María Teresa Priego

Al poco tiempo de conocer a Nora, James le hizo esta propuesta muy poco romántica -sobre todo- para su época. “¿Dejarías Irlanda y te irías conmigo? Pero nunca nos vamos a casar”. Nora Barnacle dijo que sí y lo siguió a Zurich, a Trieste, a París, a Suiza. Lo siguió en los viajes de una escritura a la que en muchas ocasiones se ha tratado de “Borderline”. Fue su sostén, su personaje, su fuerza. Una muy su amante y una muy su cómplice. La Nora telúrica del monólogo de Molly Bloom. La que afirmaba que la escritura de su marido no le interesaba. La madre de Georges y Lucía.
Brenda Maddox escribió una muy interesante biografía de Nora. En la primera década del siglo XX, esa joven católica de un minúsculo pueblo perdido en la zona (tan aislada) de Connemara, estuvo dispuesta a romper con todo para seguir a un escritor alto y delgado, que bebía de más y que le ofrecía un futuro más que incierto. Para leer en estos días del post-Bloomsday: “Dublineses”, “Retrato del artista adolescente”, “Finnegans Wake”.
Brenda Maddox afirma que Nora (esa mujer tan criticada por “inculta”), inspiró los personajes femeninos de Joyce. Se casaron en 1931 en Suiza. Después de toda una vida juntos. Lucía Joyce pasó la mayor parte de su vida en el hospital psiquiátrico con un diagnóstico de esquizofrenia. Joyce la adoraba, su relación con su madre en cambio, era muy conflictiva. Vivieron, Nora Barnacle y James Joyce, sobre todo, el uno para el otro. Al final de cuentas, Bloomsday es uno de los más bellos homenajes al amor y a una mujer: que toda la historia suceda en un día. Que toda la historia suceda ese día, en el que encontró a la mujer con quien Joyce compartió (a veces tan a trompicones), toda su vida.
Para todos los joycianos: Happy (post) Bloomsday.
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