5/16/2011

Hasta la madre de sangre... y de mierda

Una revisión crítica de las protestas por la paz y de los aprovechamientos que de ellas se hacen, lo mismo desde la sociedad que desde el gobierno; la violencia viene de lejos, y continuará.

Marcha contra la inseguridad en la Ciudad de México, el 30 de agosto de 2008.
Marcha contra la inseguridad en la Ciudad de México, el 30 de agosto de 2008. Foto: Arturo Bermúdez

Roberto Rueda Monreal

VIOLENCIA EN “YO”.- Hace unos meses quise escribir un artículo sobre lo molesta que me resultaba la situación en que se estaba convirtiendo la seguridad del país. Me parece que el origen de dicha molestia, haciendo una reflexión un tanto seria, se halla en el carácter excesivamente mediático de los personajes a quienes, de manera horrenda, les ha tocado vivir la sinrazón violenta en carne propia, a saber, la desaparición o muerte de sus hijos o familiares.

No quise, entonces, exponer ciertas experiencias de antaño, igual de espantosas pero nada mediáticas. Sin embargo, y a la luz de lo ocurrido con la Marcha por la Paz con Justicia y Dignidad, veo pocos motivos para no hacerlo, dada la exacerbación que ya ha comenzado a cristalizarse a propósito de pronunciamientos políticos en boca de personajes que tendrían que mostrar una gran solidez en su cohesión no sólo marchística sino en su visión ideal, intelectual y social, o en una visión que, por poética, tire a libertaria. No fue así. Bienvenidos a lo humano.

UNA MIERDA DE ANTAÑO

El senador priista Manlio Fabio Beltrones, quiso poner su granito de arena en el aprovechamiento de esta marcha ciudadana al sugerirle al presidente Felipe Calderón que escuchara a los manifestantes, so pena de equivocarse una y otra vez, y claro, de recibir su dosis de castigo civil. De inmediato Javier Sicilia lo bajó de su nube al decir: “No se equivoquen; sí, hay miles de muertos con Calderón, pero la mierda la comenzaron ellos (en alusión al PRI)”. Es de ahí, de la época de los años ochenta, de donde manan imágenes e historias que, por violentas e inhumanas, me cuesta trabajo reconstruirlas.

Recuerdo que en la periferia de la Ciudad de México, en la ruda e industrializada área correspondiente al cinturón de miseria clasemediera donde viví —Neza, Naucalpan y demás—, se dio una violencia encolerizada tanto por las migraciones internas de trabajadores como por la miseria, la falta de oportunidades, las pandillas, los innumerables asaltos bancarios (antes, los chavitos y los jóvenes querían ser asaltantes) y los atentados sangrientos tachados de terroristas y desestabilizadores por el PRI-Gobierno (como cuando aparecieron, en Ciudad Azteca, un montón de policías asesinados, al parecer, por integrantes de la Liga Comunista 23 de Septiembre).

Así las cosas, en aquel tiempo y en aquel lugar, si alguien tenía una mínima conciencia estaba en verdaderos problemas. El peligro no sólo se encontraba en las calles, sino en las casas: para todo y en todo, el sistema de corrupción del PRI-Gobierno se hacía sentir. Muchas calles de mi barrio eran intransitables, pues se tenía que pagar cuota. Las balaceras cotidianas se exacerbaban los fines de semana; pasaba el vocho gritón anunciando un periódico en el que se informaba de algún “muertito” o varios. Si querías organizar lo que fuera, tenías que pertenecer forzosamente a alguna instancia política del PRI: estaba en la primaria cuando, para que nos dieran apoyo para montar unas danzas, nos afiliaron, y sólo hasta entonces pudimos competir bailando por nuestra escuela. ¡Niños! En el Frente Juvenil Revolucionario, que, creo, todavía existe.

En las casas, los padres abofeteaban a los hijos que se atrevieran a hablar de política, y mantenían sometida la dinámica familiar a sus limitaciones, logros, frustraciones o vicios, y golpeaban a placer a las mujeres del hogar en aras de no dejar a su suerte u olvido a nuestra cultura de la canción ranchera o romántica. El PRI fuerte, decidido, mordaz, corrupto y asesino lograba, así, traspasar las paredes y llegar a la mesa de casa, a la cama matrimonial, a las costumbres y a las formas: a la cultura nacional. Hombre fuerte, partido fuerte. Represión obligada, violencia asegurada.

No recuerdo época más violenta que aquella. Logro dar con sucesos como el secuestro de un niño para sacarle a la familia 30 mugres pesos de antaño; encañonar a dos adolescentes para quitarles pulseras de fantasía; no volver a ver a compañeritos escolares que, sencillamente, desaparecieron a las afueras de la escuela; esconderse de persecuciones pandilleriles que terminaban en matanzas; ver desde mi cuarto cómo les volaban la cabeza a unos tipos; velar a unas ancianas, vírgenes, que tenían una tiendita, violadas y asesinadas sin piedad; ser sacado de casa, a los 17, a punta de pistola por un par de judiciales, junto con un hermano mayor, ante la crisis nerviosa de una hermana embarazada a punto de abortar; coches que arrastraban jóvenes en la madrugada; plomazos y balas perdidas a la una de la tarde… y tantas otras acciones inhumanas que nadie retomó, que nadie siquiera recordó, que nadie curó ni quiso curar. Tal vez porque hoy el tufo a mierda sólo adquiere consistencia a la hora de evocar la palabra narco, y sólo en ciertos sectores. Lo demás es incluirnos ahí en donde antes nunca existimos.

Al centro, Javier Sicilia y Julián Le Barón a la cabeza de la marcha.
Al centro, Javier Sicilia y Julián Le Barón a la cabeza de la marcha. Foto: Mónica González
“NO MÁS … NOMÁS”

“No más sangre”, leo hasta el infinito, logo repetitivo producto de la izquierda de moda, de la no izquierda, de la no derecha, de la todo y nada, de la no sé qué, del círculo paradójicamente rojo. “No más sangre”. ¿Los chorros o ríos de la vida nacional hoy, hace cuatro años o hace 10, acaban de tocar el piso? ¿Las salpicadas gotas han manchado algunos vestidos, pantalones, guayaberas, sombreros? ¿Antes no había jóvenes, madres, hombres, niños, ancianos, nadie, muertos, asesinados, cruel y horriblemente asesinados? ¿Sólo asesinatos actuales nos bastan para mostrar gran indignación? ¿Indignación de qué, ante qué, para qué, para quiénes y por quiénes? ¿Sólo ante la carencia del ser querido hay Patria, hay salvación, hay el coraje? ¿Es únicamente en estas circunstancias cuando, de repente, así, sin más, esa cosa malformada llamada País aparece? ¿Y todas esas conductas cotidianas, tan guarras, tan carentes de principios básicos de civilidad, desde la fechoría del facineroso hasta el peligro y la irresponsabilidad de la “señora bien” que conduce su automóvil sin soltar el celular, pasando por la trampa y el golpe entre grandes empresarios (sin importar que sean los más ricos del mundo; todo por rasgarle más al pastel de las tarifas), hasta las triquiñuelas y relaciones corruptas en los mundillos intelectual y universitario (plazas compradas, vetos, amiguismos, enemiguismos…), todo, sin mencionar los tiraderos de basura y mierda, producto lo mismo del nene que todo lo tira sin corrección alguna o de la abuelita bonachona pero puerca? ¿Qué decir de pactos de televisoras que con sus transmisiones sencillamente nos enjaretan sin pudor que no tienen el valor y que sí, sí les vale?

¿La miseria de ver poco a poco, cíclicamente, las cloacas que se destapan a punta de incendios en guarderías, de accidentes mineros, de inseguridades en todas esas empresas que las secretarías de Hacienda y del Trabajo conocen muy bien (o tendrían que saberlo), y que no hacen absolutamente nada para sancionarlas, de finiquitos fuera de la ley, de salarios preocupantemente bajos, de chambas hambreadoras, de personajes que deambulan cada vez más pidiendo dinero en las calles para terminar tirados en las mismas por las noches, de los chicles que nunca se venden, de niños que siguen naciendo sin ton ni son tan sólo para tener qué y cómo celebrar un 10 de mayo, todo eso nos exime de estar participando en su construcción? ¿De ese tamaño es nuestra indignación? ¿Nuestra irresponsable modorra se termina con lo ocurrido a nuestro ser querido? Y con lo ocurrido a nuestro país querido, ¿qué?

Una sociedad así de dañada, donde nadie es responsable de nada sino el chivo expiatorio, sobre todo gubernamental, sin entender que ese ámbito, después de todo, no es más que la extensión de nosotros mismos, es una sociedad que no ha aprendido, ni aprenderá, del más mínimo de sus errores. Nada como la mierda cotidiana para saber que las omisiones son históricas y nada como ella para saber, también, que es de la familia, las familias, esa imagen de organización social tan idílica como perversa e hipócrita, de donde manan, también, las mejores taras y los más despreciables, pero justificados hasta el vómito, comportamientos.

Ya nos los traducía, al final de aquella época, el actor Héctor Suárez a través de el personaje televisivo El Destroyer en su programa “¿Qué nos pasa?”, un guarro que se la pasaba haciendo desmán y medio y que, siempre, al sorprenderlo in fraganti y cuestionarlo sobre sus destructivas acciones, terminaba respondiendo: “Pos… pos… ¡nomás, nomás!”.

Marcha contra la delincuencia del 27 de junio de 2004.
Marcha contra la delincuencia del 27 de junio de 2004. Foto: Mónica González
Una marcha más, el seis de abril pasado.
Una marcha más, el seis de abril pasado. Foto: Henry Romero/ Reuters
UNA MARCHA NI TAN LIBRE NI TAN INDEPENDIENTE

Más allá de las crónicas, lo más atractivo sobre la marcha fue la declaración que hizo Sicilia al pedir la cabeza del secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna. Para el poeta, si el Presidente oyó de verdad a esa multitud, cesará a este funcionario. Hubo sorpresa por la declaración, sobre todo porque el discurso de Sicilia, hasta ese momento, había oscilado entre la amargura y dolor personales, y ciertos destellos de opinión política, caracterizados por la frase “¡Estamos hasta la madre!”, pero no mucho más.

En declaraciones para MILENIO Televisión, tanto Julián Le Barón como María Elena Morera —también organizadores de la protesta—, se dijeron sorprendidos por esta declaración, pero omitieron dar detalles del por qué había esas diferencias entre los organizadores. Le Barón dijo que no sabía por qué Sicilia dijo lo que dijo, pero que la estrategia del gobierno estaba mal. La dirigente de Causa Común expresó: “No a la renuncia de García Luna y sí a grupos de trabajo para empezar a hacer propuestas. En las marchas de 2004, 2008, no todos eran víctimas, necesitamos solidaridad; luego a construir cosas”. “¿Estás decepcionada?”, la cuestionó el nueve de mayo Ciro Gómez Leyva: “Me sorprendió, nuestras diferencias las planteamos, era un tema que no estaba consensado”.

Ese tema no estaba consensado. Entonces, ¿cuáles sí? Pedir la caída de una cabeza así no es cualquier cosa. ¿A estos arrojos nos tendremos que enfrentar con las posibles candidaturas independientes de la pomposamente llamada “sociedad civil organizada”? Al tiempo.

Marcha por la paz del ocho de mayo pasado.
Marcha por la paz del ocho de mayo pasado. Foto: Mónica González
Foto: Alexandre Meneghini/ AP
DE FRANCESAS, DE DROGAS Y DE MIMIC

En Francia, en 1971, a propósito del debate sobre la legalización del aborto, el diario Le Monde sacó un desplegado a doble página con los nombres de 343 mujeres, muchas importantes y conocidas públicamente: diputadas, actrices, intelectuales, profesoras universitarias y científicas. Jeanne Moreau, Simone de Beauvoir, Delphine Seyrig, Catherine Deneuve, Giséle Halimi, Françoise Fabian, Micheline Presle, Christine Rochefort y Marguerite Duras, entre otras, plasmaron allí un sísmico “SÍ, YO ABORTÉ”.

Esto representó una acción decisiva, inventiva y diferente a la masculina forma de hacer política que, aun así, tardó tres años en dar frutos; a saber, su traducción en una política pública concreta para detener las muertes de miles de mujeres a causa de abortos clandestinos. No fue sino hasta 1974 cuando en Francia se logró el derecho al aborto en el gobierno de Valéry Giscard D´Estaing. Pero quedó como antecedente fundamental el que, al hablar de derechos, y por aquello de incluir las exigidas obligaciones, se dio en primera persona un valiente primer paso.

En México, en mayo de 2011, vivimos las secuelas de una elección presidencial cuyo eslogan ganador fue la promesa de tener empleo. Pero un eslogan no es estrategia ni política pública clara y viable; ante la presión social, ya ganada “la silla”, se decidió ir por otra vía, una propia de la agenda de la derecha política: la seguridad. ¿Problema a vencer? El moralmente reprochable uso de las drogas. Nada mal para un país de millones de hipocritones, cuya gran mayoría consume, o ha consumido, alguna. ¿El pretexto? ¡Que la droga no llegue a tus hijos!

Así las cosas, y sin tocar nunca la importancia de las políticas públicas para resolver este problema (tal y como siempre lo hacen, de manera muy contundente y clara, con las cifras macroeconómicas), de lo que se trata ahora es de no dejar pasar la oportunidad de medirse en la palestra pública. La derecha ideológica, en ese sentido, ha ganado ya: todos opinan alrededor de sus temas.

Alejandro Poiré, el vocero del Consejo de Seguridad Nacional, dijo que el gobierno apoyaba la marcha, no así el que se haya pedido la cabeza de García Luna. El presidente Calderón dijo que la sociedad está exigiendo soluciones a todos los gobernantes, pero rechazaba que se quisiera sacar raja política de esto y que su estrategia era lo más viable (ya lo había mencionado en su discurso previo en cadena nacional), poniendo por delante la victoria fuerte de los buenos sobre los malos.

Pero abordando en serio la raíz del narcotráfico, ¿cuándo podremos leer en México un desplegado con nuestros intelectuales, artistas, profesores, investigadores, científicos, locutores, actores, actrices, políticos y demás personajes públicos en donde manifiesten: “SÍ, YO FUMÉ MOTA”? ¿En otros 40 años? Digo, pensando en el ejemplo de aquellas mujeres francesas. Sólo se necesita un poco de verdadera dignidad, aquella que habla en primera persona, al ser consecuente con el ejemplo casero para, desde ahí, construir algo real, algo concreto.

¡Estoy hasta la madre de esa comunicación entre cabrones, entre sordos, que muy temprano se golpean y se arreglan para luego pasar al gran letargo! ¡Y surge el nuevo “Ya basta”, previa otra pequeña o gran desgracia! Porque las ganas de pelear o de manifestarse se vuelven las protagonistas del momento, y la desgracia se nos queda, esa sí, para siempre. ¡Estoy hasta la madre de esos “Ya basta” huecos que, desde que era niño, han estado hechos de lo mismo de aquello que, supuestamente, atacan! ¡Hasta la madre de ese lenguaje ciudadano de muy hombres que ni resuelve, porque emocionalmente todo generaliza, ni aterriza, porque todo idílicamente lo revuelve!

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