MÉXICO, D.F., 16 de mayo (apro).- Los heridos por cuchillos y armas de fuego en el estadio Morelos, tras la violencia que se inició con la cobarde agresión del jugador argentino Christian Jiménez a un aficionado que con insensatez invadió la cancha, durante la semifinal de Monarcas contra Cruz Azul anoche, es otro síntoma de que algo --quizá todo-- está podrido también en el futbol mexicano.
Además del profesionalismo y la respetabilidad de que gozaba Giménez entre la afición desde que llegó al Pachuca se derrumbó anoche por la agresión contra el irresponsable muchacho que invadió la cancha y que dio lugar a una gresca que escaló a la tribuna y que tiene a dos aficionados en peligro de muerte.
Hay que recordar que ya hubo un muerto vinculado al futbol: En febrero de 2007, murió Ignacio Loyola fue del estadio Jalisco, en condiciones que jamás fueron esclarecidas por las autoridades.
La riña en la cancha del Morelos ratificó, también, el carácter patológico de Jesús Corona, el portero del Cruz Azul que ya había dado muestras no solo de su iracundia, sino de su pobreza moral: Agredió a una persona en un bar, en febrero de 2010, y culpó a su primo, una treta que pronto se desbarató y se le dio de baja en la Selección Mexicana que fue al Mundial de Sudáfrica.
A Corona se le sanciona otra vez, por el cabezazo al preparador físico de Monarcas, Sergio Augusto Martín, con la baja de la Selección Mexicana que disputará la Copa Oro, pero su carrera ya está acabada. Como a él, la directiva del Cruz Azul debe despedir al “Chaco” Giménez para siempre.
Pero así como es remoto que esto ocurra, sobre todo porque la de Cruz Azul es una directiva corrupta –como se ha documentado en Proceso--, tampoco se aprecia posible que la Federación Mexicana de Futbol y las autoridades de los tres niveles de gobierno actúen para neutralizar o, al menos, evitar la escalada de violencia en los estadios y fuera de ellos al concluir los juegos.
Apenas el sábado 7 de mayo, centenares de enardecidos aficionados de León invadieron la cancha del estadio Nou Camp, tras la derrota del equipo local ante Tijuana, en un episodio de violencia que puso en riesgo sobre todo la integridad de los niños. Las fuerzas de seguridad, de por sí ineptas, la emprendieron también contra la afición en general.
Ya antes, en la liguilla por el ascenso en la segunda división del futbol profesional –eufemísticamente llamada Primera A— se presentaron comportamientos aberrantes en el Bajío: La rivalidad entre el León y el Irapuato --que ya se coronó campeón y esta semana disputará el ascenso ante Tijuana--, implicó la instauración de un Estado de sitio de facto en esta última ciudad.
En efecto, en el juego contra León, la autoridad municipal –con la anuencia de la estatal, panistas ambas--, colocaron puestos de control para evitar que aficionados leoneses pudieran ir al estadio, lo que contraviene la libertad de tránsito consagrada en la Constitución. Y a los que lograron hacerlo, la autoridad no se hizo responsable de su seguridad.
En el estadio de Ciudad Universitaria ocurre algo, también, muy peligroso: La venta indiscriminada de cerveza por parte de miembros de una de las porras al final de los juegos, luego de que dentro se suspende iniciado el segundo tiempo. Esta conducta goza de la protección del delegado perredista de Coyoacán, Raúl Flores, pero también del propio rector, el priista José Narro.
La violencia es cada vez mayor en México: En noviembre del año pasado, por ejemplo, fuera del estadio Azteca cinco personas resultaron heridas, una de ellas con la pérdida de dos dedos de una mano, por el estallido de un petardo. Antes, en enero de 2003, un aficionado de las Chivas perdió un ojo también por el estallido de un petardo que estalló en las tribunas del estadio Jalisco.
Las agresiones contra los jugadores desde la tribuna son, también, constantes y quedan en la impunidad, siempre, lo que alienta a su permanente comisión en todos los estadios.
Los propietarios de los equipos ni las autoridades han sido capaces de establecer mecanismos de vigilancia que disuadan a los aficionados de cometer actos de violencia y sancionar a quienes en ellos incurran. Los primeros prefieren no invertir y los segundos hacen como que vigilan.
Un ejemplo evidencia el absurdo: Al momento en que un jugador cobra un tiro de esquina, los escudos de los policías lo tratan de proteger de los proyectiles, en vez de que esos elementos se coloquen en los pasillos para inhibir el envío de éstos y arrestar a quien lo haga.
De algo puede servir lo ocurrido en el estadio Morelos, la noche del domingo: Deponer la simulación, tan característica de la vida pública de México, y comenzar acciones de prevención de una violencia semejante a la que atormenta el país, o seguirá la putrefacción…
Apuntes
Para ser campeones, los Pumas deben hacer lo que mejor hacen: Jugar con alegría. Y vencerán a Monarcas, el equipo de Felipe Calderón y su hermana Luisa María, la impuesta candidata del PAN a gobernadora…
Comentarios: delgado@proceso.com.mx
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