Gustavo De la Rosa
México y Polonia enfrentan una terrible desventaja por su ubicación
geográfica; están ubicados junto a grandes imperios y, cuando estos
quieren ejercer su fuerza y dominio, siempre acaban fastidiados.
Aunque México tiene la fortuna de que nadie quiere enfrentarse con el
gigante al norte, Polonia es el primer país que invaden, destruyen y
utilizan como paso los ejércitos en conflicto; así sucedió cuando las
guerras entre los reyes, cuando Napoleón intentó conquistar Europa, y
durante la Primera y Segunda Guerra Mundial. Aún pese a estas
dificultades los polacos, al igual que los mexicanos, han logrado, sólo
con gran esfuerzo ante la adversidad y el ataque extranjero, mantener su
identidad y sus ansias de libertad.
México nunca había enfrentado una situación tan ruda ni tan áspera
como la que está enfrentando ahora en su relación con Estados Unidos,
con las políticas migratorias y electorales de Donald Trump. Los
anteriores presidentes norteamericanos habían logrado cooptar a los de
México sin ningún esfuerzo y con una sola llamada telefónica (sobre todo
nuestros cinco anteriores, que parecían de la misma camada).
El Ejecutivo mexicano siempre estuvo dispuesto a cumplir los deseos
del emperador del norte; como Miguel de la Madrid y Salinas de Gortari,
que desarticularon la economía de Estado y nos dejaron endeudados y sin
patrimonio; Fox con su vergonzoso “comes y te vas” a Fidel Castro, y
Calderón con su Plan Mérida y el operativo Rápido y Furioso, que no
fueron otra cosa más que un obsequio de vidas inocentes, como las de los
polacos que cayeron en las invasiones militares, para controlar el
ingreso de droga a Estados Unidos y que terminaron como un sangriento
fracaso.
La crisis migratoria de Centroamérica, en plena coyuntura electoral
de Estados Unidos, puso en aprietos al Presidente López Obrador y se
tuvo que negociar con la espalda contra la pared un problema que desde
antaño debió haberse regularizado y normalizado, porque ninguna nación
puede tener abiertas sus fronteras a otros y simplemente servir de
puente para quienes aspiran a vivir en el país vecino.
Cada país debe controlar sus fronteras, aplicando sus leyes y
respetando los derechos humanos de los migrantes, y eso no estaba
sucediendo; los migrantes entraban libremente, sin ninguna protección ni
legitimidad, y se les insertaba en el mundo de la invisibilidad y de la
ilegalidad. Esto no quiere decir que los tratemos de ilegales, sino
que, al permitirles su ingreso al margen de la ley, quedan a disposición
de los criminales, obligados a transportarse en las peores condiciones y
como víctimas de las peores agresiones de la delincuencia organizada y
la delincuencia oportunista, que ve a un ser vulnerable y aprovecha para
abusar de él.
La crisis llevó a la necesidad de establecer un diálogo diplomático
entre México y Estados Unidos, y lo primero que debía acordarse era la
regulación jurídica y el control de los migrantes centroamericanos y de
otros países que busquen llegar aquí, porque debemos ser claros y
honestos y reconocer que a México se ingresa para permanecer en México, y
se deben realizar los trámites migratorios necesarios para convertirse
en un migrante en esta nación, protegido por nuestras leyes y nuestra
autoridad, que debe respetar sus derechos humanos.
Aquí existe un mundo paralelo delincuencial que, a diferencia del
mundo clandestino en Estados Unidos integrado por migrantes que no
necesariamente están involucrados con el crimen ni a su merced, aquí los
que no hayan realizado los trámites pertinentes están a merced de los
delincuentes uniformados y los vestidos de civil, y la verdad es que a
veces estos intercambian su ropaje.
Pertenezco a una familia migrante que, en 1957 y precisamente cuando
murió Pedro Infante, salió de Francisco I. Madero, cercano a Torreón,
Coahuila, y se trasladó a Ciudad Juárez; entre algunos de mis hermanos,
fuimos 11, había la intención de migrar a Estados Unidos, pero éste no
era el objetivo de mis padres.
Era evidente que, estando en Juárez, a algunos de ellos se les
presentaría la oportunidad de emigrar al norte, pero esa no era la
intención, esta es la lógica del migrante que se mueve a otra ciudad
para tener una mejor perspectiva de vida; pero la lógica del migrante
que planea viajar específicamente para cruzar la frontera en los
próximos días, semanas o meses, es la de un transeúnte.
Igualmente, si se pide asilo en México es para quedarse en México, no
para pasar a pedir asilo en otro país; el asilo es una figura para
salvar la vida del solicitante en circunstancias y condiciones muchas
veces temporales, y debe demostrarse la urgencia y el alto riesgo de
cambiar de residencia. Yo he enfrentado esas circunstancias.
Por esto, y bajo riesgo de enfrentar la ira de mis amigos
derechohumanistas y de izquierda, considero que los 45 días obtenidos en
la negociación entre Ebrard y Mike Pompeo son un logro positivo; México
tiene que tomar control de sus fronteras y debe facilitarle a quienes
necesiten asilo de su patria las condiciones para que lo reciban. Me
preocupó el trato agresivo que muchos migrantes ejercieron en contra de
las autoridades migratorias en el sur del país y que fue publicado y
diseminado a través de las redes y por los medios noticiosos.
Vivo en la frontera y para nosotros los problemas de los migrantes
son el pan de cada día; hemos visto la evolución de la frontera
norteamericana, desde su origen poroso, cuando uno de los empleos que se
ejercía era de pasa mojados, cruzando a migrantes en llantas de tractor
desde una orilla del río hasta la otra y mojándose en el trayecto;
hasta la política agresiva de los últimos 15 años, que hace rato levantó
el muro que quiere volver a levantar Trump. Ese muro ya está ahí,
defendido por agresivos agentes migratorios.
Esta crisis migratoria sí alteró la, ya de por sí, alterada forma de
vida de los juarenses; por eso muchos ciudadanos dan la bienvenida a la
decisión de regular el tránsito de migrantes por México. Tenemos más de
seis meses enfrentando esta crisis, y hasta ahora hemos logrado mantener
la cordura y evitar caer en actitudes xenofóbicas o agresivas
colectivas contra los migrantes, aunque los que hoy acusan a AMLO de ser
blandito eran los mismos que impulsaban actitudes de persecución en
contra de los migrantes.
Así que, con sinceridad y honestidad, bienvenidos estos 45 días.
Nota: Parte del material fue tomado de un discurso de Juan Carlos Loera, Delegado del Bienestar en Chihuahua. En El Paso Texas.
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