El Jazz Mariachi
¿Por qué todo este rollo? Porque hace unos días, escuchando el nuevo disco de Tino Contreras, Jazz Mariachi (P&P, 2010), uno de mis más radicales amigos espetaba que eso era lo mismo de siempre, que no importaba el mariachi, que Tino no evolucionaba. Suspiré, di un sorbo a la copa de Santa Rita, le tiré todo el rollo que esbozo líneas arriba y le dije que este disco me había gustado por muchas razones.
En primera, es sumamente gratificante –emocionante, aleccionador– ver a un músico de 86 años con tanta energía, con tanta pasión, con tanta firmeza de ánimo, con ese convencimiento renovado y vuelto a renovar alrededor de sus rutas y sus conceptos jazzísticos. Tino se crió, se creó y creció en medio de la tradición del swing, del blues y del hot jazz, ésa es su columna vertebral, y con eso tiene; ni pretende ni necesita saber de otras alternativas.
Pero su firmeza no sólo está en el ánimo. Bien sabemos que un baterista, además de buen músico, necesita ser un excelente atleta. Y sabemos también que los años no pasan en balde, que por más mentalizado o motivado que uno esté, la maquinaria se consume y se desgasta natural e irrefrenablemente. ¿Cómo le hace entonces este maestro para tocar así la batería? Aunque nunca ha sido el prototipo del virtuosismo instrumental, escuchar hoy a Tino Contreras en la batería resulta emocionante y hasta conmovedor.
En Jazz Mariachi se incluye un sexteto de mariachis y un sexteto de jazzistas. Por un lado está el Mariachi Potros de México; por el otro, aparece Jaime Reyes en un piano de excelencia; Luis Salgado se encarga del bajo; Eduardo Flores, de los bongós; Mayra Sorcia le mete a las tumbadoras y Olson Joseph es invitado a la trompeta jazzística (ahora Olson se ha integrado de tiempo completo a la banda). Vicente Rodríguez es invitado especial para tocar el violín en Amores gitanos. Tino pulsa la batería y canta en Jardín español.
En este trigésimo sexto disco del baterista chihuahuense, el papel del mariachi se concreta a alimentar la dotación instrumental, a enriquecer los timbres de la banda. En ningún momento Contreras (compositor de todos los temas) pretende acercarse siquiera a las atmósferas del son abajeño o la canción bravía; prefiere que guitarrón, vihuela, violines y trompetas se zambullan en el fox y el blues sincopado o se integren a la fantasía de Betsabé, una suerte de suite arabesca que pareciera evocar las epopeyas de Errol Flynn, y que el maestro estrenó en su disco anterior, editado en 2004 y bautizado también como Betsabé.
De hecho, seis de las piezas incluidas en Jazz Mariachi aparecieron primero grabadas en Betsabé, con cuarteto o quinteto: Dona orleada, Naboró, 7/4 blues, Hombre profundo, Betsabé y Mónica (esta última, la guapa, hiperactiva y flamante esposa de Tino, quien labora además como su representante y agente de prensa).
Fortino Contreras llegó a la ciudad de México en 1953 –desde Ciudad Juárez–, contratado para tocar en la orquesta de Luis Arcaraz. Desde entonces ha sido un artista incansable y comprometido hasta el límite con sus quehaceres en la batería y la composición. Los adjetivos nunca alcanzan para dibujar su perfil: hábil, talentoso, polémico, dicharachero, manipulador, gentil, buen conversador, siempre sonriente, siempre activo, hipersensible e hiperproductivo. Y esto sólo para empezar.
Celebramos sin reservas esta nueva producción y agradecemos a él y a su infinita fuente de energía que continúe entre nosotros, proponiendo compases y regalándonos nuevas lecturas de su ser musical y de su circunstancia artística. Dicen que un clásico que no es releído no es un clásico. Releamos, pues, a Tino Contreras. Salud.
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