6/18/2019

“Estamos aquí, porque ustedes estuvieron allá”


Ricardo Monreal

En lo que va de este año, las autoridades de Estados Unidos de América han realizado 572,782 detenciones de migrantes irregulares. Al mismo tiempo, nuestro país está experimentando un incremento en el flujo de migración irregular, originado especialmente en Centroamérica.

Cada una de las personas detenidas en la Unión Americana y en México, así como los miles de migrantes que logran cruzar la frontera estuvieron dispuestos a poner su vida en riesgo para lograrlo. Esta travesía no solamente es cada vez más cara, económicamente hablando, sino que las probabilidades de que quienes buscan cruzar la frontera sufran son extremadamente altas.

Bajo estas condiciones, es muy difícil pensar que las y los migrantes irregulares deciden abandonar sus hogares por gusto. De hecho, la mayoría, que proviene de Centroamérica, declara que la necesidad de escapar de la violencia y la pobreza es infinitamente mayor que el costo de oportunidad que enfrenta al emprender la marcha hacia Estados Unidos.

Esto es cierto, la región de Centroamérica es una de las más peligrosas. En 2015, por ejemplo, El Salvador fue el país más violento del mundo en donde no había un conflicto armado. Ese año, su tasa de homicidios por cada 100 mil habitantes ascendió a 103. Sólo para ponerlo en perspectiva: la tasa de homicidios de nuestro país en ese mismo año fue de 15 por cada 100 mil habitantes.

Aunado a la violencia, la brecha entre el tamaño de la economía estadounidense y la de los países de Centroamérica es gigante, haciendo que la migración irregular sea aún más atractiva. Por ejemplo, el ingreso medio mensual que perciben los estadounidenses es 10 veces mayor que el de los habitantes de Honduras, El Salvador, Guatemala, Belice y México.

La violencia y la pobreza son dos de las causas que han obligado a millones de personas a migrar hacia el norte, incluso cuando no lo pueden hacer de manera legal. Se trata de dos razones suficientes que han provocado los niveles actuales de detenciones y el incremento en los flujos migratorios.

La pregunta central, la que deberíamos de estar tratando de responder, coordinada y conjuntamente, es cómo podemos lograr que la región de Centroamérica experimente un desarrollo económico equitativo que, al mismo tiempo, favorezca una disminución de la violencia.

Esto no es tarea sencilla para cualquier país emergente, pero es aún más complicada cuando hablamos de una región que se ha visto constantemente agraviada por presiones extranjeras, especialmente provenientes del país que hoy quiere evitar a toda costa la migración de personas centroamericanas.

Durante muchos años, EU ha tratado de ejercer un control político, económico y hasta social de los países centro y sudamericanos: basta repasar la declaración emitida en 1904 por el entonces presidente estadounidense, en la cual se afirmaba que esa nación tenía un poder policial internacional en América Latina. Ese tipo de ideas justificaría una serie de intervenciones, entre las que se encuentran aquellas llevadas a cabo en Centroamérica.

Durante la década de los 70 del siglo pasado, EU apoyó fuertemente al gobierno militar de El Salvador, entregó 4 mil millones de dólares y suministró entrenamiento y armas a sus fuerzas para combatir al Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional. Después de una operación orquestada por la CIA, en 1954, para derrocar al presidente de Guatemala, Jacobo Árbenz, se gestó la guerra civil entre 1962 y 1996. Honduras se convirtió en la base de operaciones estadounidense durante la administración del presidente Reagan, desde donde se entrenaba a los contras nicaragüenses y a los militares salvadoreños.

Este tipo de intervenciones, que atacan el Estado de derecho y desestabilizan la economía de una nación, dificultan el desarrollo necesario para generar condiciones de vida aceptables para su población. Los países de Centroamérica han intentado hacer madurar sus instituciones y generar un mayor crecimiento económico, pero, como es de esperarse debido al contexto mencionado, no han tenido éxito.

Los inmigrantes británicos tienen un refrán: “Estamos aquí, porque ustedes estuvieron allá”. Esta frase resuena fuerte aquí y ahora. Es momento de insistir en que colaborar con el desarrollo de Centroamérica no es sólo una cuestión de moralidad o de benevolencia estadounidense. De hecho, se podría describir mejor como una cuestión de reparaciones.

La mayoría de los mexicanos estamos conscientes del reto de compartir responsabilidades y preocupaciones. Los Estados Unidos deben fomentar la cooperación bilateral con los países centroamericanos para lograr el ordenamiento de los flujos migratorios, y estimular el desarrollo económico de la región, sin condicionar estos apoyos a negociaciones comerciales. Y, entre otros aspectos, deben crear una plataforma en la que, junto con México, se desarrolle e intercambie conocimiento para prevenir y rehabilitar a las pandillas en la frontera sur de nuestro país y los barrios vulnerables de todas las naciones.

Si el problema, sus causas y efectos son comunes a todos, la solución también debe serlo.

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