Raúl Zibechi
La Jornada
Alguien escribió hace no tanto
tiempo que lo importante no es quién habla, sino desde dónde lo hace.
Recién pude comprender aspectos centrales del pensamiento de Antonio
Gramsci en las comunidades campesinas de su Cerdeña natal, donde estoy
participando en debates con la Coordinación de Comités Sardos que agrupa
a 60 organizaciones de base.
El concepto de
subalternidad, fundante de toda una corriente teórica anti-colonial (aunque se denominan de formas algo más sofisticadas), no habría sido formulado por Gramsci si no hubiera nacido en una isla colonizada durante siglos por potencias extranjeras, que la convirtieron en
colonia de explotación.
En el pensamiento perezoso, del que nunca estamos a salvo, existe la
creencia de que todo el Occidente es colonizador y todo el Sur es
colonizado. Cuando en la realidad, existen periferias en una y otra
parte del mundo. Y resistencias formidables.
En 1906, cuando Gramsci tenía 15 años, Cerdeña fue sacudida por
luchas obreras y revueltas campesinas, que se erguían sobre los fuertes
desequilibrios Norte-Sur, la represión implacable del Estado italiano y
un amplio movimiento
sardistaque el joven llevó en su maleta y en su corazón cuando emigró al Turín proletario. Pudo comprender la Rusia soviética y campesina por su experiencia en Cerdeña, incluyendo el papel de los intelectuales en el proceso de emancipación.
Aunque nunca me afilié al pensamiento de Gramsci, por prejuicios y
desconfianzas, puedo ver que plantó un mojón en el pensamiento crítico
con su mirada anti-colonial y su apuesta por el papel de los
subalternos.
La siguiente etapa, por decirlo de un modo mecánico y seguramente
injusto, corresponde a Frantz Fanon, en el periodo de la descolonización
y las revoluciones del tercer mundo. Si Gramsci debe parte de sus
sentimientos e ideas a Cerdeña, Fanon está en deuda con la Argelia que
se levanta para sacudirse el yugo colonial francés.
Comprendió como pocos la
inferiorizaciónque provoca la dominación, por su experiencia como siquiatra en el hospital de Blida y, luego, en la militancia activa en el Frente de Liberación Nacional al que entregó su vida y sus sueños. En esta etapa del pensamiento crítico, los sujetos de la descolonización son los de
más abajo, campesinos y desocupados, portadores de la energía colectiva que impulsa los cambios. Critica el papel que la izquierda, en los países colonizados, concede a la clase obrera, por traslado mecánico de la experiencia en la metrópolis.
Quienes nacimos a la militancia en la década de 1960, estamos en
deuda profunda con Fanon, ya que pudo escalar la pendiente más difícil,
la que lo llevó a debatir cómo sacudirnos la interiorización del
dominador que tanto daño ha producido a los procesos revolucionarios.
Sólo este inestimable aporte, debe colocarlo en un lugar destacado del
mundo nuestro.
Pero es en el tercer momento cuando se registran los cambios más
asombrosos y esperanzadores. Es el momento actual, digamos, el que
transcurre desde el fin del socialismo real y que tiene uno de sus
centros en América Latina. El pensamiento crítico anti-colonial empieza a
trenzarse con el pensamiento anti-patriarcal, fecundando un
anti-capitalismo radical, enraizado en sujetos y sujetas colectivas que,
en adelante, llamaremos
pueblos en movimiento.
El concepto me llegó por medio de una joven estudiante quechua de
Abancay (Perú), Katherin Mamani, en un debate en el que rechazamos la
idea eurocéntrica de
movimiento social. La menciono porque encarna el núcleo del momento actual.
Lo primero, es que resulta imposible separar ideas de prácticas. Las
masivas y constantes acciones de los pueblos, son el combustible del
pensamiento crítico, que se torna estéril cuando sólo se mira en el
espejo de la autosatisfacción intelectual.
Lo segundo, es la impronta de las mujeres de abajo. Esto resulta tan
evidente que me exime de mayores comentarios. Aunque habría que superar
el concepto de pensamiento cuando nos referimos a la palabra de las
mujeres que luchan, algo que aún estamos lejos de conseguir.
Lo tercero, es que estamos ante pensamientos colectivos,
comunitarios, que hacen casi imposible determinar quién acuñó tal o cual
concepto, lo supera la herencia patriarcal/colonial legada por las
academias. Ideas que van germinando por fuera de las instituciones,
aunque éstas siempre pretendan cooptarlas, y que son el fruto de las
comparticiones entre los abajos cuando debaten y combaten.
Por último, los nuevos desarrollos sólo tienen validez si muestran
alguna utilidad para potenciar las emancipaciones colectivas. Y, sobre
todo, para construir lo nuevo. Porque de lo que se trata, además de
ponerle límites a los proyectos de arriba, es construir y crear vida
allí donde el sistema, a derecha e izquierda, sólo produce muerte.
No es poco en los tiempos que corren. El camino andado en poco más de
un siglo, es notable. Estamos ante pensamientos colectivos que nacen
poniendo el cuerpo al sistema y a sus represiones.
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