Alejandro Solalinde y Ana Luz Minera
Ana Luz Minera y Alejandro Solalinde, en imagen incluida en el libro
Los migrantes del sur, publicado por la editorial Los Libros del Lince,
del que son coautoresFoto © Tania Alcántara
El sacerdote Alejandro Solalinde, en primer plano, y el presidente de
la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, Luis Raúl González (al
fondo), captados el pasado 8 de septiembre, en la entrega de un par de
fotos a José Domingo Donis y Claudia Martínez, padre y pareja del
migrante Jose Alberto Donis, durante un homenaje póstumo efectuado en la
Ciudad de MexicoFoto Roberto García Ortiz
Alejandro Solalinde, sacerdote católico,
licenciado en historia y maestro en sicología con especialidad en
terapia familiar, es también un férreo defensor de los migrantes,
quienes en su trayecto al cruzar México son asaltados, violados,
secuestrados y asesinados por bandas delictivas, muchas veces con la
complicidad de autoridades de todos los niveles, como ha denunciado en
muchas ocasiones el clérigo. La antropóloga Ana Luz Minera recoge el
testimonio del sacerdote mexicano para narrar la historia de su vida, su
trayectoria y su albergue en Ixtepec, Oaxaca, en el libro Solalinde:
los migrantes del sur. Con autorización de la editorial Los Libros del
Lince presentamos a los lectores de La Jornada un adelanto de esa obra
que se encuentra ya en librerías.
A
l estar en la mira de muchos
que quisieran desaparecerme, y que en cualquier momento pueden hacerlo,
pensé que era necesario dejar un testimonio más acerca de mi experiencia
con mis hermanas y hermanos migrantes. Son muchos los intereses que he
estorbado del crimen organizado y del crimen autorizado. El
acompañamiento a estas personas tan vulnerables, víctimas del sistema
capitalista, de la indiferencia de una gran mayoría de compatriotas, así
como de la acción y la omisión de gobiernos corruptos, incondicionales
de intereses extra nacionales, se ha convertido para mí en una aventura
pastoral extrema en la que todo puede suceder pero, sobre todo, en la
que cada instante que permanezca con vida es un recurso de lucha por
esta causa. El riesgo vale la pena.
Es tiempo de que la gente conozca abiertamente la gran injusticia que
se está cometiendo con nuestros más pobres del sur: que se sepa de una
vez por todas que se trata de una masacre, un genocidio, ¡un holocausto!
Es posible que el siglo XXI no tome conciencia aún de la magnitud de
esta destrucción humana, perpetrada desde el siglo XX y continuada sin
interrupción hasta nuestros días. Cuando generaciones venideras tomen
conciencia de ello, el mundo se llenará de horror y de vergüenza y
experimentará sentimientos de culpa, pero ya ni siquiera estarán los
responsables de esta brutal agresión contra la humanidad. Aunque estos
crímenes no prescriban, será tarde para llamar a cuentas a los
perpetradores. Porque el sistema tiene nombres y apellidos.
Este libro se escribió para tocar el corazón de hombres y mujeres de
buena voluntad que nacieron en una época turbulenta de grandes
transformaciones ante cuyos ojos transcurren personas en situación de
movilidad sin precedentes. Mujeres y hombres; niños, jóvenes y ancianos
migrantes desfilando por la banda de la violencia. ¡Todos, ellos y
ellas, son el mayor signo de nuestro tiempo! Si no comprendemos su
significado, más allá de sólo verlos como víctimas, ¡no estamos
entendiendo nuestra época! Sin la lectura profunda de su paso, nos
quedaremos sin saber lo que nos ha sucedido como humanidad, lo que
realmente estamos viviendo y lo que nos espera.
Nuestras hermanas y nuestros hermanos del sur son ciertamente una
señal inequívoca de lo que estamos haciendo con nosotros mismos; de la
brutalidad y el desamor; pero ellas y ellos son, principalmente, el
anuncio de un mundo mejor que está por venir. ¡Pero un mundo migrante!
¡Sí, el futuro de la humanidad es migrante!
Esta obra es un llamado a la conciencia social. En nuestras culturas
iberoamericanas, latinas vivimos aún la importancia de la familia como
un espacio vital para el desarrollo humano. Por ello, dirijo mi mensaje a
la consideración de cómo se están destruyendo miles y miles de familias
a causa de la emigración forzada, destrucción que repercutirá, tarde o
temprano, en el resto del género humano, porque somos una sola humanidad
cada vez más interdependiente e inteactuante. Somos un sistema de
sistemas humanos.
Hoy, una enorme porción de los seres humanos han perdido el sentido
comunitario; parte de la gente se ve como algo aislado, como si fuesen
células encapsuladas, sin conexión con sus vecinos. Esto es más notorio
en Estados Unidos, donde lo más común es tratar poco o nada a los
vecinos, consecuencia del individualismo capitalista que confunde la
legítima necesidad de disfrutar de un espacio privado para la familia
con una casi habitual ignorancia de quienes viven al lado nuestro, con
lo que se pierde la oportunidad de convivir abiertamente con una gran
diversidad de culturas y otras realidades. Es por ello que la sola idea
de una posible globalización de la solidaridad escapa a la mentalidad
egoísta neoliberal.
Los pueblos originarios del sur conservan el sentido comunitario de
la fiesta compartida. Los pobres son capaces de ahorrar para costear la
fiesta patronal de su pueblo, la mayordomía, y darle de comer, así, a
todos sus paisanos, aunque después se queden sin nada y a veces hasta
endeudados. Una persona con mentalidad capitalista no lo entiende; dirá
que es una tontería, una irresponsabilidad, porque para él, el valor
está en preferir el dinero, ahorrar; no le dicen nada el prestigio y la
autoridad moral que el mayordomo de una fiesta religiosa adquiere una
vez cumplido su compromiso.
En este libro, los lectores podrán conocer experiencias humanas
significativas; testimonios que son verdaderas lecciones de vida. Porque
hay fenómenos desgarradores, de los que con frecuencia somos testigos
en el Albergue, como el desplazamiento forzado de mujeres que con sus
niños huyen de la violencia, o niños y adolescentes no acompañados
emigrando hacia un lugar incierto, en medio de situaciones peligrosas
que pueden marcar su vida, destruirla o incluso acabar con ella.
Precisamente, este tema tan sensible lo aborda la maestra Ana Luz
Minera, quien realiza una minuciosa investigación para su tesis doctoral
acerca de niñas, niños y adolescentes migrantes que viajan no
acompañados. Ana Luz estuvo realizando su observación in situ,
platicando por horas, días, semanas, meses, con personas migrantes y
conmigo, inquiriendo los principales aspectos y los momentos cruciales
de la migración regional. Por eso su información resulta sumamente rica,
profunda y emotiva. Ella explora en el libro campos trascendentes de la
fe, la espiritualidad del camino; cómo Dios ha estado presente en mi
vida y en la vida del albergue y en toda la ruta migratoria donde Jesús
ha encontrado un abrigo en cada casa, en cada albergue de migrantes en
muchos sitios de la República Mexicana, con personas generosas,
valientes y dispuestas a jugársela por nuestras hermanas y hermanos
migrantes.
Insisto en que para una mejor comprensión del drama de la migración
actual y su relación con el eje transversal de los derechos humanos, se
requiere una consideración más detenida de lo que nos está pasando en
estos comienzos del siglo XXI.
Insisto en que para una mejor comprensión del drama de la migración
actual y su relación con el eje transversal de los derechos humanos, se
requiere una consideración más detenida de lo que nos está pasando en
estos comienzos del siglo XXI.
Politólogos, economistas, analistas, académicos, geoestrategas,
hablan de una descomposición sistémica capitalista global, a la par de
una crisis civilizatoria. Señalan, asimismo, un estrepitoso
derrumbamiento de las instituciones de la modernidad, siendo una de las
más influyentes la Iglesia Católica, otrora considerada como factor
clave de la estabilidad mundial. Si bien es cierto que la Iglesia
prevalecerá, no está exenta de crisis y de la necesidad de reformas
recurrentes.
Aunado a lo anterior, es por demás notoria la pérdida del sentido de
la vida a causa del debilitamiento de los valores humanos y
espirituales; del sentido ético; de las buenas prácticas de convivencia
social, de una fe reducida a la simple práctica de actos religiosos. Se
ha ido perdiendo el sentido existencial profundo debido al materialismo,
el consumismo, las farmacodependencias, la violencia, la destrucción,
el individualismo cada vez más comunes en nuestras sociedades
capitalistas.
Sí, sí estamos ante una crisis humanitaria migratoria global. Existen
más de 140 millones de personas desplazándose a lugares distintos a los
de su origen por motivo de violencia, empobrecimiento, búsqueda de
mejores oportunidades, cambios climáticos. Transitamos de la visión
moderna, con valores, conceptos considerados absolutos, incuestionables y
perennes, al pensamiento posmoderno, fragmentario, plural, relativista y
sin control. Asimismo, se está gestando una lenta superación de
estructuras autoritarias que han uniformado y controlado la diversidad
humana, ya reconocida en esta época.
Por otra parte, los sistemas capitalista y socialista siguen en
tensión, después de años de haber cesado la Guerra Fría hay también un
impacto transformador en los campos: cultural, religioso, legal,
político, social y en el de los poderes fácticos. La irrupción del
importante factor migratorio es visto como una amenaza al estatus
establecido por las hegemonías oligárquicas dominantes, a pesar de haber
sido ellas las que provocaron la migración forzada.
Un factor dialéctico de suma importancia en esta crisis generalizada
es la aparición y el desarrollo de los derechos humanos, signo del
avance indiscutible de luchas y consensos de la Comunidad Internacional.
Estos derechos surgen en el mundo cristiano occidental, cuya fuente y
fundamentación encuentra su origen en la persona, la vida y la enseñanza
del Joven galileo. En efecto, Jesús de Nazaret, en el siglo I, sienta
las bases del reconocimiento de la dignidad y la igualdad de todo ser
humano; prioriza la justicia; reconoce e integra a la mujer en su
discurso y en su práctica; presenta a Dios como Padre, pero con
sentimientos y actitudes maternas, preocupado por la suerte de la
humanidad y especialmente por los pequeños, los más vulnerables y los
pecadores. Parte de un estado de cosas desastroso hacia un modelo de
relación ideal identificado con el Reino de Dios. El Joven nazareno
enseñó a sus discípulos y discípulas que lo más importante es la
centralidad de las personas. En una ocasión, reubicó a un hombre tullido
de la orilla al centro de la sinagoga.
Detalle de la portada del libro
Los derechos humanos nacen en el marco de la Revolución
francesa, en 1789, con la participación, entre otros muchos, de
cristianos revolucionarios, algunos de ellos, ex alumnos jesuitas. Luego
de pasar por el Humanismo del Renacimiento, cuando las ciencias se
emancipan de la tutela religiosa, el Estado, ya al final del siglo
XVIII, se independiza del poder eclesiástico. Así, la Revolución
francesa es consecuencia de ambos movimientos culturales, tras los que
se logra definir la forma republicana proclamándose valores
revolucionarios como la libertad, la igualdad y la fraternidad y
estableciendo los derechos del hombre y del ciudadano, independientes de
las instancias religiosas.
El Vaticano reaccionó como Estado; el Papa Pío VI condenó dichos
valores, calificándolos de heréticos y, en alianza con el episcopado
francés, se opuso a la libertad religiosa, de expresión y de conciencia,
posición que fue reiterada por el Papa Pío IX.
Hasta que, por fin, después de 200 años, la Iglesia Católica
reconoció los postulados de la Revolución francesa en el Concilio
Ecuménico Vaticano II (1962-1965). De hecho, estos ideales
revolucionarios contienen valores evangélicos, pero fueron rechazados en
su momento por el poder eclesiástico debido a que lesionaban sus
intereses de Estado; sin embargo, la Santa Sede tuvo que reconocerlos
años después.
Los Derechos humanos han ido formando la conciencia social y ayudando
a perder el miedo; han favorecido una sana autonomía frente a
instituciones autoritarias; son parte de un nuevo humanismo del
movimiento global ciudadano; apuntan hacia una ciudadanía mundial cuyo
eje sea una cultura basada en ellos a modo de frente común contra el
dominio explotador del sistema capitalista o de cualquier otro que abuse
de la ciudadanía.
Contrariamente a esta cultura de los derechos humanos en crecimiento
se ha generalizado todo tipo de atropellos contra personas en situación
de movilidad: acciones bárbaras y violentas como las que se perpetran en
México en clara contradicción entre la teoría y la práctica, es decir,
entre la buena legislación y su inoperancia; entre el discurso oficial y
su incongruencia con la realidad cotidiana. La comunidad internacional
ha condenado al gobierno mexicano en diversos espacios y, por supuesto,
este gobierno ha rechazado una y otra vez la censura de estos
observadores internacionales de autoridad moral.
En el mapa regional, Centroamérica, México y Estados Unidos, se
violan sistemáticamente los derechos humanos, en particular en nuestro
país.
Corrupción, impunidad, injusticia; abandono de los sectores más
vulnerables; servilismo ante intereses mezquinos; actos ilícitos que
generan extorsiones, empobrecimiento, desigualdad; desapariciones
forzadas; tortura, ejecuciones extrajudiciales, represión; maltrato a
migrantes; persecución de defensores de derechos humanos y periodistas;
secuestros, tráfico de armas, de estupefacientes. En el marco de este
panorama regional, la crisis miratoria se agudiza: lejos de mejorar la
situación de los países de origen, empeora para las personas migrantes,
siendo los más afectados: niñas, niños, mujeres, adolescentes y adultos
mayores.
En El Salvador, además de la precaria economía prácticamente
remesaria, se agudiza cada día más el enfrentamiento entre el Estado y
el poder fáctico de las maras. Con el nombramiento del cardenal Rosa
Chávez se abre una oportunidad esperanzadora ante la crisis social de
este país hermano, pues bien sabemos de su trayectoria pastoral
comprometida y profética. El camino es la caridad pastoral, no la
represión y el exterminio.
Honduras es un país que se ha ido desfigurando y transformando en un
territorio dominado por la oligarquía, abierto a todas las inversiones
capitalistas a costa del desplazamiento de la población empobrecida que
huye de la violencia hacia E.U. Las familias árabes e italianas que se
apoderaron del país han ido exterminando a los pobres y propiciando la
emigración forzada. ¡Claro, con la bendición del cardenal Óscar
Rodríguez Madariaga, quien vive cómodamente en el Vaticano mientras su
pueblo se hunde en la miseria y la violencia!
De Guatemala reportan los migrantes la presencia de maras, crimen
organizado, armamentismo entre la población y, sobre todo, el permanente
flujo de emigración indígena. Es estimulante que este país hermano está
dando pasos importantes contra la corrupción y la impunidad, aunque
sigue ocupando el tercer lugar en número de transmigrantes en nuestros
albergues.
Aunado a las terribles condiciones de origen, los transmigrantes
tienen que sobrevivir a los peligros de su paso por México, agredidos
por la delincuencia organizada, la corrupción de agentes estatales,
sobre todo del Instituto Nacional de Migración. Ellas y ellos se han
convertido en una jugosa mercancía, víctimas de un sistema de justicia
corrupto e impune. Sólo en el último año, nuestro Albergue
Hermanos en el Caminoha presentado 811 denuncias penales ante la Fiscalía de delitos contra la población migrante; de éstas, ¡sólo dos han prosperado!
La crisis mexicana de derechos humanos y la descomposición nacional
en general han impactado fuertemente a la población migrante. Si los
connacionales no gozan de protección, los extranjeros menos,
especialmente en lo que respecta a desapariciones forzadas, ahí es donde
son más vulnerables.
El Movimiento Migrante Mesoamericano estima en cerca de 70 mil las
personas desaparecidas, mientras que otras organizaciones y colectivos
registramos más de 10 mil. En algunos casos a los que les dimos
seguimiento, los hallazgos fueron: migrantes tratados con fines de
explotación laboral o sexual; cárceles, fosas comunes entre oficiales y
clandestinas, como la del MP de Coatzacoalcos, Veracruz. Muchas de esta
personas se reportaron por última vez precisamente en este estado.
También en Tabasco y en la Unión Americana.
Hay grupos enteros de los cuales no volvimos a saber nada,
desaparecidos en autobuses o en el tren. Sabemos de casos en que algunos
migrantes fueron reclutados por el crimen organizado, sí, como otros en
que, por haberse negado, fueron asesinados, como en la masacre de San
Fernando, Tamaulipas, en torno a la cual, por cierto, ha prevalecido el
encubrimiento de elementos del ejército, pertenecientes al cártel de los
Zetas. A siete años de este crimen de lesa humanidad, sigue imperando
la impunidad. Cuando sucedió este crimen colectivo que conmocionó al
mundo, se pensó que la situación para los y las migrantes iba a mejorar.
A duras penas se sabe ahora que el capitán Alger Francisco Alba Arce,
preso en el Campo Militar I, es señalado como uno de los perpetradores
de la masacre de San Fernando, pero no ha sido sentenciado aún, debido a
la complicidad de jueces que le han otorgado amparos a discreción.
Otros muchos fueron cruelmente asesinados por no poder pagar el
dinero de su secuestro. Todos estos casos permanecen impunes, sin
esclarecerse, mientras grupos de migrantes que huyen de la violencia y
de la miseria siguen cruzando el territorio nacional, más expuestos que
antes.
Desde que el gobierno mexicano lanzó su Programa de la Frontera Sur
bajo la careta de desarrollo regional y derechos humanos, el 7 de julio
de 2014 (un vil operativo policiaco supervisado directamente por agentes
estadounidenses), el flujo migratorio ha tenido que pagar más y
arriesgarse más, ¡pero siguen pasando de muchas maneras! Ya son muchos
los casos de transportación de migrantes en tráilers y camiones Torton.
El Estado mexicano conoce perfectamente las terribles condiciones de
vida en los países de origen y nada hace por apoyar a nuestros hermanos
del sur, pero sí, en cambio, hace el trabajo sucio pagado por E.U.
¿Qué pasa, Estados Unidos y su sirviente incondicional, el gobierno
de Peña Nieto, no pueden comprender que estamos hablado de una crisis
humanitaria? Estados Unidos debería reconocer su responsabilidad en el
enorme deterioro económico, social y cultural de los países sureños.
Gente como Donald Trump nunca lo va a reconocer, pero ciudadanos
estadunidenses justos, sí (...)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario