“Fui dibujante monero por accidente”...lo mio, fueron las palabras
Por la redacción
México, DF, 1 jun 10 (CIMAC).- Esta es la continuación de la entrevista que en 1986 hizo nuestra compañera Carolina Velázquez a Gabriel Vargas, historietista mexicano quien falleció el pasado 25 de mayo, dibujante autodidacta y creador de uno de los cómics más importantes en México: La familia Burrón y su personaje central Borola Tacuche, esposa de Regino Burrón.
La entrevista fue publicada en 1987 y reproducida en el libro “100 entrevistas, 100 personajes” que PIPSA (Productora e Importadora de Papel) publicó en 1991.
Gabriel Vargas, oriundo de Tulancingo, Hidalgo, también fue autor de otra historieta importante en los años 30: Don Jilemón Metralla y Bomba
GABRIEL VARGAS, SU OBRA
Segunda de tres partes
Por Carolina Velázquez
¿A qué edad empezó a dibujar?
“Soy autodidacta y sólo llegué al sexto año de primaria. Dos años antes gané el segundo lugar en un concurso mundial en Osaka, Japón, con un dibujo de las calles del Zócalo y otro de Xochimilco. Nunca tuve tiempo de ser pintor. Eso es algo que nada más los elegidos pueden hacer. Quedé huérfano de padre a los cuatro años, con una familia de 12 hermanos, así que al salir de la primaria me lancé a trabajar en (el periódico) Excélsior.
“Mi madre me inscribió en la secundaria, pero yo no iba. Un día descubrí que en la SEP había un departamento de Dibujo y Trabajos Manuales que dirigía Juan F. Olaguíbel, el autor de la estatua de la Diana Cazadora. Pasé un mes dibujando en el taller y en la escuela me borraron de la lista. Cuando mi madre se enteró me dio de coscorrones. Al salir de la primaria, a escondidas hice un dibujo grandote de más de cuatro mil figuras: El día del tráfico, y otro que se llamó Construcción de la Catedral de México. Dibujaba en las noches, abajo de la cama, con la luz de una vela, para que nadie me viera.
“Por consejo del director de la primaria, acudí a la SEP a mostrar mis dibujos al secretario de Educación Pública. Todos los días me paraba en la puerta hasta que en una ocasión hablé con el jefe de Bellas Artes. Cuando le extendí los papeles no lo creía. Mandó llamar a un señor que se llamaba Alfonso Caso y dijo: ‘¡Esto es un códice, este muchacho debe ser estimulado!’.
Le pidieron autorización a mamá para becarme en Francia. Al acercarse el día de la partida a Europa me fui enfermando. Quince días antes de salir a Veracruz empecé a llorar y llorar. A cambio de la beca en la SEP me dieron dos cartas. Una para Ernesto García Cabral y otra para Mariano Martínez. Ambos trabajaban en Excélsior y eran muy famosos en esa época.
“A los 16 años hice una historieta que levantó ámpula: La vida de Cristo. Eran tiempos en que estaba prohibido el proselitismo religioso. Yo lo ignoraba, por eso acepté hacerla para (el periódico) Novedades. Escribí el texto arriesgándome a pasar el ridículo más espantoso. Nunca antes había escrito, hasta que la prohibieron. Una tarde al salir de Excélsior un jeep me llevó a la policía. Estuve encerrado hasta el día siguiente en que llegó a sacarme don Ignacio Herrerías. Querían saber para quien trabajaba. No creían que el autor de la historieta era yo”.
¿A qué atribuye su éxito como historietista?
“Fui dibujante monero por accidente. Lo mío siempre han sido las palabras. Soy producto de una maroma que dio mi vida. Siendo ilustrador de publicidad me invitaron a participar en un concurso de historieta para niños que organizó la Editorial Panamericana. Me inscribí al final, por la insistencia de un amigo: ‘Eres gracioso para hacer tus chistes. Ese humor lo debes canalizar en algo. Trabajas como ilustrador, pero erraste el camino’, me decía.
“Cómo iba a entrar si no era monero. Además, me cohibía concursar con algunos de los mejores dibujantes de la época (1937): Ernesto García Cabral, Andrés Audiffred, Acosta Coyantes, Rafael Freyre, entre otros. La empresa exigía que ilustráramos cuentos españoles de la editorial Calleja para de ahí tomar el argumento. A todos les entregaron libros con diferentes animales, a mí me tocó un gusano. Me entristecí.
“Walt Disney hacía ilustraciones maravillosas para (el periódico) El Universal con esa figura. Así que desarrollé otra idea a mi manera. La historia se llamaba El sueco rojo y trataba de varios gusanos que vivían en un zapato de madera. Inventé uno con sombrero de charro, cobija al hombro y pistola al cinto. Gané el premio a los 16 años. Cuando lo supe no lo podía creer.
“Obtuve el primer lugar por el texto, no por el dibujo. Dejé de ser ilustrador para convertirme en monero. García Valseca (dueño del periódico El Sol de México) me ofreció trabajo y de siete pesos que ganaba a la semana en Excélsior, por dibujar y redactar. Pasé a un salario de mil pesos semanarios”.
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