Transmutaciones
Constantin
Mutu fue arrancado de su padre a los cuatro meses de edad. Originario
de Rumanía, éste había quedado separado de su mujer y otro hijo en la
frontera con México. Detenido por la Border Patrol fue llevado con su
bebé a una estación migratoria y luego encarcelado. Constantin fue
enviado con una familia de acogida, con la que vivió más de cinco meses,
antes de ser devuelto a sus padres, que ya estaban de regreso en
Rumanía (nota de Caitlin Dickerson, NYT, 16 de junio 2019).
En el contexto de deshumanización de la población migrante que
prevalece en Estados Unidos, Constantin “tuvo suerte”. A diferencia de
otros menores de edad que siguen separados o se han “perdido”, crecerá
con su familia de origen. Su madre y hermano lograron volver a su país, y
su padre fue deportado (con el engaño de que su hijo viajaría con él).
La mujer que lo acogió mantuvo contacto virtual con su madre biológica y
abogó porque fuera devuelto a ésta. El desenlace, sin embargo, no es
tan “feliz”: ya con más de año y medio, el niño no habla y no puede
caminar solo. Carga con los primeros efectos del trauma.
Aún antes de que se agudizara la criminalización de la migración en
Estados Unidos y se impusiera la separación familiar de manera masiva a
partir de 2017 y sobre todo en 2018, diversos medios y organizaciones
habían denunciado las condiciones carcelarias que se imponen en los
centros de detención y sus efectos traumáticos.
En 2017, la Asociación Americana de Pediatría advirtió que la
separación familiar y la detención de menores de edad para “desalentar
la migración”, atenta contra los derechos de la infancia, y las leyes
del país, y tiene efectos indelebles en el desarrollo de niñas, niños y
adolescentes.
El encierro, la falta de higiene, de cuidados médicos y psicológicos y
hasta de apoyo legal, así como la negligencia o el maltrato (que llega
hasta el abuso o a la prohibición de consolarse unos a otros), provocan
daño físico y psicológico que se manifiesta en depresión, intentos de
suicidio, y, a la larga, en retraso en el desarrollo y síndrome de
estrés postraumático. Por ello desde entonces recomendaba evitar la
separación y el encierro y garantizar salud, educación, recreación y
apoyo legal a todos los menores de edad, solos o acompañados.
Ni éstas ni otras protestas más recientes han logrado contener la
política criminal del gobierno de Estados Unidos ni los discursos de
odio que la sustentan. Tanto la separación familiar como la detención de
niñas, niños, adolescentes y adultos en condiciones inhumanas
continúan. Peor aún, como si este tipo de encarcelamiento masivo no
bastara, el gobierno de Estados Unidos confirmó la semana pasada su
intención necropolítica con dos medidas inaceptables: por un lado,
pretende encerrar a mil menores de edad en Fort Still, que en los años
40 sirvió como campo de internamiento para la población de origen
japonés, entonces denostada como “enemiga” de la nación; por otro,
redujo el presupuesto destinado a centros de detención para menores de
edad migrantes, lo que implica dejarlos sin educación, actividades
recreativas ni apoyo legal, y empeorar el drama que ya viven.
En México, la separación familiar no es sistemática pero se ha dado,
la detención de menores de edad es común, también en condiciones que
transgreden los Derechos Humanos. Entre los 12 mil 311 menores de edad
detenidos entre diciembre de 2018 y abril de 2019, 301 tenían menos de
un año. En marzo, Sin Fronteras denunció que hay niños, niñas y
adolescentes privados de su libertad.
El abuso en tránsito y bajo detención es conocido. Los albergues del
DIF no son una alternativa humanitaria pues están en “condiciones
deplorables”. Todo ello atenta contra los derechos de la infancia y
puede dejar huellas indelebles que dificultarán más la vida de quienes
solos, o acompañados, buscaban huir de la violencia y del maltrato.
Militarizar la frontera sur para contener la migración y mantener en
el norte de México a solicitantes de asilo en EU, sin contar con los
recursos humanos y materiales necesarios para garantizar los Derechos
Humanos y los de la infancia, no es un gesto de humanidad, es un
atentado contra la dignidad humana.
* Ensayista y crítica cultural, feminista.
Twitter: @luciamelp
CIMACFoto: César Martínez López
Por: Lucía Melgar*
Cimacnoticias | Ciudad de México
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