Salvador González Briceño
Más allá de las protestas casi aisladas de la sociedad civil organizada, las ONG que tienen como meta la defensa de los derechos humanos —desde que en el país abundan la violación e impunidad por los hoyos en la aplicación de la justicia—, las voces solitarias de familias víctimas que exigen castigo a los responsables por crímenes cometidos contra personas inocentes, y movimientos como el del poeta Javier Sicilia [y algunos cuantos periodistas que están llamado la atención sobre tan delicado asunto] que consiguen abrirse paso entre los medios de comunicación, no se dejan escuchar otras voces de protesta para denunciar lo que está ocurriendo en el país ahora con el tema de la inseguridad y cómo remediarlo.
El desbordamiento de la violencia en casi todo el territorio nacional, desde que el actual presidente Felipe Calderón declaró la guerra a las bandas del crimen organizado allá en el 2006 cuando comenzó el actual sexenio, ha generado un clima de incertidumbre y miedo, dolor y sufrimiento entre la población que pareciera no acercarse jamás a tocar las puertas de las oficinas de Los Pinos y mucho menos al primer interesado, el propio Calderón.
Así, por tamaña sordidez que se hermana con la misma impunidad, es que los gobernantes, legisladores y hasta gobernadores, no se aprestan a emprender las obligadas revisiones a la dichosa estrategia para erradicar todo lo que no sirve para detener el problema. Así sea decírselo en la cara al propio presidente, porque es el principal empecinado en seguir sólo por la ruta de la confrontación obligando a las Fuerzas Armadas de México a hacer un trabajo que no les compete. Porque esas tareas son de seguridad pública, de responsabilidad primera de las policías federales y locales [el modelo de policía única, impulsada por el secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, no funcionará jamás].
Entretanto el número de muertes crece día con día y el país se nos deshace entre las manos. Eso es lo imperdonable y lo que debe preocuparnos a todos, pero a todos los sectores de la sociedad mexicana. Eso incluye a gobierno, organismos, asociaciones, sindicatos, ONG, legisladores, empresarios, campesinos, estudiantes, empleados y desempleados, mujeres y jóvenes. A todos.
Es decir, convocar a una gran concertación nacional, también para el rescate del país. No para un fin particular, como correspondería, digamos, a un sindicato nada más. No. Que sea una concertación de acciones para rescatar a nuestro país haciendo cada cual lo mejor en lo que le corresponde a cada quién. Porque las acciones sociales o de grupo son tales en cuanto el individuo así lo decide. Los convocantes en el norte de África así lo decidieron en aras de su propio destino. Así lo emprenden los jóvenes en la vieja Europa. En Chile por mejoras en la educación y el repudio a los esquemas neoliberales.
Porque como se ve, no basta la presión de un individuo para esperar que las cosas cambien. Los diálogos del movimiento que encabeza Sicilia tienen sus limitaciones, como en su momento lo tuvo el EZLN a quien la sociedad abandonó a su suerte. Pero no porque sea un mecanismo ineficaz sino porque no puede encarar solo todo un programa, una ofensiva de gobierno, que opera mal y con pésimos resultados en todo el territorio nacional, donde el presidente pretende parar la violencia con otra violencia que está dejando a todos ciegos.
Es decir, que todo lo que se ha emprendido hasta ahora resulta insuficiente. Las luchas de las ONG se ahogan en su propia inercia porque el reto es grande. Las protestas en las calles resultan limitadas porque responden al ánimo y su impacto es corto y temporal. Los llamados a los legisladores, diputados y senadores, o Suprema Corte de Justicia, se quedan en la rebatinga de intereses por la partidocracia y los compromisos de los “representantes populares” —y demás actores— con el resto de los poderes establecidos que dominan en su actuar. La mayoría de los medios de comunicación entretejen sus intereses también con la intencionalidad y los planes de mediano plazo de los gobernantes. Etcétera.
¿Por qué no levantar las voces todas? ¿Por qué no emprender un movimiento, como el provocado vía Facebook en otras partes del mundo, para presionar por los cambios, pero donde la concertación convoque a todos los sectores a trabajar en sus respectivas áreas para obligar también por todos los medios, colocando el interés nacional por encima y más allá del particular y los vaivenes electoreros de la partidocracia, que sólo en tiempos de campaña promete resolver los problemas del país y bajar las peras del olmo?
Hay muchas vías mediante las cuales debe enfrentarse el problema del crimen organizado. Ningún pueblo ha sido vencido nunca por ningún problema por muy grande que sea el reto habiendo unidad. Lo primero en todo esto es la unión. Unidad para el rescate nacional en bien de todos. Por ejemplo, en esto del combate al crimen organizado la mera violencia no funciona. Por ejemplo, en el sector financiero no se está haciendo lo pertinente para detectar a los que aportan grandes cantidades al sector, para indagar su procedencia ilícita. Las empresas fantasma o para el levado de dinero no se investigan tampoco. No se detiene a los grandes capos.
Los problemas conjuntos con Estados Unidos también tienen que abordarse, pero no en un contexto de sujeción o subordinación. Así como no ofrece resultados García Luna, tampoco los tiene la titular de Relaciones Exteriores. Y yéndose al fondo, no los tiene ningún funcionario, todos grises, del actual gobierno federal.
Insistir por esta vía es lo que nos queda. Lograr el consenso para cambiar las cosas de raíz en el país. Ya está bien que todo quede en manos de una pequeña camarilla que decide para dónde camina la política, la economía y todos los demás asuntos del país que lo conducen al abismo. Donde la Constitución dice que la soberanía reside en el pueblo y para el pueblo, hay que ponerle con letras grandes que también se toma entre las manos si los gobernantes no funcionan. Más vale que todos hagamos el papel que nos compete. Por el bien de todos.
Y si no lo hacen los hombres del dinero [léase el llamado de los empresario regios], la sociedad sí lo puede y debe hacer porque es la principal afectada. Nada más se trata de ejercer la soberanía. Es todo. Es mucho. Resulta necesario.
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