Gerardo Fernández Casanova (especial para ARGENPRESS.info).
Para todos, excepto sus distinguidos beneficiarios, es claro que la corrupción es el mayor lastre que enfrenta México en su lucha por mantenerse como nación independiente, capaz de construir las condiciones de bienestar y de progreso con justicia de su población. No dejemos pasar la oportunidad de colocar a la cabeza de las instituciones nacionales a quien garantiza el imperio de la honestidad.
“Que el fraude electoral jamás se olvide.
Ni tampoco los miles de muertos inocentes.”
Oriol Malló, prestigiado periodista catalán, presentó su más reciente ensayo titulado El Cártel Español. Es una versión espejo de la afamada revista Hola, en la que revela los entretelones del funcionamiento de la añeja oligarquía hispano-mexicana y de su moderna expresión de reconquista imperial. El libro llega en el momento en que en México se hacen visibles casos emblemáticos de la corrupción con que dicha oligarquía se desempeña, con el destape de los contratos de obra pública otorgados a la firma OHL por los gobiernos federal, del Estado de México y del Distrito Federal, no menos onerosos que los que, en materia energética, se han entregado a Repsol, Iberdrola, Unión Fenosa, ni menos importantes que las autorizaciones bancarias a BBVA y Santander. Todo un ramillete de entregas de la riqueza nacional al renovado imperialismo de la corona española.
Uno se pregunta cómo es que un enano de Europa se convierte en un gigante en América. Malló argumenta que, mientras los afanes imperiales de gringos, ingleses, alemanes y franceses saben cómo hacer las cosas (know how), los gachupines son especialistas en saber con quién hacerlas (know who) y, además, con un gobierno español (sin importar el partido que gobierne) dispuesto a solapar los métodos corruptos empleados y gobernantes mexicanos involucrados en el negocio. El dizque socialista Felipe González y el ultramontano derechista Aznar o el moderno socialista Zapatero, íntimamente imbricados con los priístas Salinas de Gortari y Zedillo, así como los panistas Fox y Calderón, pero también Marcelo Ebrard, han sido eficaces alfiles en la reconquista, sin menospreciar al socio de honor Juan Carlos de Borbón, que no canta mal las rancheras y se da el lujo de suponerse heredero de la vieja corona española vencida hace doscientos años, al grado de pretender callar al Presidente de Venezuela. Con todo el abolengo de los apellidos de sus beneficiarios, en buen castizo se llama corrupción y, sean nobles o plebeyos, son sólo corruptos.
El autor del libro pone una pica en Flandes al describir la intervención española en la guerra sucia contra López Obrador, no sin quejarse por no haber sido recibido por éste. Destaca el caso de aquella empresa española Eumex, beneficiaria de una leonina concesión otorgada por el último regente priísta, Espinosa Villarreal, por la que se le permitió usufructuar el espacio público de las aceras de la Ciudad de México para crear espacios publicitarios, provocando la contrariedad de los vecinos, afectando la infraestructura urbana y, además, robándose la energía eléctrica para los anuncios. La Jefatura de Gobierno asumió su responsabilidad y procedió a la revisión del contrato y a la sujeción de la empresa a la observancia de la ley, con lo que provocó un largo litigio judicial y la insoportable intromisión de la Embajada Española en defensa de las arbitrariedades de su súbdito privilegiado. Así comenzó la inquina imperial contra AMLO, reforzada por su negativa al afán español para que se le otorgara el contrato para la construcción del segundo piso del Periférico a la empresa OHL, que hoy disfruta de las canonjías que conquistó durante la campaña electoral y el fraude calderónico. La apresurada felicitación de Rodríguez Zapatero reconociendo a Calderón como triunfador, a sólo tres días de perpetrado el fraude, habla con claridad de la manera en que se mueven sus intereses imperiales.
Para todos, excepto sus distinguidos beneficiarios, es claro que la corrupción es el mayor lastre que enfrenta México en su lucha por mantenerse como nación independiente, capaz de construir las condiciones de bienestar y de progreso con justicia de su población. No dejemos pasar la oportunidad de colocar a la cabeza de las instituciones nacionales a quien garantiza el imperio de la honestidad.
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