Lev M. Velázquez Barriga*
La Cuarta Transformación debía
tener su correlato con un proyecto y un marco constitucional en materia
educativa que rompiera con el ciclo del neoliberalismo; las y los
maestros serían, según lo planteado en el artículo 3° reformado,
reconocidos como agentes de la transformación, era de suponer que se
referían al proceso de instauración de un nuevo régimen democrático; sin
embargo, ninguna de las leyes educativas aprobadas o propuestas hasta
el momento en el actual gobierno, recuperan las nociones de las
izquierdas ni tampoco las experiencias y potencialidades de los
profesores como sujetos catalizadores de cambios sociales.
En el sentido común de las izquierdas, no se entiende como
transformación cualquier acontecimiento que implique modificaciones en
la sociedad, la economía, la política o la cultura; sólo la de aquellos
movimientos orgánicos que producen procesos de liberación: minando las
estructuras de poder, rompiendo con las formas de sobrexplotación humana
y de la natura o trastocando las múltiples opresiones de clase, raza,
lengua y género; estos procesos pueden ser pacíficos y graduales, pero
siempre profundos y emancipadores.
La experiencia y no la teoría, nos ha demostrado que los sujetos de
transformación no son uniformes ni están necesariamente vinculados a la
producción fabril, lo cual no significa que estén exentos de
afectaciones y de explotación en la cadena de producción capitalista;
son agentes de cambio, pero de una composición compleja: pueden ser
obreros, campesinos, indígenas, diversidad sexual, desterrados y
desplazados, afectados ambientales, víctimas de la violencia, infotecnopobres, juventudes precarias, estudiantes y por supuesto maestros.
Algunos de los planos de transformación de estos sujetos son la
organización de las fábricas y las industrias; la democratización de los
sindicatos; el gobierno para la autonomía y la comunalidad; las
instituciones y la vida pública para el reconocimiento de la identidad
sexodiversa y la horizontalidad de las relaciones de género; el
territorio y la sustentabilidad ambiental; la paz y justicia social; la
democratización de las tecnologías digitales, el derecho a la libre
información y la comunicación; la seguridad social y laboral; la
educación pública y gratuita con un proyecto plurinacional que tenga
como principios la vida y la ciudadanía democrática, no los valores y
objetivos del mercado.
Los docentes están atravesados por más de una de las opresiones; el
sindicalismo es apenas un matiz en el caleidoscopio de las luchas
magisteriales, es por eso que se despliegan también por diferentes
planos de transformación: concejal en Cherán, autodefensa en la montaña,
locutor de la radio comunitaria en la mixteca, miembro del comité de
desaparecidos y presos políticos en Oaxaca, defensor de los derechos de
los jubilados y pensionados en Torreón, feminista en Chihuahua,
ambientalista en Veracruz, activista contra la privatización del agua en
Sonora y Mexicali, colono en Durango que lucha por la vivienda de los sin techo,
comunicador de medios alternativos digitales en Huimanguillo y CDMX,
productor orgánico y organizador de mercados populares solidarios en
Chiapas; hablo de casos concretos, pero que se repiten en distintos
lugares porque son representativos de muchos maestros que se asumen en
la complejidad del sujeto de transformaciones sustantivas.
No obstante, estos maestros no son los enunciados por las leyes
secundarias en puerta, de los agentes de transformación que fueron
conceptualizados en la reforma constitucional no se encuentra ningún
rastro de congruencia; en su lugar, hallamos otros que son acotados por
el derecho de terceros, la meritocracia y las mediciones. La idea de
horizontalidad en el sistema de carrera que sustituiría al servicio
profesional docente es competitiva e individualista, las posibilidades
de la mejora continua de la educación corren el riesgo de no producir
compromisos colectivos que las familias valoran por el impacto que
tienen las escuelas en la reconstrucción del tejido social, el
desarrollo cultural y deportivo, el mejoramiento de las condiciones
alimentarias de los alumnos, la constitución de las relaciones basadas
en los valores y la ética o el desarrollo de aprendizajes socialmente
necesarios.
Siguiendo las reglas de la nueva legislación no hay posibilidades de
transformar, de romper la secuencia neoliberal donde la justicia social,
la soberanía, la vida, la felicidad, la democracia, la ciudanía
consciente y participativa, la unidad de lo humano en la diversidad como
horizontes de la educación, son reducidas a la visión empresarial de
excelencia que pretende esclavizar los logros del aprendizaje en
cárceles cognitivas de medición estandarizada y el desarrollo pleno de
las cualidades de las personas en las habilidades económicamente
rentables.
Celebro que la transparencia y la rendición de cuentas sea un eje
transversal en las propuestas de leyes educativas secundarias; sin
embargo, sin una noción emancipadora de la transformación ni de los
sujetos históricos, pedagógicos y políticos como agentes para llevarla a
cabo, son mínimas las posibilidades de que la Nueva Escuela Mexicana se
convierta en el generador de una revolución cultural, pacífica y
profunda que acabe con la corrupción; pero sobre todo, que acabe con el
pensamiento colonial, la subjetividad neoliberal y la relación de la
formación con la producción de rentabilidad económica para una élite a
costa de los niños, niñas, jóvenes y del planeta que habitamos.
* Doctor en pedagogía crítica
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