Cuatro fueron los participantes en ese debate: tres presenciales y
una gravísima ausencia. Alejandro Moreno, Ivonne Ortega y Leticia Piñón
subieron al estrado tomados de la mano, alrededor de un mismo mensaje:
el PRI tiene que volver a su base.
Una ingeniosa sentencia de Ortega sintetizó el discurso de los tres: fin al PRI del escritorio y vuelta al PRI del territorio.
Por ello es una paradoja que esta elección se haya definido desde el
escritorio de un puñado de gobernadores y el resto sea ficción.
La cuarta voz en el debate fue la de José Narro quien, si bien
renunció tanto a sus aspiraciones como a su militancia priista de más de
46 años, previo a su partida nombró a las circunstancias por su nombre:
“se trata de una farsa que antes de iniciar ya tiene resultado. La
trampa está en el padrón, en el crecimiento desmedido de nuevos
afiliados en Coahuila, Ciudad de México, Campeche y Oaxaca. Ellos serán
llevados a votar por quienes llenarán de vergüenza al partido”.
Tanto repitieron Ortega, Moreno y Piñón que el problema del PRI era
su cúpula –la tercera incluso propuso fumigar a los facinerosos–, y sin
embargo al final serán los integrantes de esa cúpula, obsesionada por
asegurarse impunidad, quienes abrazarán los despojos.
El PRI pesa hoy menos que nunca. No logra juntar más de un quinto del
apoyo popular y probablemente en los próximos comicios federales este
valor se dividirá por mitad.
Ni el surgimiento de Morena, ni el triunfo de Andrés Manuel López
Obrador son variables que, por sí mismas, explican la debacle.
El problema de la oposición mexicana no está en el techo de sus
aspiraciones sino en el suelo fangoso en el que ellas se formulan.
El PRI está muriendo, primero, por la pequeñez de su oferta política;
quienes lo dirigen y, sobre todo, quienes lo dirigirán a partir del
próximo 11 de agosto, tendrán como única encomienda esculpir el
epitafio.
No serán obviamente Ivonne Ortega ni Lorena Piñón las triunfadoras
del próximo mes. No hay dados cargados en esta ocasión, sino dedos con
intereses cortos y con ideas todavía más cortas –señalando en la misma
dirección.
Probablemente en la historia del PRI no haya habido, y tampoco habrá,
un líder nacional más mediocre que Alejandro Moreno. En el pasado
debate era difícil descollar, pero este gobernador con licencia lo logró
por la ostentación magnífica de sus limitaciones.
¿Cómo explicarse que las fuerzas políticas locales del PRI, que tanto
van a perder con un liderazgo nacional así de impresentable, hayan
decidido apoyar tal charada? ¿Cómo explicar que diputados y senadores
federales cuya experiencia y trayectoria los obligaba a remontar la
derrota del año pasado, hayan preferido apoyar a un político con el ala
tan corta?
Esta comedia de enredos –la elección de la presidencia del PRI– se
pierde por insustancial en la vorágine noticiosa orquestada por el
gobierno en turno.
En fecha reciente el periodista Roberto Rock publicó el libro La
historia detrás del desastre. Ahí se relata con detalle la corrupción
incurrida por los gobernadores priistas que, sin limite ni contención,
utilizaron los recursos del tesoro público para ganar elecciones y, de
paso, asegurarse buenos negocios.
La misma semana en que sucedió este debate malhadado, el exgobernador
Javier Duarte relató a Ciro Gómez Leyva los acuerdos sostenidos con la
administración de Enrique Peña Nieto para entregarse, a cambio de que su
familia y su fortuna personal permanecieran intocadas. El año próximo
Duarte estará libre, quizá, para acompañar a Alejandro Moreno en su
camino hacia el panteón político.
Durante los mismos días en que los priistas discutían sobre su
tremendo fracaso, en el Congreso de la Unión operaron los intereses más
mezquinos para echar abajo las medidas de austeridad propuestas por el
actual gobierno.
Impresiona la insensibilidad del priismo para enfrentar estos
señalamientos, pero sorprende aún más la docilidad una institución que
fue tan importante para la construcción del México contemporáneo. Hoy la
memoria de mujeres y hombres admirados y admirables se hunde
irremediablemente en el lodo que escupen las generaciones actuales.
José Narro fue la última posibilidad que tuvo el tricolor para
salvarse del naufragio, pero el PRI ya no soportaba un adulto a cargo de
esa casa; acaso por eso prefirió al señor Alito. Él se encargará de
conducir con mansedumbre al tricolor hacia su tumba.
Este análisis se publicó el 21 de julio de 2019 en la edición 2229 de la revista Proceso
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