Por
Arturo Rodríguez García (apro).- Las menciones fueron genéricas, atisbos del
largo registro de tropiezos, fallas, mentiras, incumplimientos, abusos y
trapacerías que el gobierno de Enrique Peña Nieto y sus colaboradores
han cometido en el sexenio.
Seguridad y justicia, primer tema agendado para el primero de los
tres debates de esta temporada electoral, ofrecía una oportunidad para
evidenciar la dinámica indeseable. Pero nadie abordó Ayotzinapa,
Nochixtlán, ni el registro de la represión que, como no veíamos desde la
llamada “Guerra Sucia”, ha golpeado a los movimientos sociales,
mayoritariamente a los ajenos a los partidos políticos, incrementando
estos años el registro de muerte, desaparición, tortura y cárcel.
Nadie hizo mención de la muerte de actores políticos en lo que va del
proceso electoral –que se aproxima al centenar–, en lo que ya es la
elección más violenta de la historia moderna.
En políticas contra la corrupción, el tema más persistente de la
agenda pública, se omitió en lo concreto los negocios al amparo del
poder, que sólo se mencionaron por el asunto Odebrecht –ahí sí, por
López Obrador directamente, aunque sin pruebas contra Peña Nieto–, y
sólo hubo alusiones a “las casas blancas”, los desfalcos en Sedesol…
Muy poco se dijo sobre las reformas estructurales, el favoritismo a
las elites contratistas de siempre o el enriquecimiento inusitado de un
puñado de familias mexiquenses, o las fórmulas con que se les garantizó
impunidad.
Escasas también fueron las menciones al gobierno de Felipe Calderón,
quizás un poco más aludido por la forma en que su esposa, Margarita
Zavala, se entrampó en el atropello discursivo propio de debate
bachiller que protagonizó, con una apología que sólo le consiguió ser
tratada con condescendencia por Jaime Rodríguez Calderón.
Muy destacados todos en su narrativa contra la corrupción y la
impunidad, la omisión para colocar en el centro del debate el estado
actual de las cosas y a sus responsables fue porque optaron por la
alineación, y en coro caerle en responso de aparente pluralidad a López
Obrador.
Ni siquiera el candidato de Morena, desde su posición crítica y de
opositor duro, fue capaz de materializar la discusión sobre las
responsabilidades de lo que hoy aqueja al país; sus mensajes
reprodujeron lo que –como él mismo anticipó– suele decir en las plazas
públicas, en los discursos y entrevistas, pero cercado por los tiempos
de un formato que exige una agilidad de palabra que juega en contra de
su habilidad oratoria.
López Obrador no pudo o no quiso explicar en concreto el tema más
persistente: la amnistía. Fue señalado por corrupción y no respondió a
los señalamientos por la inclusión de personalidades como Napoleón Gómez
Urrutia o Elba Esther Gordillo –quizás no puede–, o de tener un partido
familiar, según José Antonio Meade.
La omisión sólo se explica en un factor: Anaya, Meade, Zavala y, en parte Rodríguez Calderón, han formado parte de lo mismo.
Por lo visto en el debate, todos aspiran a tender puentes con Enrique
Peña Nieto y con la elite favorecida por su gobierno. De López Obrador,
que abiertamente habla de reconciliación, a Ricardo Anaya, que requiere
al régimen para consolidarse, el debate guareció a los responsables del
desastre nacional de estos tiempos.
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