La renuncia del secretario de Hacienda, Carlos Urzúa, a siete meses de
haber asumido el cargo, centró la atención en lo que acontece en los
corredores del poder. Las ondas expansivas del evento aún no se han
disipado y en buena medida su interpretación depende de la posición que
se tome frente al proyecto del presidente Andrés Manuel López Obrador
(AMLO).
En cualquier sistema político el gobierno inevitablemente debe librar
batallas en dos frentes: el externo —el más evidente— y el interno.
Las razones de Urzúa para presentar su renuncia y las de AMLO para
aceptarla se hicieron públicas. Ambos personajes se conocieron en 1996 y
cuando AMLO ganó la elección en la CDMX en el 2000, Urzúa fue su
secretario de Finanzas. En 2017 volvió a ser pieza central en el equipo
del proyecto alternativo al neoliberalismo con el que AMLO ganó la
presidencia. Sin embargo, a poco de ponerse en marcha la maquinaria del
nuevo gobierno ocurrió un doble desencuentro entre ambos personajes. Por
un lado, Urzúa chocó con Alfonso Romo —empresario y jefe de la Oficina
de la Presidencia—, en torno a nombramientos clave —el SAT y la banca de
desarrollo, entre otros. Por otro lado, Urzúa y AMLO se encontraron en
posiciones diferentes respecto a políticas fundamentales, como son el
nuevo aeropuerto internacional, la inversión en Pemex o la política
fiscal. La economía, como toda ciencia social, no es exacta y en mucho
las posiciones que se asumen en ese campo, dependen de cálculos que le
son ajenos.
Las diferencias y debates al interior del gobierno son inevitables y se
dan en todos los sistemas. En los totalitarios se busca dar la
apariencia de uniformidad y de gran disciplina en torno al líder, pero
cuando las diferencias internas estallan, su naturaleza es brutal. En la
URSS de Stalin, la de los juicios con sentencias preparadas de antemano
y purgas masivas, no se salvaron ni los comunistas más ortodoxos y
leales. En la Alemania de Hitler, “la noche de los cuchillos largos” de
1934 fue una sangrienta purga dentro del Partido Nazi en que las SS de
Himmler acabaron con la cúpula de su rival interno: las SA o “camisas
pardas”.
En los sistemas políticos abiertos, las diferencias son constantes, pero
se resuelven sin sangre. Y no hay que ir muy lejos para encontrar
ejemplos. En el gobierno vecino, el presidido por Donald Trump, ya suman
docenas las sacudidas en los círculos de alto nivel. The New York Times
(15/07/19) acaba de publicar una lista de medio centenar de altos
cargos que han renunciado o han sido echados entre febrero de 2017 y
mediados de julio de este año. Estas major departures incluyen desde
secretarios de Estado y procuradores generales hasta consejeros de
seguridad. ¡Y Donald Trump sigue tan campante!
Cuando el viejo sistema presidencialista y de partido de Estado se
estaba formando en México, los desacuerdos internos se resolvían
mediante rebeliones —la de Agua Prieta, la delahuertista, la de Arnulfo
R. Gómez, la escobarista o la cedillista— o escisiones con opción a la
rebelión —Almazán, Padilla, Henríquez. Una vez consolidado el régimen,
los miembros del gabinete se iban sólo cuando lo decidía el presidente,
que no daba explicaciones públicas. Hoy las diferencias se resuelven de
manera más abierta: Urzúa, como Germán Martinez, pudieron hacer públicas
sus diferencias con el presidente y se marcharon en sus propios
términos.
Alguien acusó a Urzúa de traición o casi, pero, sin duda, el asunto se
puede interpretar de otra manera: un alto cargo que llega a la
conclusión que ya no puede desempeñarse con verdadera convicción, quizá
pueda seguir en el puesto, pero a la larga genera un doble problema: una
pérdida de eficacia como funcionario y un quebranto de la congruencia
consigo mismo. En esas circunstancias, lo apropiado es renunciar. Y si
al hacerlo expone públicamente sus razones, le da a la sociedad una
explicación que siempre, por respeto, se merece, pero también le da al
responsable último de conducir la política —al presidente— una doble
oportunidad: reorganizar a su equipo y, a la vez, explicar a profundidad
las razones de sus decisiones y ¿por qué no? volver a examinar su carta
de navegación y repensar o reafirmar la ruta tomada.
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