Se habla de un accidente en la plataforma Deepwater Horizon, pero sería más adecuado hablar de negligencia criminal. El desastre se debe a la arrogancia corporativa y la ambición de los operadores de BP. Claro, también están involucrados la empresa Transocean, dueña y operadora de la plataforma (por cuenta de BP) y Halliburton, responsable de la cimentación del pozo. ¿Qué fue lo que pasó el 20 de abril?
A las 12:35 de la madrugada los técnicos de Halliburton completan la operación de cimentación del pozo. En las horas siguientes se realizan pruebas de presión para asegurar que el pozo está bien cimentado. A las 11 horas se lleva a cabo un acalorado debate entre ejecutivos de BP y de Transocean sobre cambios en los planes relacionados con la fase siguiente en la cimentación.
Esa tarde, a las 17:05 horas se observa una pérdida de fluido en el tubo que conecta el cabezal del pozo con la plataforma. Este hecho revela que hay pérdida de presión en el cabezal que se supone debe controlar el pozo y estabilizarlo en caso de cambios repentinos en el flujo de crudo o de gas. El cabezal se supone está diseñado para cerrar el pozo en caso de una emergencia.
Entre las 17 y las 19 horas se realizan más pruebas para corroborar que la presión corresponde a las especificaciones de la cimentación. Los instrumentos indican una pérdida total de presión en la tubería de emergencia que va del pozo a la plataforma. Esta tubería sirve para cortar el flujo de crudo. En contraste, la tubería principal utilizada en la perforación acusa un aumento de presión hasta las mil 400 libras por pulgada cuadrada, lo que es señal inequívoca de un incremento extraordinario de gas natural.
A las 20 horas los técnicos de BP dan por concluidas las pruebas y comienza la operación de extracción de lodos de perforación para remplazarlos con agua de mar. Estos lodos son en realidad una combinación de barro y minerales utilizados para sellar. En tanto no se coloque el tapón de cemento para cerrar provisionalmente el pozo, la presencia de estos lodos es la única forma de restringir la expansión de gases y fluidos que están a grandes presiones en el subsuelo.
Hacia las 21 horas hay más fluidos saliendo del cabezal de los que están siendo bombeados hacia dentro y a las 21:10 la presión en la tubería principal de perforación aumenta espectacularmente. A las 21:50 surge una primera burbuja gigante de gas natural y las válvulas del cabezal son incapaces de controlarla. La primera explosión sobreviene unos segundos después. La plataforma Deepwater Horizon, titular de la marca mundial de perforación en aguas ultraprofundas, estaba condenada. A las 21:52 se da la orden de abandonarla. De sus 126 tripulantes hay 11 desaparecidos.
Hay varios problemas con el cabezal. Su diseño no siguió las especificaciones originales. Las baterías que debían hacer funcionar varios de sus aditamentos estaban defectuosas. Finalmente, uno de sus piezas medulares fue destruida semanas antes de la explosión. Es una abrazadera gigante que fue sometida a presiones superiores a las de su nivel de tolerancia. Pedazos de la abrazadera aparecieron en la cubierta de la plataforma, indicando un grave daño en el equipo. Los técnicos de BP no dieron importancia a esta señal de alarma. En adelante las lecturas de presiones en el cabezal del pozo a mil quinientos metros de profundidad serían inexactas.
La falta más grave de BP fue ordenar a los operadores de Transocean retirar los lodos pesados de perforación. Ésos son la línea clave de protección en caso de una surgiente de gas y deben ser retirados sólo después de colocarse el tapón de cemento. Pero BP estaba más interesada en acelerar el ritmo de las operaciones y decidió invertir la secuencia de operaciones.
La ley federal que limita la responsabilidad para reparación de daños de 75 millones de dólares ya no se aplica en caso de negligencia. BP va a tener dificultades en demostrar su inocencia.
El jefe de electrónica en la plataforma Deepwater Horizon, Mike Williams, hizo una declaración extraordinaria: Se nos dijo que esta era la tecnología más sofisticada y que nada de lo que ocurrió debía suceder
. Es lo mismo que dijeron los ingenieros nucleares después de Isla de Tres Millas y Chernobyl. Eso dirán los técnicos de las empresas transnacionales que producen y comercializan cultivos de organismos genéticamente modificados. Les acompañará el coro de burócratas cómplices que solaparon sus actos en el campo mexicano. Pero al igual que en el Golfo de México, las cicatrices ambientales durarán generaciones.
Editorial La Jornada
sin miedo ni favoritismos, a los culpables de la catástrofe, sean quienes sean, y que, de determinárseles responsabilidades penales, se les presentará ante los tribunales correspondientes. Tales declaraciones se presentan tras las fuertes críticas a la Casa Blanca por una actitud que sectores de la opinión pública consideran torpe y hasta complaciente ante el magno desastre ambiental.
Con todo, si el gobierno estadunidense da cumplimiento a los compromisos así adquiridos, se sentará un precedente de suma importancia para regular las acciones de los grandes consorcios energéticos trasnacionales, cuya historia aparece marcada por la impunidad con la que han actuado durante el siglo pasado, y no sólo por causar desastres ecológicos sin asumir el costo del daño, sino también por alterar la vida de regiones y violentar la normalidad política de países independientes.
En el ámbito de los daños ambientales, el punto de referencia más inmediato es el del barco petrolero Exxon Valdez (propiedad de Standard Oil, hoy día Exxon Mobil) que, tras encallar en las costas de Alaska, a finales de marzo de 1989, derramó 37 mil toneladas de petróleo crudo en las aguas árticas, hecho que causó severo daño a más de 2 mil kilómetros de costa. La compañía propietaria del buque hubo de hacer frente a gastos de limpieza, multas, costas judiciales y demandas civiles por un total de 3 mil 500 millones de dólares, pero años después, en junio de 2008, tras una larga batalla legal, la Suprema Corte de Justicia de Estados Unidos redujo arbitrariamente tal cantidad a 507 millones, en un fallo muy criticado en su momento.
Tal es la jurisprudencia que debe remontar actualmente la institucionalidad de Estados Unidos si quiere hacer pagar a BP y a Transocean los daños causados por la explosión de la plataforma de perforación en aguas profundas Deepwater Horizon, propiedad de la segunda y arrendada a la primera. De acuerdo con la información más reciente de que se dispone, la cantidad de petróleo vertido supera ya ampliamente el que se derramó a raíz de la catástrofe del Exxon Valdez, y es por demás probable que el monto de los daños sea, asimismo, superior al de la catástrofe en Alaska.
Incluso si las autoridades ejecutivas y judiciales estadunidenses aplican la ley con máximo rigor y obligan a esas trasnacionales a cubrir la totalidad de los daños, las utilidades netas de ambas empresas son tan grandes que podrían hacer frente a los pagos sin poner en peligro su existencia corporativa.
Sin embargo, no hay ninguna certeza de que el gobierno de Estados Unidos logre imponerse a ambos consorcios. Tal circunstancia debería ser instructiva para que las autoridades de naciones más débiles, como la nuestra, actuaran con extremada cautela en sus tratos con las grandes trasnacionales petroleras y energéticas.
Como se señaló líneas arriba, los riesgos de los contratos con ellas no se limitan a los desastres ambientales que pueden provocar, sino a su irrefrenable injerencismo. El caso proverbial es el golpe de Estado perpetrado en Irán en 1953, con la instigación de la Anglo-Iranian Oil Company, antecesora de BP.
Por lo demás, en las primeras cuatro décadas del siglo pasado, México sufrió en carne propia el desbocado injerencismo de las petroleras, las cuales dictaron su ley sobre extensas zonas de la franja del Golfo de México y pusieron en grave entredicho la soberanía nacional. Por ello, la expropiación de 1938, realizada por el presidente Lázaro Cárdenas, no fue sólo una vía para resolver los conflictos laborales causados por la avaricia de las 17 empresas extranjeras que operaban en México, sino también una forma de recuperar la soberanía y consolidar la independencia.
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