En SEATECH se procesa atún que es consumido en Europa, y al mismo tiempo se enlatan y enfrían los sueños de sus trabajadoras. Esta empresa que en su publicidad global se ufana de cuidar a los delfines, mantiene una carnicería humana en la ciudad de Cartagena.
Entrevista con Elvira Luna Ricardo: “Los médicos dicen que uno debe acostumbrarse al dolor. La idea es aterradora, pero lamentablemente es verdad”
-¿Trabajabas en SEATECH?
-Sí. Hasta que, hace dos años, me diagnosticaron tres enfermedades profesionales y no pude continuar con mi labor.
-¿Qué enfermedades?
-Tenosinovitis de Querbain, afección del túnel Carpiano y cervicobraquialgia.
-¿Cuáles eran tus tareas en la empresa?
-Operaria, y mi función era limpiar el atún. Teníamos una producción controlada que cumplir y la presión era muchísima.
Trabajábamos con movimientos repetitivos constantes. Teníamos jornadas de más de 16 horas con solamente diez minutos de descanso en la mañana y media hora para comer en la tarde. ¡Tremendo!
-¿Cómo era tu rutina en aquellos días?
-Me levantaba a las 4:30 de la mañana para dejar las cosas prontas para mis hijos. Había días que terminábamos de trabajar recién a las doce de la noche, y sabíamos que al otro día teníamos que estar de pie antes de las cinco.
Me iba y mis hijos estaban dormidos, y cuando volvía a la casa, la mayoría de las veces dormían también.
-¿Trabajabas de lunes a viernes?
-A veces los sábados también. Esto nos daba sólo un día para recuperarnos y descansar, pero yo tenía que dedicar los domingos a las tareas de la casa que durante la semana me era imposible realizar…
-Y todo ello comenzó a afectar negativamente tu salud…
-Sí. Comencé con dolencias en las muñecas. Pasaba por etapas de hinchazón, dolor e incluso adormecimiento. Luego los síntomas empeoraron hasta que ya no pude continuar con mis actividades normales.
-¿Y cuándo comenzaste a tratarte?
-Demoré mucho en consultar con los médicos porque tenía miedo de perder el empleo. Soy madre de tres niños y cabeza de familia, y no podía darme el lujo de quedar desocupada. Una de mis niñas es sordomuda y ciega de uno de sus ojos. Precisa cuidados especiales y yo era la única fuente de ingresos de mi hogar. Intenté continuar trabajando hasta el final, hasta que no pude más. Concurría casi a diario a enfermería para que me administraran calmantes, pero al final el dolor me venció.
-¿Cuándo te diste cuenta de que ya no podías continuar trabajando?
-Cuando el dolor empeoró la idea de ir todos los días a trabajar era torturante. Por las mañanas el dolor era insoportable, pero debía juntar fuerzas para ir porque sabía que si no me presentaba me despedían. Hay muchas compañeras que están enfermas y tienen miedo de hablar. Yo me decidí porque no aguantaba más. Estaba muy deprimida. Tenía días de tanto dolor y tristeza que lloraba por casi cualquier cosa.
-¿Por qué crees que la empresa se maneja de esta manera, con tanto desprecio hacia sus trabajadores?
-Tiene estándares de producción y su única preocupación es alcanzarlos. Con ese número en la cabeza nos hacen trabajar como si fuéramos esclavos, y si nos enfermamos simplemente nos despiden y reemplazan. Uno interesa como empleado mientras pueda producir. Si la producción baja, no importa el motivo, uno debe irse.
-¿Cómo estás ahora?
-El dolor es tan insoportable que no puedo dormir. Puedo calmarlo con ciertos medicamentos, pero el dolor es crónico y no desaparece. Es una enfermedad degenerativa. Incluso ahora he empezado con dolores en las rodillas por las jornadas interminables trabajando parada. Los médicos dicen que uno debe acostumbrarse al dolor. La idea es aterradora, pero lamentablemente es verdad.
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