Siglo XX, el auge de las historietas en México
La imagen de las mujeres en las historietas: de heroínas al melodrama
Por Carolina Velázquez
México, DF, 4 jun 10 (CIMAC).- A través de las historietas la imagen de las mexicanas se ha proyectado de distintas formas. Desde el siglo XIX, las mujeres aparecemos en un gran número de historias y relatos. Y aunque en los personajes de los cómics han dominado las figuras exageradas y abundantes, también existen aquellas donde el cuerpo no ocupa el foco principal.
Cuando el periodismo se convirtió en una gran industria y buscó vender gran cantidad de ejemplares, a mediados del siglo XIX en Europa y principios del XX en México, introdujo secciones para un público popular, donde la historieta ocupó un importante lugar, usando en los primeros años un supuesto mercado infantil, pues fue más leída por un público adulto.
La historieta moderna surgió en México en los años veinte del siglo pasado, en los suplementos dominicales de los periódicos y con un gran espíritu nacionalista, cuando era caricatura y no existía el realismo, todavía las mujeres aparecían como heroínas sin melodrama ni una historia romántica.
Según el reportaje “El papel de la mujer en la historieta”, publicado por la revista Activa (número 7, año XIII, 1988), el primer personaje que ocupó un papel más allá de ser la clásica ama de casa fue la Kismoloncita que aparecía en 1928 en “El señor pestañas”.
El dibujante Audiffred dibujó una mujer picaresca e Hipólito Zendejas nos narró sus aventuras por el mundo al lado de su novio Chon Prieto y el señor Pestañas.
A la misma época pertenecen otros dos personajes picarescos: la esposa de Don Catarino y Ninfa, mujer de Mamerto.
En el reportaje se explica como, diez años más tarde, en México la historieta se populariza con la aparición de Chamaco y Pepín. La guerra por el mercado se establece entre las editoriales que imprimen las revistas: Publicaciones Herrerías y la cadena García Valseca (hoy dueña del periódico mexicano El Sol de México), ambas se disputan a los dibujantes y aumenta el pago por cartón, incluso llegan al secuestro de los historietistas que quieren cambiar de una empresa a otra.
Posteriormente, el melodrama romántico y la historia de arrabal ocupan el lugar central en los argumentos, se afirma.
En el primero, la vida de la mujer giraba alrededor de un gran amor, su principal exponente fue Yolanda Vargas Dulché, autora del argumento. En el segundo, las mujeres como personajes fueron catalogadas como objeto sexual principalmente, en esta línea destacó José G. Cruz como dibujante y argumentista.
Las mujeres empiezan a aparecer en las narraciones de aventuras como castigadoras, golpeadoras de hombres que pelean por la justicia y, como cualquier valiente, también se enamoran. Un claro ejemplo fueron Adelita y las guerrilleras, Rosita Alvires y la Llanera vengadora.
LA SEXUALIDAD DE TINTA Y PAPEL
En el libro “Puros Cuentos. Historia de la historieta en México 1934-1950” (Conaculta-Grijalbo, 1993), sus autores Juan Manuel Aurocochea y Armando Bartra, documentan la época en la que la historieta cambia su contenido de principios del siglo XX, para un supuesto público infantil, al cómic porno.
A mediados de los años treinta del siglo XX se publican las revistas Sexo, el semanario Vida Alegre, de Xavier Navarro (el famoso Pato Cenizo) y en 1934 aparece el primer número de la revista Vea, que con sus dos épocas, “alimentará la líbido nacional”.
También aparecen semanarios de nota roja como Alarma que “aplican la fórmula de darle a sus lectores sexo y violencia y publican abundantes desnudos femeninos”.
A partir de esta época las heroínas empiezan a sexualizarse, apuntan, y “la modosa Adela Negrete, creada por José G. Cruz en las páginas de Paquito, en 1935, se transforma en la frondosa supermujer de Adelita y las guerrilleras”.
Otro ejemplo fue el de Mariño, fundador de las series realistas de charros, quien también fue el principal exponente de “la historieta cachonda de corte sadomasoquista”.
Así, “Yolanda, superhembra y ultravíctima que no desmerece ante la escarnecida Elaine, de gene Bilbrew, o la maltratada Gwendoline, de John Willie, aparece por primera vez en la revista Alarma, y sus lectores, seducidos por la nueva heroína, reclaman la urgente necesidad de una línea editorial hasta entonces inédita en México: los monitos lúbricos”.
De esta necesidad dan cuenta en una carta, publicada en 1951, titulada “Menos desnudos y más Yolanda” que bajo la firma del señor Morales cuestiona a la revista, que considera erótica, se siente defraudado dice.
¿UN SOLO TIPO DE MUJER?
En entrevista Juan Manuel Aurocochea explica que es difícil que la historieta mexicana haya propuesto un solo tipo de imagen de mujer en sus personajes. Han sido muchos y muy variados, considera.
“Aun cuando las mujeres aparezcan bellas, siempre se encuentran emparentadas con los arquetipos o mitos dominantes de acuerdo a la época. Infinidad de caricaturistas, dibujantes y escritores crearon protagonistas donde la caracterización del ‘sexo débil’ responde al momento que se vive”.
Y agrega, “existen varios casos donde las figuras de las mujeres se describen por la fuerza de su personalidad por sí solas, aunque se encuentren dentro de un arquetipo, un claro ejemplo son: doña Pepita, mamá del Panzas en Los Supersabios, doña Borola en La familia Burrón y doña Eme, la beata del pueblo en Los Supermachos”.
En los tres casos los autores del argumento y el dibujo fueron hombres: German Butze, Gabriel Vargas y Eduardo del Río (Rius).
Hay dos posibilidades de tratar a la mujer en la historieta, desde el punto de vista de Rius: apegándose a la realidad idealizando un poco su figura, así lo explica en el reportaje “El papel de la mujer en la historieta…”
“En el primer caso habría que reflejar su situación de explotada, decir como todo el mundo se aprovecha de ella, la convierten en un objeto sexual o se encuentra fanatizada por la religión (como sucede en sus historietas). En el segundo, sería una mujer ideal, liberada, que no depende de la moda, ni de la televisión”.
Para Rius hay otro tipo de mujer que aparece en las historietas, “no en las mías” aclara, la supermujer que toma vida en la fantasía del autor.
Y concluye, “no puede haber un mundo sin mujeres. Hay historietas donde no aparecen ellas, pero en general son indispensables para todo”.
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