8/04/2011

Tijuana: mexicanos repatriados sobreviven en el río

Tijuana: mexicanos repatriados sobreviven en el río

TIJUANA, México (AP) — Cuando cae la noche se refugian en los túneles del canal del Río Tijuana, debajo de puentes o en improvisadas casas construidas con pedazos de madera, tela, plástico y lámina a orillas de las aguas, a unos metros del oxidado cerco que divide la frontera entre México y Estados Unidos.

Durante el día caminan a la deriva. O limpian automóviles si consiguen un cliente. Siempre andan huyendo del acoso de la policía local que, al igual que las autoridades estadounidenses, los detienen por no tener "papeles": una credencial de elector o un comprobante de domicilio.

Así viven unos 350 inmigrantes en las alcantarillas de esta ciudad fronteriza.

De enero a junio de 2011, 254 inmigrantes fueron repatriados a Tijuana a diario. En los mismos meses de 2010 fueron repatriados 366 diaramente, según el Instituto Nacional de Migración mexicano.

De una u otra manera, la mayoría de los repatriados encuentra la manera de arribar a su lugar de origen una vez es dejado en la frontera. Pero algunos se quedan en Tijuana porque llegan desorientados y no conocen a nadie.

Sin dinero, acuden a los canales del río, ubicado a pocos metros de la Puerta México, en busca de una fogata prendida o el techo y precario abrigo que ofrece.

Sentado debajo de un árbol cerca del canal, después de caminar dos horas tras ser liberado de una prisión donde fue detenido preventivamente por 36 horas, "por caminar en la calle", Jorge Alberto Dávila cree que vive una "pesadilla".

"Todo el día con hambre y sed", dice. Ayer me levantaron dos veces y me llevaron a la 20 (cárcel ubicada en la colonia 20 de noviembre) y ahorita otra vez, de ahí vengo ahora. Me levantaron sólo por andar caminando, no traer identificación".

Dávila tiene rostro y cuerpo de adolescente a pesar de sus 24 años. Nació en San Luis Potosí. Desde hacía cinco años vivía con sus hermanos en Stockton, California, adonde llegó sin autorización legal y estuvo trabajando como carpintero en una constructora de casas. Pero una mañana lo detuvo la policía y le pidió que se identificara. Luego lo entregaron al ICE. Al poco tiempo estaba en Tijuana.

Cerca de él estaba Porfirio Pérez, de 42 años, nacido en Puebla. Hace 20 años cruzó a Estados Unidos y llevaba 15 años trabajando como instalador de mármol en la ciudad de Escondido, California, cuando lo detuvieron por manejar sin licencia. En febrero pasado fue deportado.

"Aquí he buscado empleo pero no me dan porque no tengo papeles, no tengo la credencial de elector", dijo. "Es un cambio bien gacho, imagínate, allá tenía hambre y me iba a comer a un restaurante. Aquí no, comes si te dan, andas de aquí para allá, puro caminar y caminar, andarse cuidando de la placa (policía), pero estamos aquí en la frontera".

En estas condiciones, un migrante deportado se vuelve un indigente a los dos ó tres días después de que fue repatriado, dice el párroco Ernesto Hernández Ruiz, director del comedor del Padre Chava.

En los últimos tres años, durante la administración del presidente Barack Obama, el número de deportados ha alcanzado el millón de personas: 931,792 sin incluir los repatriados durante junio y julio de 2011, según las cifras de la Oficina de Control de Inmigración y Aduanas estadounidense (ICE por sus siglas en inglés).

Estas cifras no son divididas por la nacionalidad de los deportados, pero la mayoría tienen México como destino final.

El Procurador de Justicia de Baja California, Rommel Moreno, ha dicho que las deportaciones masivas representan un peligro para el estado porque muchos pandilleros y ex convictos pueden ser utilizados por el crimen organizado. Pero a la fecha no hay evidencia de ello.

Un acuerdo bilateral de repatriación de mexicanos de San Diego, firmado por autoridades de ambos países el 18 de diciembre de 2008, habla de un trato "seguro, digno y ordenado y con apego a sus derechos humanos" de los deportados.

Dice que las familias no deben ser separadas durante la repatriación, que ésta debe ocurrir de 8 am a 6 pm para niños, mujeres solas, embarazadas, y ancianos, y que los criminales condenados deben ser deportados de lunes a viernes. Designa una serie de instancias, funcionarios y procedimientos para atender potenciales denuncias.

Para los adultos, dice el acuerdo, las deportaciones se hacen durante las 24 horas del día.

Pero un aspecto que genera vulnerabilidad para el repatriado no se menciona ni se regula en el acuerdo: el hecho de que los deportados no conocen a nadie en el lugar donde son dejados, generalmente sin dinero ni documentos.

Vicki Gaubeca, directora del Centro Regional de Derechos de la Frontera, organización con sede en Las Cruces, Nuevo México, dijo que estos acuerdos no se siguen al pie de la letra.

"Nos hemos enterado, por ejemplo, de repatriaciones a la media noche de mujeres (en la frontera)", dijo. "Además, hay un comité que supuestamente se reúne para vigilar estos acuerdos pero hasta la fecha no conocemos a algún miembro".

El párroco católico Luiz Kendzierski, director de la Casa del Migrante en Tijuana, que alberga a 900 repatriados cada mes, dice que los acuerdos "más o menos se cumplen".

Robert Culley, director para la oficina de Aduanas y Protección Fronteriza en San Diego, dijo a la AP que su departamento no deporta a mujeres a la medianoche. Sólo lo hace en horarios establecidos en el acuerdo: de 8 am a 6 pm.

Culley dijo, no obstante, que es posible que otras oficinas en Los Ángeles, Seattle o San Francisco, entre otras, envíen a la frontera a mujeres y hombres adultos para su deportación a cualquier hora, incluso durante la madrugada, porque cada región tiene sus propios acuerdos.

El acuerdo binacional de 18 de diciembre de 2008 no contempla como característica vulnerable para los inmigrantes el que se les deporte a una ciudad que no conocen, explicó Culley. "Tijuana es México Y el acuerdo dice que debemos regresarlos a su país", dijo.

El comedor del Padre Chava, al norte de la ciudad, desde hace doce años ofrece de jueves a martes 900 desayunos diarios gratuitos, cortes de pelo y servicios médicos para inmigrantes. El 80% de los que acuden son repatriados.

"La sociedad debe voltear hacia esta realidad del deportado e inmigrante, es parte de nuestra ciudad", dijo su director. "No podemos considerarlos una plaga, son parte de nuestra sociedad, son gente con una ilusión, con esperanza, que están en una búsqueda. Son seres humanos con una situación de desgaste y que no podemos relegarlos, sino echarles la mano; no podemos verlos como algo que nos afecta ni exigirles papeles aquí en su tierra para darles un trabajo".

"Tijuana ya no es el punto de cruce más importante del flujo migratorio, esto se ha desplazado hacia el noroeste de la frontera; pero van a aumentar las deportaciones porque la situación económica en Estados Unidos aún no se compone", dijo Jorge Bustamante, relator especial de los derechos humanos de los migrantes para la Organización de las Naciones Unidas.

Bustamante dice que ni al gobierno mexicano ni al estadounidense le importa lo que les sucede a los inmigrantes porque ambos países tienen percepciones erróneas al respecto. "Hay una atávica indiferencia a lo que les pasa a los mexicanos en Estados Unidos", agregó.

Desde hace tres años el estado, junto al Instituto Nacional de Migración, lleva a cabo el programa federal "Repatriados Trabajando", cuyo objetivo es costear el 100% del viaje del repatriado a su lugar de origen y en coordinación con la delegación de su estado nativo buscarles un empleo.

Pero la delegada en Baja California de la Secretaría de Trabajo y Previsión Social, Mónica García, admite que este programa no ha tenido el fomento adecuado y que la federación ha cambiado algunos requisitos para acceder a él, como solicitarles el código único de identidad, un acta de nacimiento o una identificación, cuando la mayoría de los repatriados arriba sólo con la hoja de deportación.

De enero a junio de este año se habían acogido al programa 397 migrantes en Tijuana. Es decir, 31 repatriados más de los que llegaron cualquier día a Tijuana en 2010.

Junto con unas 50 personas, Arturo Macías vive sobre el lecho del Río Tijuana desde hace dos años y medio. Dice que es uno de los que más tiempo lleva allí. El lugar es nauseabundo y tiene un hedor a descomposición orgánica que nadie parece advertir. En el suelo abundan las jeringas que utilizan los adictos para inyectarse la droga.

Macías tiene 41 años, pero su piel morena y rostro triste aparentan al menos 15 años más. Es adicto a la heroína, droga a la que se enganchó desde su adolescencia cuando vivía en Long Beach, California. Cree que muchos repatriados que viven en el canal son adictos a alguna droga.

"Aquí en la frontera la 'perreamos' diario, viendo qué nos regalan para comer y también para la droga, para qué mentir", dijo. "Ya estoy enfadado de esta vida, pero la cosa es pararse en la mañana con 'la malilla' y ver cómo va hacerle uno para tener para comer, para el fierrazo (droga inyectada)".

A unos diez metros estaba la casucha de Rocío Juárez, de 32 años, con un embarazo de seis meses. Vive ahí con su esposo, otro migrante deportado. Trabajó como lavaplatos en un restaurante de San Diego, pero en abril fue repatriada.

Ese día caminaba nerviosa, iba y venía, porque varios paramédicos atendían en el canal a un adicto con sobredosis. Era casi seguro que llegaría después la policía y tal vez los desalojaría.

"Nos quedamos aquí porque se nos acabó el dinero y no tenemos trabajo; nos pusimos a limpiar carros y uno de ahí nos dijo que aquí podíamos vivir", dijo. "Yo nací en Mexicali (a tres horas de Tijuana), allá vive mi mamá. No es difícil regresarme con ella, pero sería como regresar derrotados".

Otro matrimonio que vive en el canal es el de Agustín Baños, un acapulqueño de 39 años, y su mujer, de 28. Él aseguró que es sastre y trabajó doce años en una fábrica de textiles en Los Angeles. Pero en una redada lo detuvieron junto con su mujer cuando iban en un automóvil a su empleo en marzo pasado.

Dijo que se turnaba con su mujer en las noches y las tardes para mantenerse uno de los dos en vigilia por si llegaba de improviso la policía. Por las mañanas iban a un mercado municipal donde se empleaban limpiando verduras o lavando vehículos. Sus necesidades fisiológicas las depositan en el río. Un lugar cercano les cobraba siete pesos por un baño con regaderas. Pero al menos podían asegurar una comida gratis al día en el comedor del Padre Chava.

"Vamos a intentar cruzar otra vez, tal vez mañana o pasado", dijo Baños. "No tenemos para el coyote y nos la tenemos que aventar solos, no queda otra. Allá en mi tierra no hay trabajo. A veces uno quiere terminar lo que empezó".

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