11/26/2015

Hay una luz desde la oscura cárcel


En Coahuila descubrieron una verdad que muchos se niegan a reconocer.



lasillarota.com

Deambular al interior de las cárceles mexicanas es entender cómo es el infierno que inventaron nuestros antepasados para aterrar a los no creyentes y a los llamados pecadores.

Son espacios reducidos, fríos, sobrepoblados donde los presos son un número, una cosa más, donde se castiga a la pobreza y a la ignorancia.

Muchos no saben por qué llegaron allí. Algunos fueron apresados al salir de una central camionera mientras buscaban un empleo, por vender baratijas, por estar desempleados y caminar de un lado a otro, por tener cara de “paisano”, por vestir con ropa muy desgastada o por estar en el lugar inapropiado, en el peor momento, todo ello es suficiente para que se le considere “sospechoso” y caer en manos de policías comodinos presionados para encontrar al responsable, al primero que se le atraviese, de cualquier delito que se les encargue resolver.

Al que sea -dicen-, lo importante es hacerlos firmar y ponerle huella digital al documento donde acepten toda culpa.

En un taller de escritura y periodismo que se implementó por un grupo de jóvenes entusiastas al interior del centro de reclusión del Cereso en Saltillo, Coahuila, descubrieron una verdad que muchos se niegan a reconocer. Dice Jackie Campbell coordinadora del taller…

“En su mayoría quienes están privados de libertad, han tenido poco o nulo acceso al mundo del trabajo y a derechos básicos de vivienda; la educación, la salud y otros”.

Estar condenado a un delito, sea culpable o inocente, es convertirse en enemigo público, como lo comenta Campbell, “…que el sistema encuentra para criminalizar ante la falta de oportunidades…”.

“El Estado abandona, la sociedad discrimina, y la calle empuja a cometer un delito”.

El taller que tuvo como resultado un libro llamado “El Ojo Derecho de Polonio” (mirar desde una perspectiva que nadie ve) logró que los presos sentenciados, con dificultades para leer y escribir pudieran expresar sus vivencias cotidianas, hasta contar cuentos tristes, fantasías simples, fantasías infantiles, inocentes, como dice Elena Azaola en el prólogo del libro.

En este taller se logró que los presos pudieran escribir cuentos, obras de teatro, poesía, reportajes y hasta la crónica del espacio carcelario.

El reto fue importante porque se encontraron entre los presos que se inscribieron, a una mayoría que no sabía leer ni escribir, apenas con instrucción primaria, sin comprensión de lectura.

Dice Jackie Campbell que los presos “tuvieron que leer al frente del grupo. Compartir cartas y tallerear sus cuentos” (me imagino revise y revise, corrige y corrige).

Hay en el libro relatos crudos, como el que cuenta Edgar Iván que fue detenido de manera sorpresiva por la policía quien relata:

“Me esposaron de pies y manos, me llevaron a sus oficinas en las que me sacaron en una silla, me amarraron, me golpearon todos los pinches oficiales que iban llegando, me ponían bolsas en la cabeza, y conforme llegaba un nuevo policía me golpeaba. Ya estaba con el hocico reventado y los dientes estrellados…”.

Pero también en el libro encontré poesía que sólo puede concebirse cuando se ha perdido la libertad. Uno de estos poemas está firmado por un recluso que se esconde en tres letras “G.T.G” con el título “Carta a Mary” y escribe:

“Sabes amor, hoy por la mañana desperté pensando que estabas conmigo en la cama. Quise creer que era verdad, pero volví a la realidad, al escuchar el sonido de los candados al ser abiertos por la llave de los celadores de ese penal. No quise perder ese momento de felicidad y me quedé con los ojos cerrados pensando en ti, sintiendo tu presencia, oyendo tu respiración, oliendo ese olor que emana tu cuerpo, y me sentí el hombre más feliz del mundo…”.

“Gracias a ese pensamiento, hoy es un día maravilloso pues sé que existes en mi vida, que me amas, que estás conmigo aunque estemos separados…”.

Osvaldo Magallanes dice como soñando que cuando “cruzas la puerta para entrar al área de inimputables, pareciera que estás en una tierra desértica, que anhela un poco de agua. El aire levanta el polvo del suelo olvidado, quizá por el Estado, por la dirección del centro penitenciario, o por el caminar por un costado…”.

Dice Polonio en una poesía profunda:

“No hay maneras de explicar
Lo que siente mi corazón.
Es una prisión.

“Difícil es reprimir los instintos
Atracción animal.
Valores innatos.
Benditos o malditos.
No sé cómo llamarlos.

Pero son míos
Los siento hoy
Como el frío en la piel”

Dice Leopoldo Ramos, uno de los impulsores del taller en reclusión, que solicitaron a las autoridades penitenciarias colocar carteles en los pasillos y patios de la cárcel y el resultado fue sorprendente: Más de 50 reclusos se inscribieron para participar, quedaron finalmente 34, después de negociar con la autoridad. “La cita fue cada lunes durante dos años para descubrir que tras las rejas y muros hay una vida en desarrollo”.

Polonio otra vez se atraviesa y dice en poesía de Tic Tac:

El tiempo imparable
Como el sol que avanza
Sobre las paredes sucias

Tan predecible como la noche
El tiempo pasa de cualquier manera
Imparable
No es como Dios para perdonar.

En su fama impredecible
Inalcanzable
Eternamente siempre será mañana

“El ojo derecho de Polonio”, que de esa fantasía en reclusión resultó un libro de 239 páginas con el apoyo del obispo Raúl Vera de la Diócesis de Saltillo, el cual en palabras de Jackie Campbell buscó romper con esa visión al interior de las cárceles de pensar encontrarse con “seres siniestros prisioneros, seres perturbados, deformes y grotescos…” y en lugar de ello conocer a personas sensibles, ansiosas de su libertad reclamando un poco de justicia, al menos unas gotas…

Correo: mfuentesmz@yahoo.com.mx  Twitter: @Manuel_FuentesM

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