CRISTAL DE ROCA
CIMACFoto: César Martínez López
Por: Cecilia Lavalle*
Cimacnoticias | México, DF.- Me dice que está abrumada. Y casi puedo mirar cómo se derrumba. Me cuenta que por más que se esfuerza no parece llegar a ninguna parte. Y casi puedo mirar cómo se quiebra. Me explica que ya no puede más. Y casi puedo mirarme en ella.
Ella se parece tanto a la que fui yo. Joven, con una energía que le brinca por los ojos, con ganas de comerse al mundo y talento para hacerlo, con la ilusión de que se puede todo y la certeza de que pueden hacerse malabares con la vida.
Pero no se explica ese agotamiento, esa desazón, esa loza que pesa en su espalda y en su corazón.
A mi joven amiga le pasa lo que le pasa a miles de mujeres. Nos creímos a pie juntillas el estereotipo de la mujer supermoderna.
Los estereotipos son una serie de características que se atribuyen y se exigen a determinadas personas en función de su sexo, raza o cualquier otro rasgo de identidad. Son imágenes rígidas prejuiciadas en las que socialmente se nos encasilla.
Un estereotipo del hombre mexicano en Estados Unidos, por ejemplo, es que es sombrerudo, sucio y flojo. Otros estereotipos son: las rubias son tontas, los homosexuales son pervertidos, las lesbianas son infelices, las mujeres son tiernas, los hombres son rudos. Tras cada generalización hay un estereotipo que no sirve para nada, pero que estorba como basura en el ojo.
El estereotipo de la mujer supermoderna tiene características claras: estudia o trabaja o las dos cosas. Tiene pareja y crías, al menos dos. Atiende todo a las mil maravillas porque puede hacer varias cosas a la vez. Todo lo puede, todo al mismo tiempo y todo con una sonrisa.
Con una mano sostiene el celular y con la otra a un bebé, mientras revisa el menú del día y lava la ropa. Es delegada, luce joven, viste a la moda, cuida su alimentación, hace ejercicio, está al día con las noticias, consiente y atiende a sus hijos, es paciente, amorosa, cocina di-vi-no, brinda trabajo voluntario para alguna causa social, es sexi, relajada, multiorgásmica, y muy, muy, muy feliz.
Y ahí tienen a una legión de mujeres de dos generaciones desfalleciendo por alcanzar el estereotipo. Haciendo malabares, multiplicándonos en un día que no tiene suficientes horas, con jornadas larguísimas porque nos levantamos más temprano que nadie y nos dormimos más tarde que nadie, con el sueño en los ojos, el cansancio en la espalda, y una losa en el corazón; exhaustas, siempre sintiendo que fallamos con algo o con alguien.
Está estresada, nos dice algún doctor (¿¡no me diga!?).
Algunas van a parar al hospital. Otras viven medicadas por depresión, ansiedad o ambas. Otras más padecen dolores crónicos de espalda o de colón. En general nos duele todo.
Hasta que la vida nos para o tenemos la suficiente sensatez para detenernos y decir en voz alta: ¡Ya no puedo más!
No hay escapatoria en ese juego. Siempre perdemos. Siempre nos sentimos fallidas. Para ganar, lo único que se puede hacer es salir de la trampa. El estereotipo no sólo es imposible sino absurdo.
¿Qué quieres en tu vida? ¿Qué te hace feliz? ¿Qué de todo lo que haces en casa deben hacerlo también quienes viven en la misma casa? Y de todo lo que te han dicho que “debes” hacer, ¿qué es lo que quieres y puedes sin dividirte y restarte?
Todo eso le pregunté a mi amiga. Confío en que tenga respuestas antes de que se quiebre.
Apreciaría sus comentarios: cecilialavalle@hotmail.com.
*Periodista y feminista en Quintana Roo, México, e integrante de la Red Internacional de Periodistas con Visión de Género.
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