Mujeres y salud mental
Por: Alejandra Buggs Lomelí*
Admito
que ahora que retomo mis colaboraciones para CIMAC, experimento una
sensación ambivalente, por un lado, me siento feliz de tener el tiempo
necesario para escribir nuevamente en este importante espacio, y por
otro, me es difícil por lo profundamente doloroso abordar el tema de los
efectos emocionales de la inseguridad en mujeres y hombres.
Día a día la violencia cobra más y más fuerza, en México y en el
mundo, preocupantemente en lugar de perder fuerza a través de todo
trabajo realizado especialmente por los grupos feministas, por tanto,
considero sumamente urgente abordar este tema, para abonar desde
nuestros diferentes espacios, algo que nos permita vivir libres de
violencia y con mayor libertad.
Si bien la seguridad es un estado de ánimo, una sensación, se puede
entender como un objetivo y un fin que las personas anhelamos o deseamos
constantemente, incluso sin darnos cuenta, como una necesidad primaria.
Existen diferentes tipos de inseguridad, sin embargo, para fines de
esta columna, me enfocaré en explicar dos tipos de inseguridad: la
inseguridad personal o interna que puede ser generada por una baja
autoestima, una descalificadora autoimagen y un pobre autoconcepto,
derivados de la propia historia de vida, y que provocan vulnerabilidad
y/o inestabilidad emocional.
El segundo tipo de inseguridad es la llamada inseguridad ciudadana o
como le llamo yo: inseguridad social, desafortunadamente, es una
inseguridad que es parte, desafortunadamente, de todas las sociedades,
debido a que vivimos en un mundo en el que la violencia de todo tipo, se
ha extendido a lo largo y ancho del planeta y se ha convertido en una
especie de “clima generalizado”, que tiene el riesgo de naturalizarse a
tal grado, que ni siquiera seamos capaces de identificar los efectos
emocionales que la violencia provoca en cada mujer y hombre que la
sufren.
Sabiendo de antemano, que por vivir en un mundo donde el sistema de
relación sigue siendo patriarcal y por tanto de dominación masculina,
seguimos siendo las mujeres quienes más sufrimos los efectos de la
violencia y al mismo tiempo nos enfrentamos a otro tipo de violencia
porque somos nosotras mismas quienes por lo general, tenemos que
construir mecanismos de defensa para protegernos, porque es hora en que
los gobiernos no han logrado accionar programas efectivos que atiendan
las necesidades integrales de las víctimas de violencia.
Es una realidad que cada mañana, los distintos medios de comunicación
nos sirven de desayuno reportajes sobre los hechos delictivos ocurridos
la noche anterior, o informan acerca de los operativos que tienen como
objetivo desarticular bandas de roba coches, pandillas de asaltantes,
homicidios, extorsiones, trata de personas, feminicidios y tráfico de
drogas.
Este bombardeo mediático de una situación que triste y
lamentablemente es real, nos produce una gran variedad de efectos
emocionales.
Muchas personas, resultado de esta inseguridad que hoy día vivimos,
pueden presentar: preocupación, depresión, miedo (especialmente de andar
por las calles), ansiedad, estrés, insomnio, ataques de pánico,
taquicardia, hipervigilancia, angustia, entre otros síntomas, muchos de
los cuales ni siquiera logran identificar, porque no los vinculan al
alto grado de violencia que estamos experimentando cotidianamente.
Al conjunto de los síntomas antes mencionados se le llama distrés
postraumático, podríamos entenderlo como aquellos cambios o disturbios
posteriores a una experiencia psicológica incómoda, desagradable o
altamente agresiva y que tiene como consecuencia profundos efectos
emocionales negativos pasajeros o duraderos, en el pensamiento, la
afectividad y las actitudes, de quienes los experimentan, y lo adecuado
es ser atendidos de manera ética y profesional, tomando en cuenta la
variable de género.
El distrés es un alto nivel de angustia que de acuerdo a las
investigaciones sobre el tema puede originarse por tres causas: la
persona observa un acontecimiento donde se producen muertes, personas
heridas o existen amenazas para la vida de otras y otros; la persona se
entera por un familiar o por otra persona de alguna muerte inesperada o
violenta, y por último, la persona ha sido dañada directa y seriamente
con peligro de muerte o herida de gravedad.
Y “esa persona”, en un 70 por ciento de los casos tanto en nuestro
país y como en el mundo, es ¡una mujer!, y por ello, tenemos como
sociedad la responsabilidad de mostrar esa violencia, de denunciarla,
para atenderla, y sobre todo prevenirla y erradicarla, para de esta
manera contribuir a desnaturalizar la inseguridad.
*Psicoterapeuta Humanista Existencial, especialista en Estudios de Género, y Directora del Centro de Salud Mental y Género.
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Cimacnoticias | Ciudad de México.-
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