Al no tener papeles, no puede usar el título universitario que consiguió con enormes sacrificios, por lo que trabaja de camarera y vive en una casa rodante. Pero no se entrega y es una militante inquebrantable de la causa de los indocumentados.
TERRA/EFE
La lucha y los logros de Isabel Castillo son tan sorprendentes que una universidad californiana le concedió un doctorado honorario.
Castillo, una mexicana de 26 años, recibía el viernes un doctorado honorario en letras de la Universidad de San Francisco por su militancia en favor del proyecto de ley llamado Dream Act, que otorgaría la residencia legal a muchos jóvenes como ella, que fueron traídos al país ilegalmente por sus padres cuando eran niños.
Castillo se graduó de trabajadora social con altas calificaciones, pero se desempeña como mesera en Harrisonburg, Virginia, porque al no tener papeles no puede ejercer su profesión.
Su vida es una sucesión de victorias sobre la adversidad y refleja un compromiso total con la causa de los indocumentados, que la llevó a sobresalir como militante, oradora y promotora del Dream Act, tanto dentro como fuera de su estado.
Para obtener los beneficios del Dream Act, los indocumentados jóvenes deben tener un diploma de secundaria o equivalente, y haber cursado dos años en una institución educativa superior o alistarse en las fuerzas militares. Deben también haber tenido menos de 16 años cuando llegaron a Estados Unidos…
“Estoy impresionado con la manera como pone en riesgo su vida al abogar abiertamente por la aprobación del Dream Act”, dijo el rector de la Universidad de San Francisco Stephen A. Privett durante una entrevista reciente con The Associated Press. “Es una joven muy segura y osada, brillante, comprometida con la vida, que le ha truncado las oportunidades debido a una prohibición ridícula”.
“Honramos a Isabel para llamar la atención de la comunidad a esta propuesta que apoyamos y que pide la legalización de estudiantes como ella”, señaló el rector de la universidad fundada en 1855…
La historia de Castillo como indocumentada comienza en 1991, cuando tenía seis años. Ella y sus padres, procedentes de Michoacán, ingresaron ilegalmente a Estados Unidos en auto, según contó Castillo a la AP. La familia se instaló en una casa rodante y la necesidad hizo que Castillo ayudara a su mamá de niña a vender tacos.
"Siempre ha sido ahorradora. Desde que tenía cinco o seis años. Así ha juntado dinero para pagar sus estudios y, claro, también le ayudaron, pero ella hizo lo demás", dijo Amparo Saldivar, madre de Castillo. "Por eso me da tristeza de que no pueda trabajar en lo que estudió, porque ha sufrido mucho".
En su humilde vivienda, Castillo desarrolló el espíritu dinámico y servicial que luego le servirían como activista y estudiante en la Universidad Menonita Eastern.
"Es dinámica, muy activa, estricta. Le gustan las cosas bien hechas y no le gustan las injusticias", dijo la madre. "Es inteligente, risueña. Es la alegría de sus amigos y cuando tenemos fiesta, es la alegría de la fiesta".
En Harrisonburg, la joven se graduó de la secundaria Turner Ashby y decidió seguir estudiando, a sabiendas de que difícilmente podría ejercer su profesión por no tener papeles.
"Ha sido difícil pero no tengo miedo porque no soy delincuente", dijo Castillo, quien trabaja de mesera los fines de semana. "Si me deportaran sería como regresarme a un país extraño porque este país es mi hogar".
Para ahorrar dinero para la universidad, Castillo cuenta que trabajó como mesera de nueve de la mañana a diez de la noche, seis días a la semana, durante todo un año después de terminar la secundaria. El séptimo día trabajaba de nueve a tres.
Luego de tres años y medio, se graduó con altos honores en trabajo social.
"Siendo bilingüe, siempre me ha gustado ayudar a la comunidad, más que nada por experiencia propia, al ver lo difícil que es para un inmigrante vivir aquí, sin conocer el país, la cultura, el idioma", dijo.
Cuando cursó sus estudios superiores, trabajó 30 horas a la semana como mesera y en la universidad. También perdió el miedo y la vergüenza, y pidió becas a empresarios e iglesias, recordó.
"Tuve la ayuda de la comunidad y de profesores. Pero tuve que abogar por mí misma y pedir ayuda y becas", dijo.
Como no ha podido conseguir trabajo en su campo, va a vivir con su hermana mayor Laura y su hijo Alexis en una casa rodante. Volverá a trabajar como mesera, cajera en un restaurante de hamburguesas e intérprete y tramitadora de documentos para inmigrantes.
"A veces llevaba gente a las oficinas de inmigración. Qué irónico, ¿no? Es un poco loco. Yo que no tengo papeles llevando a gente a inmigración. Pero no tengo miedo, quizás por eso hago lo que hago", dijo. "Lo que va a pasar, va a pasar. No soy delincuente y no tengo por qué esconderme".
Se graduó de la universidad en el 2008, pero recién la semana pasada recogió su diploma.
"Acabo de recoger mi diploma, después de tres años. No podía recogerlo hasta pagar todo y hoy hice el último pago", agregó Castillo muy contenta el viernes pasado.
En octubre de 2009 creó en el poblado donde vive un grupo pequeño de "dreamers" (soñadores), como se hacen llamar los jóvenes indocumentados que podrían beneficiarse del Dream Act.
El año pasado, durante una reunión comunitaria, Castillo habló con el gobernador de Virginia Bob McDonnell, republicano que aboga por duras políticas contra los indocumentados.
También ha liderado manifestaciones en la capital del país y ha declarado como inmigrante ante un subcomité de la cámara baja del estado.
"Pedimos firmas en favor del Dream Act aquí en Harrisonburgh y cientos de personas firmaron. Las presentamos ante el concejo municipal y aprobaron una resolución unánime en favor del Dream Act", recordó. "También hicimos la primera marcha en favor de inmigrantes en Harrisonburgh y llegaron más de 300 personas, y este es un pueblo muy conservador. Fue un gran logro para nosotros".
Ahora se dedica a promover el Dream Act hablando sobre su vida, los obstáculos que tuvo que superar y las oportunidades que está perdiendo por no tener documentos. Recientemente habló en una escuela intermedia de su pueblo, en la facultad de leyes de la Universidad de Virginia y en el Rotary Club de Winchester.
Su vida y su militancia son una inspiración para otros "dreamers" como Iván Soto, de 18 años, amigo de Castillo que va a la misma secundaria donde ella se graduó.
"Estoy tan motivado, tan animado por ella. Digo que si ella lo pudo hacer, yo también lo puedo hacer. Me da energía para pelear por una buena causa y seguir adelante", dice el estudiante, quien quiere estudiar administración de empresas o computación.
Si aprobaran el Dream Act o legalizara su estatus migratorio --ha solicitado la residencia a través de su padrastro--, Castillo dice que estudiaría una maestría.
"Si no sigo estudiando es porque no tengo dinero y no dan becas para maestrías. Mientras tanto, a seguirle peleando por el Dream Act", dijo.
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