6/03/2010

Entre la convicción y la desesperación



Rosalía Vergara

La actitud combativa de los sindicalistas del SME que pugnan por conservar su fuente de trabajo no se ha traducido todavía en logro alguno. En el caso de quienes se mantienen en huelga de hambre en el Zócalo de la Ciudad de México, su salud se deteriora tan rápido como la credibilidad del gobierno calderonista, que sigue sordo, insensible ante las demandas de los electricistas... En la crónica que aquí presentamos, la reportera de Proceso cuenta con detalle lo que vio y escuchó durante más de 24 horas de estadía en el campamento de huelguistas del SME.

MÉXICO, D.F., 2 de junio (apro).- “¿Hasta cuándo saldré de aquí? Hasta que pierda la conciencia”, dijo Miguel Ángel, y lo mismo sostuvo María del Rocío, ambos integrantes del Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) que se declararon en huelga de hambre en protesta por la liquidación de Luz y Fuerza del Centro (LFC). Pero después de más de 20 días tuvieron que salir del campamento por problemas de salud.

Al igual que ellos, por lo menos 17 de los 93 manifestantes se han retirado por problemas de salud, algunos graves. Rocío prometió volver cuando se la llevó la ambulancia porque se le bajó la presión y se sentía mareada, pero sólo Miguel Ángel regresó.

Por convicción o desesperación, los 86 electricistas que permanecen en huelga de hambre comparten sus ideas y viven lo más cómodamente posible en el campamento instalado por el SME frente al Palacio Nacional y a un costado de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN). A veces, por las tardes, los electricistas reciben masajes de aceite de azahar para evitar que se les cuartee la piel por permanecer por mucho tiempo inmóviles en sus catres. Así esperan que el máximo tribunal resuelva el amparo interpuesto por el sindicato contra la liquidación de la empresa.

Del 18 al 19 de mayo, la reportera pernoctó con los electricistas. Débiles y cansados, están convencidos de que su lucha es contra el gobierno de Felipe Calderón. Diariamente su dirigente, Martín Esparza, los pone al tanto del litigio.

Cuando se les pregunta cómo va su lucha, los vigilantes y los organizadores del campamento, así como los huelguistas, manifiestan su confianza en que recuperarán su empleo en LFC porque la ley les dará la razón. Inquieta su seguridad convertida en consigna. En un mitin, el excandidato presidencial Andrés Manuel López Obrador gritó: “¡El SME se queda, Calderón se va!”

El Gobierno del Distrito Federal les ha brindado asistencia médica, víveres y agua. Con ese precario apoyo, a cualquier hora y principalmente ante los medios de comunicación, despotrican contra el gobierno federal. Lo acusan de haberles arrebatado su patrimonio, dejarlos sin empleo y condenarlos a pasar su vejez vendiendo chicles, limpiando parabrisas o en cualquier otro empleo informal.

También se burlan de los electricistas que aceptaron su liquidación porque los están subcontratando “para podar árboles”.

En la medianoche del 20 de mayo los huelguistas cierran las carpas para dormir en sus catres. Minutos antes terminó el prolongado discurso de Esparza sobre el proceso jurídico. Hace frío, los encargados de seguridad se organizan para cubrir con plásticos los rincones de las carpas por donde se cuela el viento.

Siguen llegando donativos. El último fue de cuatro paquetes de propaganda impresa en los talleres gráficos del Partido del Trabajo. Es una historieta escrita e ilustrada por el caricaturista Rafael Barajas, El Fisgón, titulada De cómo fue el proceso de liquidación de Luz y Fuerza. Adrián, el donante, les pide que vayan por el resto del material a los talleres, ubicados en la colonia Bondojito.

La noche pinta tranquila, por lo menos ahora no hay agresiones como las que han reportado en el campamento. Hugo Ortega, uno de los coordinadores, se retira poco después de que Martín Esparza se va a su casa. Daniel Pineda, otro encargado, duerme en una de las tres carpas destinadas a los hombres, pues también está en huelga de hambre.

A las 3:00 horas se propaga una alarma: el huelguista Héctor Iriarte se queja de dolor de estómago. Los médicos lo auscultan y, cuando sus compañeros se aprestan a llamar una ambulancia, logran estabilizarlo.

Prevalece la inquietud porque horas antes los paramédicos del Escuadrón de Rescate y Urgencias Médicas (ERUM) de la Secretaría de Seguridad Pública (SSP) se llevaron a María del Rocío Higuera a la Clínica 26 del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), porque se sintió mal. Estuvo acostada en su catre todo el día porque se le bajó la presión y se mareó.

Su salida fue emotiva. Todos los huelguistas hicieron una fila desde la carpa donde pernoctaba hasta la salida del campamento, iluminados por las luces intermitentes de la ambulancia A8-069. Rocío salió entre aplausos, en camilla, llorando, con una mano cubriéndole la boca. Prometió que iba a volver...

Un día de protesta

María del Rocío tiene 56 años. El pasado 1 de mayo decidió sumarse a la huelga de hambre de sus compañeros electricistas, desafiando a sus cuatro hijos, que no estuvieron de acuerdo. Para convencerlos se comprometió a dejar la protesta cuando se sintiera mal, pero un día antes de que se la llevaran al IMSS le comentó a la reportera que no pensaba cumplir esa promesa: “A mí me sacan de aquí al hospital o al panteón”.

Esta causa es tan importante para Rocío porque le entregó 20 años de su vida al trabajo en LyFC, como oficinista del Departamento de Obras Civiles del sector San Lázaro. Es madre soltera; su hijo menor tiene 16 años y depende de ella.

Llevaba 20 días comiendo miel y culpando al gobierno calderonista de haberla orillado a declararse en huelga de hambre porque con el decreto le quitó “todo lo que tenía”. Hace un resumen de su situación: “Me quedé en mi casa con 56 años de edad y sin trabajo. A esta edad ¿quién me va a emplear?” Aunque dice estar confiada en que su movimiento alcanzará su objetivo de recuperar los empleos, asegura que si el SME pierde esta lucha por lo menos le quedará la dignidad y podrá ver a sus hijos “de frente” porque esta lucha “es por ellos”.

Ya de día, se corre la voz de que Héctor también se sintió mal. Los cuatro sindicalistas que relevan a la guardia nocturna preguntaron por la salud de Rocío. Nadie tiene nueva información.

Las mujeres huelguistas despiertan y enseguida, una por una, salen de su carpa con una toalla colgada en los hombros y una bolsa donde llevan champú, jabón, cepillo y pasta dentales: se preparan para bañarse en una cabina de madera con regadera, agua caliente y drenaje de PVC que desagua en las coladeras de la Plaza de la Constitución.

Lo mismo hacen los hombres en un baño en forma de casa donde se instalaron seis regaderas para su servicio. La mayoría usa camisetas de distintos colores, estampadas con consignas políticas o con el escudo del SME.

A las 9:00 horas comienza la visita. Familiares y amigos entran al campamento después de lavarse las manos con gel antibacterial y colocarse un cubreboca. El cerco de seguridad fue recomendado por médicos enviados por el gobierno capitalino después de que Miguel Ángel se enfermó de gripe, le salió sarpullido en los brazos y le diagnosticaron varicela (cuadro clínico que fue descartado por doctores del IMSS).

Dentro o afuera de las carpas, los huelguistas reciben a sus visitas; sus madres los abrazan, las esposas les llevan a sus hijos; les dejan ropa limpia y se llevan la sucia.

De pronto, unos gritos llaman la atención. Son alrededor de 300 miembros del Movimiento Popular El Barzón, encabezados por Crecencio Morales, que llegaron en una veintena de autobuses. Alrededor de las 6:00 horas paralizaron el tránsito en la carretera México-Pachuca, en apoyo al SME. Con las manos limpias y provistos de cubrebocas, Morales y otros seis barzonistas entran al campamento, no sin antes registrarse en la carpeta roja de los “personajes distinguidos”.

Entre consignas –una de ellas “SME y Barzón, un solo corazón”–, Crecencio Morales se compromete a que todos los jueves paralizarán las carreteras federales México-Querétaro, México-Puebla y México-Cuernavaca como muestra de solidaridad. Los huelguistas le prodigan aplausos.

Ruta improvisada

La ovación recuerda a la que le otorgaron un día antes, el 19 de mayo, al “presidente legítimo”, Andrés Manuel López Obrador.

Al grito de “presidente, presidente”, los electricistas agradecieron las muestras de solidaridad del tabasqueño, quien emplazó a la SCJN a resolver con justicia el caso del SME. El huelguista Celestino Obando Salvador le dio la bienvenida y le pidió que vuelque a su ejército de simpatizantes del movimiento en defensa de la economía popular a sumarse a la lucha del SME.

El acto fue presentado por el vocero del sindicato, Fernando Amezcua, quien no se ha sumado a la huelga de hambre después de que abandonó el campamento el 10 de mayo para ir a Caracas, Venezuela. Fue “por motivos de agenda”, lo justificó entonces Martín Esparza.

Al terminar el barullo provocado por López Obrador, los huelguistas regresaron a sus carpas. Unos leían periódicos, otros escuchaban música en su celular o en sus Ipods. A las tres de la tarde salieron para recibir a las viudas de los mineros que fallecieron en la mina Pasta de Conchos en febrero de 2006.

Carlos Rodríguez, miembro del Centro de Acción y Reflexión Laboral (Cereal), manifestó el apoyo de las viudas y familiares de los mineros al SME; esta vez el acto fue coordinado por Daniel Pineda porque Amezcua ya se había ido.

Enseguida Ferrer Galván, presidente de la Liga Nacional de Comités en Resistencia, les dio una plática sobre desobediencia civil. Se remontó a las acciones encabezadas por el Mahatma Ghandi en la India y terminó con la invitación a los huelguistas para que dejaran de consumir productos Bimbo porque no son nutritivos y sólo engordan. Vestido con un elegante traje gris y una camisa rosada, también los exhortó a crear una cooperativa textil cuando terminen su huelga de hambre para confeccionar su propia ropa y dejar de gastar en ropa de marca.

Alrededor de las 18:00 horas Esparza visitó carpa por carpa para explicar cómo iba la defensa jurídica del sindicato.

A medianoche se despidió de los huelguistas y de los simpatizantes que lo esperaban fuera del campamento. Prometió volver al día siguiente, el jueves 20, a las 9:00 horas, pero llegó alrededor de las 11:30.

Transcurrió el tiempo. Conforme se ocultaba el sol, la gente seguía llegando al campamento para participar en la marcha “en pro de la huelga de hambre” que el SME realiza todos los días, por distintas rutas, en el primer cuadro de la Ciudad de México.

Esta vez se juntaron alrededor de 300 personas y marcharon por la avenida Plaza de la Constitución, a la altura de Palacio Nacional, hasta cruzar por la calle Monte de Piedad. Doblaron en la avenida Tacuba y se detuvieron en la estación del metro Allende, donde lanzaron consignas: unas para invitar a la gente a no pagar la luz y otras para exigir un “alto al gasolinazo”.

Custodiados por elementos de la Policía de Tránsito del gobierno capitalino, los electricistas improvisaron la ruta. Dieron vuelta en Bolívar hasta República de El Salvador, gritando: “Con este desmadre, el PAN chingó a su madre”.

Regresaron al Zócalo por la avenida 20 de Noviembre. En la esquina con Plaza de la Constitución colgaron una manta: “Calderón: Tú puedes evitar un movimiento social ¡Renuncia! SME”. Luego cruzaron la avenida y se incorporaron al campamento, ya custodiado por extrabajadores del área de cobranza, mantenimiento y oficinistas varios de LFC, apoyados por miembros del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y del Movimiento Nacional por la Esperanza, agrupación liderada por René Bejarano, que instalaron sus propias carpas alrededor del plantón del SME.

Como la consigna es no consumir alimentos, buena parte de los donativos consisten en miel, sueros, agua embotellada y víveres como papel higiénico, barras de jabón y medicamentos. Durante las 24 horas que estuvo presente la reportera, constató que Enriqueta Chávez, de la Resistencia Civil Pacífica, y Lenin Cortés, subsecretario de Asuntos Religiosos del gobierno capitalino, hicieron donaciones en especie. Una ancianita entregó los 50 pesos que cada tercer día aporta desde el inicio del plantón.

Los recursos así recabados se guardan en una carpa que funge como almacén. Es pequeña y casi ya no caben más botellas de agua, jabones, papel higiénico, aromatizantes y productos de limpieza.

Cada tercer día el Heroico Cuerpo de Bomberos del Distrito Federal llena de agua dos tinacos de mil litros que abastecen el campamento, sobre todo los seis baños. Dos de éstos se reservan para los visitantes y el resto para los huelguistas; igual número para hombres que para mujeres.

De vez en cuando la Brigada 9 de la Asamblea de Barrios recorre la Plaza de la Constitución en un camión y vocea consignas de apoyo al SME.

Entre tanto, Hugo Ortega, juez de la Comisión Autónoma de Justicia del SME y coordinador del campamento, atiende a los reporteros que solicitan entrevistas. Los camarógrafos toman imágenes de las mujeres, los fotógrafos centran sus lentes en las personas recostadas en los catres. Les interesan también los momentos en que los electricistas gritan consignas.

Más tarde, tres mujeres se sumaron a los ayunos de 12 horas que diariamente realizan los electricistas para alentar a sus compañeros que permanecen en huelga de hambre.

Esa noche Martín Esparza confió a la reportera que estaba planeando emplazar a la SCJN para que lo más pronto posible resuelva el amparo interpuesto por el SME el 24 de marzo contra la liquidación de LFC, pues el 17 de mayo el periódico La Jornada publicó que los magistrados resolverían el caso hasta julio.

Como los huelguistas están decididos a permanecer en huelga de hambre hasta entonces, el doctor Alfredo Verdiguel, cirujano de profesión y jubilado de LFC, donde trabajó en el área de fábricas y talleres, advirtió que no aguantarían otro mes sin alimento: “En 30 días tendrán más problemas, podrían infartarse, sufrir insuficiencia renal o quedar inconscientes”.

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