A nadie le gusta que se suban a La Bestia, comenta Martha Sánchez, del Movimiento Migrante Mesoamericano, pero si se contrasta con las otras opciones, en autobús o caminando, éstas son igualmente de peligrosas.
Carolina Bedoya monsalve
fotografías: Elizabeth Ruiz
fotografías: Elizabeth Ruiz
Ciudad de México. La prohibiciónde utilizar el tren de carga conocido como La Bestia,
como medio de transporte de miles de migrantes que recorren el país con
destino a Estados Unidos, debe de ir acompañada de otras alternativas
que permita un digno tránsito, pues de lo contrario sólo agudizaran la
emergencia actual, advierte Marta Sánchez Soler, del Movimiento
Migrante Mesoamericano (MMM).
Jerry
Hernández, migrante hondureño de 16 años, no sueña con ir a Estados
Unidos, dice que no le interesa el dinero, que sólo quiere un lugar
tranquilo para vivir junto con su padre y su hermano, jugar con sus
amigos y poder estudiar; Jerry piensa que está bien que ya no se pueda
viajar en La Bestia, porque “ahí muere mucha gente, yo me
subí porque no tenía dinero para pagar un autobús, pero si van a
prohibir eso, entonces deben dejar que los migrantes nos subamos a los
autobuses y que migración no nos retenga; de esa manera sí estamos de
acuerdo. Ahorita, como están las cosas, el tren también ayuda a que la
policía y las pandillas ganen dinero con nosotros y que transporten
droga”.
“Aún no se sabe cuándo van a
implementar todas estas políticas, pero las están haciendo de manera
muy acelerada. Lo trágico es que usan eufemismos para disfrazar lo que
está pasando. Ahora, en vez de decir que detuvieron a tantos migrantes,
dicen que rescataron a tantos migrantes, y la realidad es que los están
deteniendo y deportando”, manifiesta Martha Sánchez.
Esvin
Mendoza es un guatemalteco de 31 años de edad, sabe que subirse al tren
representa grandes peligros, desde extorsiones, violaciones,
intimidaciones, hasta la muerte: “uno viaja en La Bestia,
porque es la mejor manera de atravesar Estados Unidos, porque es más
difícil que te agarre la policía ahí”, y expresa que a pesar de
escuchar cientos de historias sobre el tren, nunca se llegó a imaginar
lo que realmente se vive ahí.
“Yo
iba con una playera, un pantalón y unas chanclas, era de noche, hacía
mucho frio. Arriba del tren, hasta piensas en la rama que te puede
tirar”, dice Esvin Mendoza, a quien golpearon con una pistola en la
cabeza por no querer pagar el viaje y lo arrojaron del tren.
A nadie le gusta que se suban a La Bestia,
comenta Martha Sánchez, pero si se contrasta con las otras opciones, en
autobús o caminando, éstas son igualmente de peligrosas.
La gente que viaja en autobuses es la que en muchos casos ha contratado polleros,
personas encargadas de llevarlos desde el sur de México, hasta la
frontera del lado de Estados Unidos. Sánchez Soler indica que pueden
cobrar desde tres mil a diez mil dólares y se suben ahí porque los
protegen: “en todos los retenes migratorios no pasa nada porque los polleros les pagan a los policías. Los guatemaltecos tienen un sistema muy organizado, donde los polleros
no son parte del crimen organizado, aunque le peguen derecho de piso a
éstos; pero el autobús no es una opción porque tampoco está
regularizado”.
Para algunos es incluso mejor caminar que tener que sufrir todo lo que se vive arriba de La Bestia,
señala Jerry, a quien arrojaron del tren porque no tuvo dinero para
pagarle al crimen organizado. Miguel Hernández es su padre y él también
prefiere caminar, como ya una vez lo hizo durante 28 días: “para mi
viajar en La Bestia es un infierno, uno hasta tiene que saber
dónde se tiene que tirar cuando ya te han quitado todo tu dinero y no
tienes con que pagar”.
Unas leyes que agudizan el problema
El
discurso actual del gobierno es la supuesta protección a los migrantes,
explica Sánchez Soler, pero si fuera así ellos buscarían un permiso
para que los centroamericanos puedan transitar por otros lados, “todas
estas supuestas medidas del gobierno son sólo en respuesta a la crisis
humanitaria que Estados Unidos está viviendo con la llegada de los
niños migrantes no acompañados”.
Jerry
lleva cinco meses recorriendo México para llegar a Estados Unidos. El
migró desde Honduras junto con su padre y hermano, y cuenta que en
Guatemala los detuvo la policía más de quince veces y cada vez les
cobraban aproximadamente 170 pesos a cada uno para que los dejaran
seguir su camino.
La migración
mexicana lo golpeó en repetidas ocasiones y en muchas de ellas tuvo que
tirarse a los barrancos, pues “yo prefiero los golpes por la caída de La Bestia que los golpes que te da la policía”, expresa Hernández.
En
el trayecto tuvieron que caminar muchas veces, porque no podían pagarle
al crimen organizado, y fueron días enteros sin agua y sin comida. “En
el camino te debes de cuidar de todos, porque todos nos ven como los
enemigos: policía, pandillas, los mismos del tren y el gobierno”,
sentencia el joven migrante.
Hace
unos días el gobierno anunció que se van a utilizar recursos del Plan
Mérida para financiar las deportaciones, pero “siempre esa iniciativa
ha sido un plan encubierto de control de migración, ahora lo dicen
abiertamente y todo tiene que ver con ayudar a Estados Unidos a
controlar el ingreso de migrantes a su país”.
México
ha invertido mucho dinero en contener la migración, explica Martha
Sánchez, pero la migración es incontenible porque existen condiciones
de violencia y desigualdad social que hacen que la gente tenga que irse
de sus países de origen, porque no tienen más opciones. Los migrantes
“saben que es peligroso, pero ven una luz de esperanza en Estados
Unidos que en Centroamérica no existe, por eso el gobierno no puede
contener lo incontenible”, advierte.
Miguel
Hernández lleva migrando a Estados Unidos desde hace cuarenta años.
Para él no hay duda de que la policía federal está vinculada con los
maleantes en La Bestia. “A mí un policía me cobró 100 dólares
por moverme de una estación a otra, y ahora si ya no nos dejan subir al
tren la situación se va a empeorar”.
El
gobierno de Estados Unidos informó que de los cincuenta mil niños que
habían deportado, el 96 por ciento están en sus hogares con los padres,
pero, señala Sánchez Soler, “yo no creo que el cuatro por ciento de
cincuenta mil tenga a Estados Unidos al borde de una crisis
humanitaria. Todo es una farsa. Esto tiene que ver con aspectos
políticos, con la reforma migratoria, con aspectos electorales y ahora
mucho más con los migrantes pidiendo asilo humanitario, porque esto
implica que deben de atenderlos y esperar a que un juez resuelva su
situación legal”.
Para la
representante del Movimiento Migrante Mesoamericano, hablar de
migrantes en este momento es invisibilizar las razones que llevan a un
centroamericano a desplazarse a Estados Unidos. En estos momentos,
dice, “yo creo que habría que hablar más bien de refugiados, porque el
fenómeno que vemos es de una expulsión forzada de sus territorios, que
incluso ya lo está solicitando la Organización de las Naciones Unidas
(ONU). México y Estados Unidos deben de darles la categoría de refugio
y permitirles el tránsito y la estadía”.
Miguel
junto con sus dos hijos solicitan al gobierno mexicano una visa
temporal, pues realmente ellos no quieren ir a Estados Unidos, lo único
que desean es no tener que regresar a Honduras, después de la muerte de
su hermano y de haberse escondido en la selva, durante dos años, de
las pandillas de ahí los amenazaban para obligarlos a unirse a sus
filas. Han pasado dos meses y con los pasaportes de sus hijos y la
carta de defunción de su otro hijo, Miguel espera que el gobierno le
permita refugiarse aquí y que sus hijos puedan seguir estudiando.
“Yo
en Honduras estudiaba, cuando iba al colegio llegaron los pandilleros y
me dijeron que me uniera a ellos. El día que les dije que no, casi me
matan a golpes, pero me logré escapar. Ellos me persiguieron hasta mi
casa y me dieron dos horas para que les diera una respuesta y si no me
mataban. Yo no salía a la calle, mi padre tenía que dejarme en la
escuela, pero preferí arriesgarme a viajar a Estados Unidos antes que
unirme a ellos”, rememora Jerry, quien también se dedicaba a arreglar
teléfonos, recolectar café, cortar chiles y plátanos desde los doce
años. Su padre es electricista, pero Los Maras le cobraban mucho por su
negocio y lo tuvo que dejar.
La violencia me expulsa
El
nuevo gobierno en Honduras prometió que iba a poner más militares en la
calle para combatir la violencia, “y sí, hay más militares, pero la
cosa está peor; es un gobierno corrupto y ladrón, además le subió los
precios a todo, menos a los salarios”, lamenta Jerry.
En
Guatemala el panorama es similar, explica Esvin Mendoza, pues hay mucha
violencia por el crimen organizado y por el mismo gobierno, “si
protestas el gobierno va y te reprime, porque el gobierno ayuda a que
el país sea cada vez más violento”.
La
situación de los migrantes está a punto de estallar, advierte Sánchez
Soler y en lugar de tomar medidas que le bajen el nivel de emergencia,
lo que van a generar es una situación peor. “El gobierno está jugando
con la vida de miles y miles de personas que transitan a diario por
México y parece importarle muy poco”.
Cuando
había una migración circular, es decir, cuando la gente se iba a
trabajar a Estados Unidos por unos meses y regresaban a sus casas,
invertían su dinero y se volvían a ir, explica Sánchez, eso hacía que
las familias no se desintegraran y que la migración indocumentada no
aumentara, pero todas estas leyes terribles hacen que la gente no pueda
regresar a sus casas.
Es el caso de
Miguel, que viajó durante casi veinte años a Estados Unidos, sólo a
trabajar para llevar algo de dinero a su familia y poder poner su
negocio de panadería o electricidad, “antes transitar no era tan
complicado, no era como ahora, ya la gente se va para el norte y pueden
pasar más de diez o veinte años y no regresan, porque es muy difícil
hacerlo”.
Migrantes, los invisibles
“Los
migrantes no tienen a donde ir, los deportan, en otros lugares no los
quieren y en sus países de origen no se pueden quedar”, concluye Martha
Sánchez y añade que si las políticas continúan así, pronto explotará el
problema y será peor.
Para los
gobiernos de Guatemala, México y Honduras, los migrantes no existen,
“existimos en el momento que llegamos a Estados Unidos y mandamos
remesas, existimos cuando nosotros pagamos los sueldos de los políticos
y hasta de los embajadores con nuestros impuestos”, reclama Esvin
Mendoza.
El sueño americano “es
nuestra herencia, es una cadena, porque nuestras familias están allá y
nosotros debemos irnos si no queremos morirnos de hambre, no tenemos de
otra”, señala.
Miguel es claro: “el
gobierno no debe de prohibir nada, mucho menos si es parte de los que
generan el problema. Deben dejarnos transitar por el medio que hayamos
decidido viajar, por que en nada va a cambiar la prohibición, si sigue
la corrupción de la policía y el gobierno”.
“Solo les pido que no nos detenga, siempre vamos a migrar, y si es posible no hacerlo en La Bestia, sería mejor; pero que nos dejen transitar libremente”, finaliza Jerry Hernández.
21 de julio 2014
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