Lima,
20 jun. 13. AmecoPress/SEMlac.- Veinte millones de niños y niñas de
América Latina y el Caribe tienen su infancia rota: necesitan trabajar
para sobrevivir y no tienen tiempo para jugar. A veces ni siquiera van
al colegio y son objeto de trabajos forzados, inapropiados para su edad
que ponen en riesgo no solo su futuro mediato, sino su salud física y
mental inmediata.
Así
lo ha vuelto a denunciar la Organización Internacional del Trabajo
(OIT) a propósito de la celebración del Día Mundial contra el Trabajo
Infantil (12 de junio). En el mundo, el total de menores de edad (entre
cinco y 17 años) trabajadores asciende a 215 millones.
Si esta cifra
parece desmesurada, queda el consuelo de que se registran algunos
avances. Por ejemplo, el número de niñas trabajadoras se redujo en 15
millones en cuatro años: según la última medición global de la OIT
(2008) hay 88 millones. Y el número total de niños de ambos sexos por
debajo de los 15 años en situación de trabajo infantil cayó de 170 a
153 millones en igual período de tiempo.
La próxima
conferencia mundial de trabajo infantil, fijada para Brasilia en
octubre, permitirá apreciar si esas cifras han seguido disminuyendo,
aunque la meta de eliminar el trabajo infantil peligroso para 2016 esté
lejos de cumplirse.
No siempre es la pobreza
En América
Latina y el Caribe, Brasil, Perú, México y Colombia son los países con
la más alta tasa de trabajo infantil, según María Arteta, directora
adjunta de la OIT para la zona andina.
En Brasil, hay
más de cinco millones de trabajadores menores de edad empleados
principalmente en trabajos domésticos por más de 40 horas semanales.
Además, más del 50 por ciento de infantes trabajadores usan sustancias
peligrosas, de acuerdo con el Instituto Brasilero de Geografía y
Estadística.
México y Perú
tienen datos muy similares. En el primero, la cifra se acerca a los 3.6
millones, mientras que en Perú trabajan alrededor de 3.5 millones, es
decir uno de cada cuatro niños y jóvenes, de los cuales más del 18 por
ciento tiene menos de 13 años. Ese porcentaje se dispara en el sector
rural, hasta casi alcanzar al 50 por ciento de niños y niñas entre seis
y 13 años que trabajan, según la OIT.
Las "razones"
para estas cifras tan elevadas en una región que goza de bonanza
económica comparada con otras partes del mundo, a juicio de los
analistas, están relacionadas con la pobreza: para aquellas familias
cuyos adultos están desempleados o con subempleos que no llegan a los
100 dólares mensuales, por lo que el trabajo infantil constituye una
estrategia de sobrevivencia, reconoce a SEMlac Julio Rojas Julca,
viceministro de Poblaciones Vulnerables.
La encuesta
sobre Trabajo Infantil 2007 de México parece corroborarlo, pues afirma
que más de un millón y medio de niños y jóvenes trabajan sea porque "el
hogar necesita de su aporte económico" o porque "el hogar necesita de
su trabajo". Y otro millón lo hace para "poder pagarse su escuela".
Sin embargo,
otros expertos no están de acuerdo. Elena Pila, gerente de programas
para niñez de la Fundación Telefónica, que lanzó recientemente la
campaña "Niños con sueños, que su trabajo sea estudiar", asegura que en
los 12 años que llevan trabajando con familias de escasos recursos
económicos del país han encontrado que algunas sí permiten que sus
hijos trabajen y otras no.
"Y estamos
hablando de familias con similares niveles de ingresos bajos", aclara.
Por ello, precisa que la explicación hay que buscarla en otras causas
-como factores culturales y familiares- y no estrictamente en lo
económico.
Sergio
Quiñónez, secretario técnico de la estrategia nacional para prevenir y
erradicar el trabajo infantil hacia 2021, reconoce que aún falta mucho
para cambiar la percepción del ciudadano común, que no se asombra de
ver niños mendigando por las calles o realizando trabajos inadecuados
para su edad, y también admite que en ello influyen los patrones
culturales.
"El trabajo
infantil es visto como algo normal en muchos lugares, muchos padres de
hoy también fueron trabajadores cuando niños porque esa es la realidad
en el campo", señala.
Cambio de mentalidad y paradigmas
Matilde
Guevara, de la ONG Niño Feliz, corrobora que cambiar la mentalidad del
poblador rural en cuanto al trabajo infantil es una tarea aún por
emprenderse. "Si bien en las ciudades se ha avanzado mucho,
especialmente en Lima y en las capitales regionales, en el campo la
propia necesidad hace que se vea como algo ’normal’ que el niño no
asista a la escuela para ayudar en las labores del campo, y más si son
mujeres", reflexiona.
Dice que aún
es común escuchar en muchas comunidades andinas aquello de que educar a
la mujer es ’tirar la plata’. "¿Para qué?, si después se embaraza y se
dedica a criar hijos, te dicen y, según esa mentalidad, es más rentable
que aprenda tareas domésticas, ayude en la crianza de los hermanos
pequeños porque eso sí le va a servir en la vida", refiere.
El
viceministro Rojas, como otros expertos, exhorta a tener cuidado cuando
se habla del trabajo infantil: "no se le puede prohibir, pero hay que
regularlo", asegura. Y recuerda que en el Perú, el Código del Niño y el
Adolescente fija en 14 años la edad mínima para el trabajo, con algunas
excepciones a partir de los 12.
Pero para
jóvenes como Pablo, hoy de 20 años, quechua-hablante y trabajador desde
los nueve cuando fue dejado en casa de su ’madrina’ por sus padres,
esas regulaciones no solucionan el problema.
"Cómo me
hubiera gustado no tener que trabajar, no tener que levantarme de
madrugada temblando de frío para comprar el pan, preparar el desayuno,
ver cómo a los hijos de mi madrina los venían a recoger para ir a su
colegio...", dice con un suspiro, recordando su infancia.
Y a pesar de
todo, Pablo no la pasó tan mal. Por las tardes iba a una escuela
pública que, si bien no tenía la alta calidad educativa de los hijos de
su madrina, por lo menos le aseguró un certificado de estudios con el
que pudo conseguir empleo en un taller mecánico cuando terminó su 5° de
secundaria.
"Como
’compensación’ (por ir al colegio) tenía que trabajar hasta la
madrugada en los quehaceres domésticos, lavando ropa, ayudando en la
bodega de abarrotes que mi madrina tenía en el barrio, y me caía de
sueño en las clases", rememora.
Dormía en un
rincón de la cocina sobre un delgado colchón de paja y por eso cuando
una de sus profesoras le ofreció hacer lo mismo, pero pagándole un
sueldo y ayudándolo en sus tareas, no dudó y se fugó de la casa de su
madrina.
"Ni siquiera
puso una denuncia policial, yo no le importaba nada, por eso creo que
tuve suerte", señala. Dejar a los niños pequeños en casas de familias
acomodadas de la ciudad más cercana es una costumbre muy arraigada
entre muchas familias campesinas peruanas, que ven así una oportunidad
para sus hijos que ellos no están en condición de brindarles.
Lamentablemente,
en la mayoría de casos esta costumbre se convierte en una forma cruel
de explotación a los menores, a los que no se les paga remuneración,
muchas veces no se les envía al colegio y, lo que es peor, permanecen
al margen de fiscalización oficial porque a veces ni siquiera tienen
documentos de identidad.
No quitarle el futuro a la infancia y dejarla estudiar
Alertados por
esta situación, la fundación holandesa Terre des Hommes - Perú ha
lanzado la campaña "En mi casa no hay trabajo infantil doméstico", que
busca sensibilizar a la población sobre esta forma de explotación
laboral y social.
El lema del
video para concienciar a la población dice: "Traer a un niño del campo
o de otro lugar para trabajar en tu casa es quitarle su infancia y
futuro". Y en unos cuantos días ha concitado el apoyo de artistas,
deportistas y personalidades mediáticas.
Según Carmen
Montes, representante de dicha organización, el 65 por ciento de los
menores que trabajan en el servicio doméstico en la capital peruana
provienen del interior del país y laboran bajo la modalidad de "cama
adentro", una de las peores formas de explotación, pues no tienen
horario de trabajo y son víctimas de violencia psicológica, física y
hasta sexual.
Al lanzar la
campaña, Montes informó que han detectado que casi el 41 por ciento de
las niñas y niños traídos a Lima para este sistema, que configura un
delito de trata, provienen de una sola región andina: Huancavelica, en
el centro del país, el departamento más pobre del Perú.
Por su parte,
la campaña de la Fundación Telefónica aspira a que los niños y jóvenes
peruanos culminen sus estudios de educación básica y, al mismo tiempo,
los colegios sean sensibles a sus necesidades.
Durante el
lanzamiento, Mario Coronado, presidente de la Fundación, recordó que el
lugar natural de un menor de edad es el colegio y no el trabajo. Aunque
aclaró que inculcar en los niños valores de trabajo "no está mal", se
requiere "poner límites" para que no interfiera con el derecho natural
de los niños de jugar y estudiar.
Denunció que
muchas veces han encontrado adolescentes de 12 y 13 años quejándose de
dolores articulares o con serias deformaciones físicas, fruto de un
esfuerzo desmedido para su edad. "También encontramos muchos chicos y
chicas expuestos a peligroso agroquímicos por su trabajo en el campo",
subrayó.
Coronado
agregó que promover la educación de los niños y adolescentes es la
única manera de garantizar que salgan de la pobreza. "Muchos padres
piensan que poniéndolos a trabajar desde pequeños es una ayuda
económica, pero lo cierto es que para que una persona salga de pobreza
debe como mínimo haber completado la primaria y secundaria", refirió.
Según diversos
estudios, un trabajador con nivel de instrucción primario gana en
promedio menos de 150 dólares, mientras que quien posee secundaria
completa percibe más de 300 dólares. Pablo, nuestro entrevistado, lo
sabe muy bien.
Foto: Archivo AmecoPress.
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