del diálogo entre las culturas: la interculturalización, que -subraya- es algo muy distinto al multiculturalismo
Bogota,
10 jul. 14. AmecoPress/Voces de la Bahía.- En un hecho considerado
histórico en la Rama Judicial colombiana, la indígena de la etnia
arhuaca, la abogada Belkis Florentina Izquierdo ocupará el cargo de
magistrada auxiliar en la sala administrativa del Consejo Superior de
la Judicatura.
La
abogada se posesionó en dos ceremonias. Una en la que el magistrado
Néstor Raúl Correa le tomó juramento y firmó un acta de posesión y otra
en presencia de su familia en medio de una ceremonia tradicional.
Izquierdo
estudió su bachillerato en la Sierra Nevada de Santa Marta y Derecho en
la Universidad Nacional de Colombia, de donde se graduó hace 14 años.
Tiene 39 años de edad y es conocida en su comunidad como “Ati
Seiquinda”.
Antes, se
desempeñó antes como funcionaria de la Dirección de Asuntos Indígenas
del Ministerio del Interior, entre otros cargos en el gobierno, además
de liderar siempre temas en beneficio de los pueblos indígenas.
La arhuaca que llega a las altas cortes
En su flamante
cubículo del Palacio de la Justicia, en Bogotá, llama la atención su
atuendo tradicional: un vestido blanco de tela liviana y mangas cortas,
finamente bordado con hilos de colores, adornado con un collar y una
pequeña flor de perlas, de varios colores. Lleva suelto el cabello. Es
un día lluvioso, pero ella dice que en la Sierra Nevada de Santa Marta
siempre salen así, incluso cuando hace frío.
Habla rápido,
con voz fina pero firme, y no podría ser más clara. Una idea atraviesa
toda su argumentación: la necesidad del diálogo entre las culturas.
Ella lo llama interculturalización, que –subraya– es algo muy distinto
al multiculturalismo.
Este último,
según ella, acepta las diferencias culturales, pero se queda allí. El
resultado es coexistencia, no una convivencia verdadera, sin
aprendizajes mutuos.
La
interculturalización, en cambio, es “reconocer que somos diversos, con
diferentes modos de entender la vida, pero con valores en común y
apuestas sobre cómo mejorar la sociedad”. En resumen, se trata de
construir un mundo mejor a partir de lo valioso que puedan aportar las
distintas culturas, en una búsqueda común de soluciones.
Este concepto
podría ser de gran valor, por ejemplo, en la protección del ambiente,
dice Izquierdo. “Los pueblos ancestrales podemos aportar una gran
claridad sobre esos sitios que no se deben explotar porque son garantía
de vida para todos –anota–. Los seres humanos tenemos la
responsabilidad de trabajar por el equilibrio del planeta, y los
principios de los pueblos ancestrales son principios universales de
vida. Valdría la pena reconsiderarlos desde la perspectiva de la
sociedad capitalista occidental”.
Pero eso sigue
siendo solo un ideal. “Hay una invisibilidad epistémica en virtud de la
cual se valora un tipo de conocimiento y se desconocen otros”, lamenta.
Muchas veces, agrega, se escucha la postura indígena, se la reconoce
con palabras, pero muy pocas veces se le permite imponerse sobre otras.
“Así no puede haber un diálogo horizontal”, concluye.
Su misión en
el Consejo Superior de la Judicatura es precisamente trabajar para que
eso cambie. Por eso, una de las tareas de su despacho es la
coordinación entre jurisdicciones especiales, como la indígena, y la
justicia occidental.
A Izquierdo,
abogada de la Nacional –se graduó en el 2000–, le gusta basarse en la
Constitución Política, sobre todo en el artículo séptimo. “Allí
Colombia se reconoce como país multiétnico y pluricultural, y se dice
que hay que proteger esta diversidad. Toda la institucionalidad del
Estado debe comprender este principio orientador”, sentencia.
En
consecuencia, los pueblos indígenas pueden tener sus propios sistemas
jurídicos, que coexisten con el estatal. “No es que uno sea mejor o
peor. Hay que buscar una verdadera cooperación, y, sobre todo, una
justicia realmente transformadora”, opina la magistrada.
Para los
arhuacos, un buen sistema judicial debe guiarse por principios
diferentes a los que rigen en Occidente. Ellos buscan una justicia que
recomponga la armonía entre el ser humano, su comunidad y el mundo; que
no estigmatice a la persona que cometió un crimen, y que no vea al
individuo como el único responsable del delito. “Para encontrar la
causa de la desarmonización miramos el contexto”, explica.
Y en ese
proceso, la familia es fundamental. La togada da un ejemplo: hace unos
años, recién salida de la universidad, un joven de su comunidad cometió
un hurto. Entonces, se hizo un interrogatorio abierto al chico y a sus
parientes, en el que participaron los miembros de la comunidad que
quisieron asistir. Le preguntaron al joven cuándo fue la primera vez
que vio a alguien robar y resultó que había sido un familiar.
Para ella, la
justicia trasciende lo penal, así como la salud va más allá de no estar
enfermo. En ese sentido, sostiene, para lograr la armonía anhelada
habría que luchar contra la inequidad: “Todos los seres humanos
deberíamos tener unas condiciones mínimas para vivir bien. El
desequilibrio de que tú puedas estar en la gran abundancia mientras
otros están muriendo de hambre no es justicia. Trasladar este principio
a la política pública sería un aporte muy grande que podríamos hacer
los indígenas”.
Sin embargo,
reconoce que Occidente también puede aportar cosas importantes. Las
tecnologías de la comunicación, o medicinales, por ejemplo. “No vamos a
desconocer el valor de una radiografía”. Pero siempre vuelve a la otra
cara de la moneda: la necesidad de que los pueblos indígenas sean
respetados con sus propios valores.
Una meta lleva a otra
Izquierdo
siempre tuvo clara su meta: ser abogada. La otra opción era casarse
joven, pero eso no era para ella. Sin embargo, le costó adaptarse a la
universidad. “Nosotros venimos de un nivel académico que no es de los
mejores (sin computadores ni libros actualizados, y con algunos
maestros de bajo nivel). Por ejemplo, no nos enseñaron a redactar bien
ni largo. Por ello, cuando uno ingresa a la facultad, tiene que hacer
el doble de esfuerzo”, admite.
Hoy, agradece
la ayuda de varias personas que ha encontrado en el camino. Por
ejemplo, las compañeras que siempre la llamaban para estudiar juntas. O
su esposo, un indígena del pueblo inga, del Putumayo, que siempre la
apoyó. “Si no hubiera sido así, yo no hubiera logrado salir”, afirma.
Y está
especialmente agradecida con su jefe, Néstor Raúl Correa, de la Sala
Administrativa. “Cualquier otro magistrado pudo haber nombrado a una
indígena, pero no lo hicieron. Él sí, y siempre me insiste en que
aporte mi enfoque de mujer, de derechos humanos y de indígena”,
subraya.
Su próxima
meta es trabajar por la interculturalización en las universidades, para
que los líderes del futuro aprendan la necesidad del diálogo y
entiendan mejor los planteamientos indígenas. “Nos abren la
universidad, pero solo para que aprendamos todo el conocimiento de
afuera. No hay espacios para hacer una reflexión sobre los valores
propios”, lamenta.
Fotos: Archivo AmecoPress.
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