José Gil Olmos
MEXICO,
D.F. (apro).- Javier Lozano Alarcón siempre ha tratado de no ser
ordinario y nunca lo ha logrado. Su primer intento fue en el 2000,
cuando apenas en el PRI trataban de reaccionar a su derrota en la
contienda presidencial ante Vicente Fox.
Luego de pasar esos comicios y aprovechando el vacío de poder y el descontrol interno dentro de la dirigencia nacional priista, el ahora senador panista se colocó como secretario de Información de la directiva del partido en el que creció sólo para dejar de intentar ser ordinario.
Pero duró poco tiempo en ese puesto, en el que su función fue despedir de manera prepotente a los que estaban laborando en esa enorme oficina y apagar las luces del edificio que para entonces lucía más lúgubre que un salón de fiestas en las primeras horas del siguiente día de una mala celebración.
Durante la campaña del 2000, Javier Lozano había buscado un lugar para lucirse en el equipo de campaña de Francisco Labastida Ochoa, candidato del PRI a la Presidencia, encabezado por Emilio Gamboa, pero no lo logró porque no era bien visto por los demás, pues corría el rumor de que era un infiltrado del PAN y que le pasaba información al equipo de Fox Quesada.
Para entonces Lozano era candidato del PRI para una diputación federal por su natal Puebla, pero la derrota priista lo arrastró y se quedó sin cargo legislativo, por lo que se refugió por cinco años en su propia consultoría especializada en proyectos vinculados con la tecnología y regulación en materia de telecomunicaciones, manejo y estrategia de medios de comunicación, que, combinaba con su labor como representante del gobierno poblano en el Distrito Federal, aparte de desempeñarse como coordinador general de la Comisión de Transparencia en la Prestación de los Servicios Públicos del Estado de Puebla.
Una vez más tratando de sobresalir en el mundo de la política y la administración pública, en el 2005 renuncia al PRI donde hizo su carrera de funcionario en las secretarías de Hacienda, Comunicaciones, Gobernación y en Petróleos Mexicanos (Pemex), donde hizo los contactos necesarios para ponerlos al servicio de su nuevo partido, el PAN.
Con su perfil rijoso, vengativo y prepotente, Lozano Alarcón logró las simpatías de Felipe Calderón, pues en eso se parecían. Se metió al equipo calderonista y participó en el cambio que el michoacano debió hacer a su campaña, a los tres meses de haber arrancado, con el fin de alcanzar y rebasar a Andrés Manuel López Obrador, quien le llevaba una buena ventaja. También hizo el trabajo sucio.
En julio de 2007, cuando estalla el escándalo con el empresario Zhenli Ye Gon, acusado de traficar miles de toneladas de precursores de drogas sintéticas, se da a conocer que Javier Lozano había presionado al narcotraficante de origen chino amenazándolo con la famosa frase de “coopelas o cuello”, para que entregara parte de los 205 millones de dólares que le decomisaron para la campaña de Calderón en el 2006.
Lozano negó dichas acusaciones. Incluso, viajó a Estados Unidos, donde Ye Gon se encuentra preso, en espera de su extradición a México, con el único objeto de amenazarlo con una demanda, pero al final desistió y la historia de su trabajo sucio quedo consignada en los medios de comunicación.
Durante el gobierno calderonista, como titular de la Secretaría de Trabajo y Previsión Social, siguió haciendo el trabajo sucio. También fue el responsable de los conflictos con el sindicato minero, de la requisa de Luz y Fuerza del Centro (LFC), que generó el conflicto social con el Sindicato Mexicano de Electricistas (SME), así como de la quiebra de Mexicana de Aviación.
Por si fuera poco, en junio de 2007 se enfrascó en una guerra de declaraciones e intercambio de misivas con el jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard Casaubón, a quien le exigió aplicar la ley a los maestros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), quienes mantenían un plantón en el Zócalo capitalino.
Ya como aspirante al Senado, hizo su último trabajo sucio con el calderonismo: fue el encargado de fijar la posición del PAN frente a las declaraciones del expresidente Vicente Fox, quien abiertamente pidió el voto de los mexicanos para el priista Enrique Peña Nieto.
En un comunicado, calificó de “miope” a Fox por hablar de déficit de empleos sin considerar la crisis internacional; “irresponsable”, por pedir que se legalizaran las drogas sin considerar el “envenenamiento” en almas y cuerpos que ello provocaría; “injusto”, al decir que con Calderón Hinojosa regresó la pobreza; “torpe”, al sostener que la alternancia implica que después de dos gobiernos el partido en el poder se haga a un lado, e “ingrato” por no defender la permanencia del PAN en la administración federal. Otros de sus adjetivos fueron: “cínico”, “cobarde”, “miserable”, “convenenciero” y “porro” de Peña Nieto.
Apodado desde entonces como “el virulento Lozano”, el político poblano también se lanzó contra el dueño y presidente de MVS, Joaquín Vargas, al amenazarlo en febrero de 2011 con “olvidarse” y mandar “a la chingada” el proyecto de la banda 2.5 Gigahertz si recontrataba a la periodista Carmen Aristegui, quien días antes había lanzado una interrogante sobre el supuesto alcoholismo de Calderón.
Luchando siempre para pasar como un político ordinario, hoy nuevamente hizo el trabajo sucio, pero ahora para las televisoras, pues se encargó de elaborar el proyecto de telecomunicaciones y las reformas
secundarias que benefician a los grandes corporativos como Televisa y TV Azteca, quitándoles la etiqueta de “preponderancia”.
Y como legislador panista hizo el trabajo sucio al PRI de Peña Nieto. Como un político priista ordinario cabildeó con los poderes fácticos de los medios de comunicación, con sus compañeros de partido y con legisladores de otras fuerzas políticas, quienes al final sacaron la reforma de telecomunicaciones con las ventajas necesarias para las televisoras.
Javier Lozano, amante de la opera y la música clásica, regresó en los hechos a sus orígenes priistas:
desempeñar el trabajo sucio que nadie quiere hacer en el gobierno en turno, “subirse al ring” para pelear y burlarse de sus adversarios políticos. Todo para dejar de ser lo que nunca ha podido, un político ordinario, y quizá lanzarse en los próximos años como candidato a gobernador de Puebla como “premio” a sus favores.
Luego de pasar esos comicios y aprovechando el vacío de poder y el descontrol interno dentro de la dirigencia nacional priista, el ahora senador panista se colocó como secretario de Información de la directiva del partido en el que creció sólo para dejar de intentar ser ordinario.
Pero duró poco tiempo en ese puesto, en el que su función fue despedir de manera prepotente a los que estaban laborando en esa enorme oficina y apagar las luces del edificio que para entonces lucía más lúgubre que un salón de fiestas en las primeras horas del siguiente día de una mala celebración.
Durante la campaña del 2000, Javier Lozano había buscado un lugar para lucirse en el equipo de campaña de Francisco Labastida Ochoa, candidato del PRI a la Presidencia, encabezado por Emilio Gamboa, pero no lo logró porque no era bien visto por los demás, pues corría el rumor de que era un infiltrado del PAN y que le pasaba información al equipo de Fox Quesada.
Para entonces Lozano era candidato del PRI para una diputación federal por su natal Puebla, pero la derrota priista lo arrastró y se quedó sin cargo legislativo, por lo que se refugió por cinco años en su propia consultoría especializada en proyectos vinculados con la tecnología y regulación en materia de telecomunicaciones, manejo y estrategia de medios de comunicación, que, combinaba con su labor como representante del gobierno poblano en el Distrito Federal, aparte de desempeñarse como coordinador general de la Comisión de Transparencia en la Prestación de los Servicios Públicos del Estado de Puebla.
Una vez más tratando de sobresalir en el mundo de la política y la administración pública, en el 2005 renuncia al PRI donde hizo su carrera de funcionario en las secretarías de Hacienda, Comunicaciones, Gobernación y en Petróleos Mexicanos (Pemex), donde hizo los contactos necesarios para ponerlos al servicio de su nuevo partido, el PAN.
Con su perfil rijoso, vengativo y prepotente, Lozano Alarcón logró las simpatías de Felipe Calderón, pues en eso se parecían. Se metió al equipo calderonista y participó en el cambio que el michoacano debió hacer a su campaña, a los tres meses de haber arrancado, con el fin de alcanzar y rebasar a Andrés Manuel López Obrador, quien le llevaba una buena ventaja. También hizo el trabajo sucio.
En julio de 2007, cuando estalla el escándalo con el empresario Zhenli Ye Gon, acusado de traficar miles de toneladas de precursores de drogas sintéticas, se da a conocer que Javier Lozano había presionado al narcotraficante de origen chino amenazándolo con la famosa frase de “coopelas o cuello”, para que entregara parte de los 205 millones de dólares que le decomisaron para la campaña de Calderón en el 2006.
Lozano negó dichas acusaciones. Incluso, viajó a Estados Unidos, donde Ye Gon se encuentra preso, en espera de su extradición a México, con el único objeto de amenazarlo con una demanda, pero al final desistió y la historia de su trabajo sucio quedo consignada en los medios de comunicación.
Durante el gobierno calderonista, como titular de la Secretaría de Trabajo y Previsión Social, siguió haciendo el trabajo sucio. También fue el responsable de los conflictos con el sindicato minero, de la requisa de Luz y Fuerza del Centro (LFC), que generó el conflicto social con el Sindicato Mexicano de Electricistas (SME), así como de la quiebra de Mexicana de Aviación.
Por si fuera poco, en junio de 2007 se enfrascó en una guerra de declaraciones e intercambio de misivas con el jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard Casaubón, a quien le exigió aplicar la ley a los maestros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), quienes mantenían un plantón en el Zócalo capitalino.
Ya como aspirante al Senado, hizo su último trabajo sucio con el calderonismo: fue el encargado de fijar la posición del PAN frente a las declaraciones del expresidente Vicente Fox, quien abiertamente pidió el voto de los mexicanos para el priista Enrique Peña Nieto.
En un comunicado, calificó de “miope” a Fox por hablar de déficit de empleos sin considerar la crisis internacional; “irresponsable”, por pedir que se legalizaran las drogas sin considerar el “envenenamiento” en almas y cuerpos que ello provocaría; “injusto”, al decir que con Calderón Hinojosa regresó la pobreza; “torpe”, al sostener que la alternancia implica que después de dos gobiernos el partido en el poder se haga a un lado, e “ingrato” por no defender la permanencia del PAN en la administración federal. Otros de sus adjetivos fueron: “cínico”, “cobarde”, “miserable”, “convenenciero” y “porro” de Peña Nieto.
Apodado desde entonces como “el virulento Lozano”, el político poblano también se lanzó contra el dueño y presidente de MVS, Joaquín Vargas, al amenazarlo en febrero de 2011 con “olvidarse” y mandar “a la chingada” el proyecto de la banda 2.5 Gigahertz si recontrataba a la periodista Carmen Aristegui, quien días antes había lanzado una interrogante sobre el supuesto alcoholismo de Calderón.
Luchando siempre para pasar como un político ordinario, hoy nuevamente hizo el trabajo sucio, pero ahora para las televisoras, pues se encargó de elaborar el proyecto de telecomunicaciones y las reformas
secundarias que benefician a los grandes corporativos como Televisa y TV Azteca, quitándoles la etiqueta de “preponderancia”.
Y como legislador panista hizo el trabajo sucio al PRI de Peña Nieto. Como un político priista ordinario cabildeó con los poderes fácticos de los medios de comunicación, con sus compañeros de partido y con legisladores de otras fuerzas políticas, quienes al final sacaron la reforma de telecomunicaciones con las ventajas necesarias para las televisoras.
Javier Lozano, amante de la opera y la música clásica, regresó en los hechos a sus orígenes priistas:
desempeñar el trabajo sucio que nadie quiere hacer en el gobierno en turno, “subirse al ring” para pelear y burlarse de sus adversarios políticos. Todo para dejar de ser lo que nunca ha podido, un político ordinario, y quizá lanzarse en los próximos años como candidato a gobernador de Puebla como “premio” a sus favores.
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