Zona de Reflexión
Por: Lucía Lagunes Huerta*
Cimacnoticias | México, DF.-
Hace algunos años, al estar con varias mujeres comentando sobre las estrategias que seguían como madres para acompañar la adolescencia de su prole, una de ellas afirmó: “Si hay alguna institución que es antidemocrática es la familia, así que cuando los argumentos se acaban, se aplica, porque lo mando yo”.
Cuando la lógica familiar –avalada socialmente– es que hay una jefatura, alguien que manda y los otros ¿obedecen?, efectivamente no hay democracia posible. Si a esto le sumamos la supremacía masculina y adultista, las cosas se complican un poco más.
Entonces, en esa lógica, todo lo que pertenece a la familia es propiedad de quien detenta el poder en esa familia, quien es el jefe o jefa de familia, y lo que este dueño haga con sus bienes es muy su asunto; digamos que así se resume esta lógica jerárquica y antidemocrática de la familia.
Por eso, durante años la violencia que se ejerce contra las mujeres se consideraba –aún hoy se considera para muchos– un asunto “privado” en el que nadie, mucho menos el Estado, debe meterse.
Años costó a las feministas de todo el mundo demostrar que ese asunto privado era público, pues atentaba contra la vida, la dignidad y la integridad de las mujeres; todos derechos que deben ser protegidos por el Estado.
Al visibilizar la violencia contra las mujeres dentro de las familias se demostró que efectivamente una de las instituciones más antidemocráticas eran-son las familias, y que por lo tanto para lograr garantizarle derechos a las mujeres y a todas las personas que integran esas familias, es necesario democratizarlas. Romper la lógica de pertenencia del jefe de familia sobre su prole.
Con el paso de los años la visión de democracia y de respeto de los Derechos Humanos dentro de las estructuras familiares ha dado paso para visibilizar el reconocimiento de los derechos de la infancia y las personas adultas mayores.
Que en nombre de la disciplina un padre o una madre golpeen con su mano u objeto a su hija e hijo es una práctica cotidiana tanto en la ciudad como en el campo en todos los niveles socioeconómicos, según revela el estudio “Atrás de la puerta que estoy educando”, de la organización civil Ririki Intervención Social.
El análisis revela que la concepción antidemocrática de las familias y el adultismo (las personas adultas sí sabemos que es lo “mejor” para la infancia) han generado tal permisibilidad que las propias niñas y niños están convencidos de que el maltrato se gana “por no portarse bien”, haciéndose responsables del maltrato físico, verbal o corporal, cuando no lo son.
Está tan convencida nuestra infancia de esto que pierden su carácter de víctimas y se disciplinan a la lógica antidemocrática de las familias. El jefe o la jefa mandan, ponen las reglas de convivencia e incluso dictan cuáles debe ser las muestras de afecto.
A tal grado es esta convicción, que ya siendo adultas las personas reproducen una y otra vez esta lógica familiar y social.
Por ello existen las frases “esto me duele más que a ti” cada que existe el castigo corporal, o “porque te quiero te pego, te celo, te controlo”. Porque el jefe de familia ha mandatado que así se muestra el amor, que es por su bien, que así se enseñan los límites, con mano firme.
Después de leer la larga entrevista que hace el analista Enrique Krauze a “Mamá Rosa” me queda claro que ella ejerció su poder como jefa de familia. Palabra tras palabra revela esta visión antidemocrática que fue puesta en práctica en el albergue “La Gran Familia” a lo largo de casi 70 años.
La jefa era “Mamá Rosa” y tal cual aprendió, replicó esta lógica antidemocrática de la familia. Una niña de 13 años convirtiéndose en madre, con el aval de sus padres, de la sociedad y del estado de Michoacán.
Una niña haciéndose cargo de otros niños. Siguiendo su mandato social como mujer-madre. A tal grado cumplió su mandato estereotipado, que incluso los adoptó y se convirtió en su madre legal a la luz de todo mundo.
Pero claro, como era una familia, lo que pasaba atrás de las puertas se convirtió en asunto privado hasta que el escándalo surgió, como ocurre en todos estos casos. ¿Si no, qué fue del albergue Casitas del Sur hasta hoy en la impunidad?
Y como en estos casos ocurre, el Estado se lava las manos y crucifica a las “madres”.
Cuántas niñas y niños más tendrán que pagar la antidemocracia de las familias y la negligencia del Estado, con albergues o sin ellos, en sus casas de origen, en los albergues privados y públicos, en las calles donde se busca eliminarlos porque se ven feo, ejerciendo todo el poder del Estado.
Más allá de querer encontrar un culpable y generar el espectáculo de la crucifixión y con ello lavarse las manos, hay que garantizar los derechos de la infancia y de “Mamá Rosa”, ambas víctimas del autoritarismo familiar y estatal.
Twitter: @lagunes28
*Periodista y feminista, directora general de CIMAC.
Foto: Parpadear
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