Por Mariela Jara
“Hemos dado charlas sobre alimentación saludable a los colegios
porque en estos tiempos hemos olvidado lo que es comer sano y nutritivo y
todo lo vemos frituras y dulces, por eso hay desnutrición y obesidad”,
comentó a IPS una de estas mujeres, Rosa Rojas, quien posee un biohuerto
en la comunidad de Piedra de Toro.
Ella es una de las 25 productoras rurales capacitadas en técnicas agroecológicas por el no gubernamental Centro de la Mujer Peruana Flora Tristán.
Todas se dedican a la pequeña agricultura en los valles y alturas de
Morropón, una de las ocho provincias de la región, de la que Chulucanas
es su capital.
“Siento que contribuyo
al bienestar de mi familia y de mi comunidad, con las otras señoras
hacemos un trabajo constante para alejar de nuestras vidas la
desnutrición, la anemia, la obesidad porque eso origina otros males. Si
nos quedamos de brazos cruzados, ¿qué futuro vamos a tener?": Jacqueline
Sandoval.
El departamento de Piura fue golpeado por el fenómeno del Niño
costero entre diciembre del 2016 y mayo del 2017. Se trata de un evento
propio de los litorales de Ecuador y Perú, por un calentamiento anómalo
de las aguas del Pacífico oriental, en una de las forma en que se
expresa el fenómeno de El Niño Oscilación del Sur (Enos).
Durante ese periodo, las lluvias e inundaciones dejaron en su
territorio más de un millón de personas afectadas, otras 230.000
damnificadas y 1.200 hectáreas de cultivo destruidas, según el
gubernamental Sistema de Información Nacional para la Prevención y Atención de Desastres.
Rojas, de 53 años, recuerda que fueron meses terribles en que muchas
familias se vieron desmembradas con la partida de los padres o hermanos
mayores, forzados a migrar para obtener su sustento y el de quienes
dejaban atrás en sus comunidades.
“Las mujeres nos quedamos a cargo de la casa y de las parcelas con la
preocupación de cómo dar el alimento a nuestros hijos y nietos”, contó.
“Hemos tenido que comer nuestro frejol (como llaman en la zona al
frijol) que guardábamos para semilla y apoyándonos con las vecinas nos
hemos recuperado de a poco para poder volver a sembrar sobre la tierra
que había sido lavada por las lluvias”, rememoró.
A casi un año del paso del fenómeno climático, ella ha vuelto a
cosechar sus hortalizas, como cilantro, lechuga, zanahoria, beterraga
(remolacha), repollo, poro (porrum), tomate, ají amarillo y pepinillo,
todas producidas con abonos orgánicos elaborados por ella misma.
“Mi canasta familiar está enriquecida con estos frutos orgánicos
sanos y nutritivos. Mi comunidad está en un despertar de lo que es la
alimentación natural, estamos aprendiendo la importancia de comer
verduras diariamente y es lo que estamos compartiendo en los colegios
con los profesores, madres, padres y estudiantes”, refirió.
Yaqueline Sandoval, de 42 años, agricultora en la comunidad de
Algodonal, en el vecino distrito (municipio) de Santa Catalina de Mossa,
también está recuperándose de los estragos del Niño costero.
Cuenta que ha retomado el cultivo de su biohuerto, junto con su
familia, donde el producto estrella es el frijol caupi, conocido como
cabecita negra y al que llaman el “frijol de la esperanza” por su corto
periodo vegetativo.
“Sembramos y en 40 días ya estamos comiendo nuestro frejolito. Es una
planta muy generosa, nos alimenta y es semilla para el futuro porque se
adapta a diferentes condiciones y es muy fuerte, algo vital ahora que
enfrentamos el cambio climático”, relató a IPS.
Cambiando hábitos escolares
Este es uno de los insumos con los cuales las agricultoras pasaron a
elaboar lo que llaman “loncheras saludables”, los pequeños recipientes
donde portan los alimentos los estudiantes para comer en los colegios,
los centros públicos de enseñanza primaria y secundaria que están en los
cascos urbanos de los municipios.
En esas loncheras se incluyen unos fiambres elaborados con los
productos hortícolas, que reemplazan a lo que los escolares compraban en
los quioscos de los centros educativos, como galletas y chocolate,
bebidas azucaradas y otras golosinas procesadas industrialmente.
“Hacemos tortillas con verduras y nuestro frejol, preparamos refresco
de maracuyá (Passiflora edulis) y lo acompañamos con un plátano (banano
dulce)”, contó Sandoval sobre lo que ahora llevan los niños en sus
loncheras.
“Son frutos de nuestra tierra sanos y nutritivos, libres de químicos,
que alimentan y no dañan la salud”, expresó orgullosa sobre la
iniciativa que está desarrollando con otras madres de los escolares en
el local Colegio Horacio Zevallos.
Esta experiencia comenzó el año pasado con charlas en las aulas de
los cursos de secundaria, en las que orientaron al alumnado sobre los
beneficios de una alimentación saludable y los efectos negativos en su
cuerpo y salud de la llamada comida rápida o “chatarra”.
“Hubo tanto interés que este año en el curso de Ciencia, Tecnología y
Ambiente están haciendo prácticas en un pequeño huerto que han
dispuesto en el mismo colegio donde están sembrando lechuga, zanahoria y
otras hortalizas”, añadió.
Para esta agricultora, que se considera a sí misma luchadora y
emprendedora, la agroecología es una herramienta que le ha permitido
mejorar su relación con la naturaleza, aprovechar mejor sus suelos, agua
y semillas, y en consecuencia, su alimentación y salud.
“Siento que contribuyo al bienestar de mi familia y de mi comunidad,
con las otras señoras hacemos un trabajo constante para alejar de
nuestras vidas la desnutrición, la anemia, la obesidad porque eso
origina otros males. Si nos quedamos de brazos cruzados, ¿qué futuro
vamos a tener?”, reflexionó.
La preocupación de Sandoval tiene una razón muy fundamentada.
El gubernamental Observatorio de Nutrición y Estudio del Sobrepeso y Obesidad indica que más de 53 por ciento de la población peruana tiene exceso de grasa corporal y la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) sitúa al país como el tercero de América Latina con más sobrepeso y obesidad.
Por su parte la Organización Panamericana de la Salud
ha alertado que uno de cada cinco menores de 10 años, niñas y niños,
vive ya ese problema debido a la conjugación de factores como dietas
inadecuadas y escasa actividad física. Y en Piura, tres de cada 10
menores de cinco años sufre de anemia.
Alimentarse sano y nutritivo en una región rica en biodiversidad
podría parecer algo cotidiano, sin embargo es todavía un objetivo
pendiente ante la falta de inversión pública en la pequeña agricultura,
en capacitación a las poblaciones rurales y atención al problema de
falta de agua.
En ese contexto, aprovechar los saberes tradicionales y usar los
nuevos adquiridos en capacitaciones y asistencias técnicas, coloca a las
mujeres productoras rurales en mejores condiciones ante los desafíos
permanentes del cambio climático para lograr la seguridad alimentaria.
“Saber de agroecología nos ayuda a utilizar mejor el agua, a regar
nuestra siembra sin desperdiciar, a sustituir los cultivos que necesiten
mucho riego, a optar por los frejoles que se adaptan a las sequías.
Este conocimiento es importante para nuestra seguridad alimentaria”,
indicó Escolástica Juárez.
Esta agricultora de 57 años vive cultiva en el caserío de Chapica, en
el distrito de Chulucanas, donde la temperatura llega a los 37 grados
centígrados, y también ha llevado la propuesta de lonchera saludable al
local Colegio de Fátima.
“Nos ha vuelto a llamar el director para seguir con las charlas este
año, mi nieto me dice que ya más de sus compañeritos están comiendo
sano, es cuestión de persistir, cambiar los malos hábitos es de familia,
toma tiempo pero se aprende”, dijo convencida a IPS.
Agrega que se siente agradecida con el frijol de la esperanza, que
como otras productoras ha aprendido a elaborar de diferentes maneras, en
conocimientos compartidos entre ellas.
“Se puede comer fresco recién salido de su vaina, lo almacenamos para
preparar más adelante y lo seleccionamos para semilla. Aunque falte
agua sabemos que nos alimentará. Nosotras devolvemos esa generosidad de
la plantita compartiendo lo que sabemos con otras vecinas y en los
colegios”, remarcó.
Edición: Estrella Gutiérrez
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