La Jornada
Las principales
ciudades de España fueron escenario ayer de manifestaciones de protesta
en contra de la sentencia atenuada que recibió un grupo de cinco jóvenes
sevillanos conocido como La Manada, que en el verano de 2016,
en Pamplona, en el curso de la fiesta popular conocida de San Fermín,
violaron tumultuariamente a una joven madrileña, videograbaron la
agresión y robaron el teléfono celular de la víctima.
Basados en un subterfugio legaloide, dos de los tres magistrados de
la sección segunda de la Audiencia de Navarra –José Francisco Cobo y
Raquel Fernandino– fallaron en el sentido de que el ataque puede
considerarse
abuso sexualpero no por violación, dado que en los videos de referencia no apreciaron signos de resistencia por parte de la joven ni uso de la fuerza física
para doblegar la voluntadpor parte de los agresores. Para colmo, el tercer juez, Ricardo González, estimó que no hubo abuso ni agresión, sino únicamente
explícitos actos sexuales en un ambiente de jolgorio y regocijoy pidió la absolución de los reos. Por lo demás, el fallo absuelve a los violadores de los delitos de agresión sexual, robo con violencia, intimidación y ataque a la intimidad.
Para efectos prácticos, el impresentable matiz de los magistrados
significa que los agresores no recibirán sentencias de 22 años de
cárcel, como lo exigían la fiscalía y la defensa de la víctima, sino
penas de nueve años de prisión y el pago de una indemnización total de
50 mil euros, a pagar entre todos.
Como se recordará, la denunciante ha señalado de manera consistente
en sus declaraciones que, ante la situación de total indefensión en la
que se encontraba, e intimidada por la superioridad numérica y de
complexión de sus atacantes, optó por no resistirse y se limitó a no
pensar, a cerrar los ojos, a esperar que el tiempo pasara rápido y la
agresión terminara cuanto antes, y cuando la agresión finalizó, presentó
una denuncia que culminó con la detención de los imputados: Ángel Boza
Florido, Alfonso Jesús Cabezuelo (soldado), Jesús Escudero Domínguez,
Antonio Manuel Guerrero Escudero (policía) y José Ángel Prenda Martínez.
El estallido de indignación generado por la sentencia en contra de los integrantes de La Manada,
–así llamados por el grupo de WhatsApp en el que se comunicaban– apunta
a una de las claves de la creciente violencia de género que se vive en
España y en muchos otros países (incluido, desde luego, el nuestro): la
resistencia en las instituciones de justicia para sancionar los actos de
esa violencia con todo el rigor que la ley permite, lo que se traduce
en impunidades totales o parciales, en la consiguiente indefensión de
las víctimas que se atreven a denunciar y, finalmente, en el descrédito
de tribunales en los que impera el machismo e incluso una actitud de
complicidad para con los agresores.
El torcimiento de la justicia en el caso de La Manada obliga
a recordar episodios similares ocurridos en México y que se han saldado
con una denegación total o parcial de justicia, como el de la violación
de una menor perpetrada por una pandilla juvenil veracruzana que se
hacía llamar Los Porkys, o el impresentable fallo de 2007 de la
Suprema Corte de Justicia de la Nación que absolvió al ex gobernador de
Puebla Mario Marín y al empresario de esa entidad Kamel Nacif, quienes
documentadamente conspiraron para encarcelar y agredir sexualmente a la
periodista Lydia Cacho.
Cabe esperar, finalmente, que la presión y la indignación sociales
sean capaces de hacer ver a jueces y tribunales la imperiosa necesidad
de sacudirse la misoginia, la insensibilidad y el machismo que
caracteriza a los ámbitos judiciales en buena parte de los países y de
ponerse a la altura para hacer su tarea ante la epidemia de violencia de
género en todas sus manifestaciones –desde el acoso callejero verbal y
gestual hasta el feminicidio– que campea en el mundo.
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