5/18/2011

Las setecientas

Ileana Alamilla
Hace pocos días, con el impulso de feministas reconocidas, entre ellas Ana Silvia Monzón, Walda Barrios y Patricia Galicia, se llevó a cabo el II Encuentro Mesoamericano de Estudios de Género y Feminismos, una actividad que tuvo tanto éxito que rebasó las expectativas de las organizadoras, quienes con pocos recursos y gran decisión llevaron a buen final su objetivo.

Según han calculado, fuimos más de 700 las asistentes, entre las que se encontraban académicas, activistas indígenas, afrodescendientes, mestizas, comunicadoras, radialistas, y periodistas. El símbolo: la mujer escriba; sí, ese personaje de la antigüedad, probablemente la antecesora de las notarias de hoy.

Algunos notarios se indignarán y asegurarán que los escribas eran hombres, esos eruditos en quienes radicaba tanto poder, pero esa mujer escriba es nuestro referente y fuente de inspiración para recuperar, en la historia, el valor de nuestra palabra, de nuestra escritura, de nuestro conocimiento. No todo lo que se ha escrito como historia es la verdad.

En la tradición oral, también fuimos nosotras quienes desarrollamos el lenguaje, lo ampliamos, se lo hemos enseñado a nuestros hijos (as) y a hijos ajenos (as). Somos diversas en nuestro pensamiento, sentimientos y actitudes. Nos juntamos para escuchar, pero también para hablar, debatir, disentir, converger y proponer. Ese fue el gran mérito del Encuentro.

Entre la multiplicidad de temáticas abordadas hay siempre denominadores comunes, identificados como un freno para la libertad y la autonomía de las mujeres, para la construcción de la democracia y para alcanzar la justicia con equidad. Y aunque es indiscutible que la violencia en todas sus manifestaciones nos afecta a todos y todas, en nuestro caso se ve exacerbada por las condiciones estructurales y actitudes indeseables.

Las mujeres, en su mayoría, tienen poco acceso a una serie de satisfactores, bienes y servicios. El sistema se confabula para mantenerlas en la marginalidad. La discriminación de hecho es la que prevalece, aunque la norma jurídica formalmente la niegue. Hay poca sensibilización hacia las condiciones de inequidad en la que las mujeres deben ejercer sus derechos y su ciudadanía.

Según datos del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, las mujeres indígenas son las que presentan mayores niveles de exclusión y quienes tienen menores índices de desarrollo humano. Solamente un 25 por ciento de mujeres forma parte del 10 por ciento de personas con mayor ingreso, pero de las personas con menor ingreso, 75 por ciento son mujeres.

En el empleo urbano, las mujeres en Guatemala necesitan seis años más de educación formal que los hombres para tener el mismo ingreso por el mismo trabajo. En el empleo rural asalariado, el número de mujeres es casi dos veces mayor que el de hombres, debido a que tienen menores oportunidades de acceso que ellos a la propiedad de la tierra y a los recursos tecnológicos y financieros. Todo esto nos preocupa, sus sufrimientos y problemas también son nuestros.

Este evento provoca reflexión e inspira esperanza. “La renovación del pacto para continuar la lucha por la vida, por el buen vivir, en todos los espacios, desde la casa hasta el Estado, en el trabajo, en las fábricas, en el campo, en las organizaciones sociales, en la escuela y las universidades”, con que termina la declaración final, ya no es sólo un mensaje de ternura. La faena va avanzada ¡Felicitaciones!

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