Hombres & Feminismo
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El papel masculino en la lucha contra el patriarcado es un debate que no debe ser esquivado. El rincón de pensar no es un castigo. |
Hace
unos días escribí un análisis sobre la violación de la intimidad en
forma de espionaje que ha sufrido la superviviente de 'la manada'
después de ser presunta y brutalmente violada. Pretendía exponer que esa
prueba era un disparate y que no podía ser considerada para elaborar un
juicio de veracidad. No quería ocupar un espacio, el del feminismo, que
no me corresponde por no ser ni experto ni activista. Por ese motivo
omití las palabras 'feminismo', 'machismo', 'patriarcado', 'violencia de
género', 'cultura de la violación' y una serie de conceptos que hoy
arrojan luz sobre quiénes somos y cómo vivimos. Recibí alguna crítica
por esta omisión o por publicar un texto bajo el antetítulo 'Feminismos'
–que son cuestiones de edición y del medio, ajenas al autor– al tiempo
que recibí algún aplauso feminista por "implicarme" como hombre en la
causa.
En
realidad, no escribí como hombre, sino como psicólogo. Y lo hice porque
creí que tenía algo relevante que contar. Pero este contraste sobre lo
que se espera de los hombres en este asunto invita a exponer qué me ha
llevado a tomar una posición de segundo plano que contrasta con la
respetable militancia activa de otros hombres.
En el año 2010 descubrí la aparición entusiasta de unos círculos de
hombres contra la violencia de género. Entré en contacto con una
asociación nacida para la 'igualdad de género'. Inmediatamente me sentí
atraído por este colectivo: me sentía invitado a participar y también a
ejercer un papel activo bajo un concepto que no me generaba conflicto de
identidad y que me reafirmaba.
Muy
pronto, sin que pasase nada revelador durante, ya estaba comprometido
con la causa, casi iluminado. A mis 25 años 'igualdad de género' era un
concepto que me representaba con un grado de confort existencial
acojonante. Tras intercambiar un par de correos, me dieron ganas de ir a
un círculo de hombres para darles la mano a todos. Y abrazos. De hecho,
me apunté a un curso online de los que te quitan el machismo de forma
rápida y sin dolor. Aquello me hizo sentir tan bien que incluso animé a
algunos amigos del club de hombres modernos '¿Machista, yo?' a
apuntarse, pero tenían mucho lío. Empecé así la primera fase, que
podríamos llamar de 'realización', esa compleja mezcla de autoafirmación
inmediata y orgullo ramplón que en ocasiones podemos llamar compromiso.
En esta primera fase se cuestiona todo. Es cuando se afirma: "yo no soy
feminista ni machista, porque creo en la igualdad" y otros tópicos que
camuflan y evolucionan el sexismo.
Estuve
algún tiempo instalado en esta posición hasta que leí algo por internet
que me hizo pensar. Lo escribía una mujer feminista y me resultó muy
revelador. Por algún motivo, de feminismos se ha publicado poco en
papel. Al menos en aquel entonces no había quien encontrara algo útil en
una biblioteca pública. Gracias a aquella lectura reparé en que igual
había algo de todo aquello que tenía que ver conmigo. También pensé que
tal vez con el certificado del cursillo online no iba muy lejos en mi
realidad inmediata. ¿Cómo podía haberme sometido a tal ceguera yo, que
iba de psicólogo constructivista?
Tras
esa reflexión caí en la depresión postmasculinidades. Reparé en que
tenía que ver con lo más profundo de mi ser, y que nos pasa a todos y a
todas. Este bofetón de realidad sucede cuando todo aquel argumentario
que sacas en cualquier ronda de cañas se te derrumba en favor de un
mundo abrumador que no has visto en tu vida. Y entonces te quedas sólo
con tu autocompasión, incomprendido, triste, en una isla desierta, sin
sirenas ni langostas, que diría Bucay...
Esta es la segunda fase, que podríamos llamar 'desrealización'. He visto
dos tipos de respuestas en hombres: la 'evitación', consistente en más
activismo comprometido del feminismo masculino con o sin victimización; o
la 'conflictuación', donde tuve la suerte caer no sin muchas
tentaciones evitadoras y gracias a muchas conversaciones. Aunque pueda
doler al principio, es mejor alcanzar la conflictuación porque la otra
vía te devuelve a un bucle irresoluble de la primera fase, que tiene un
atasco acojonante de gente que está muy de acuerdo en demasiadas cosas y
que se interrumpe al hablar.
Como todo conflicto de identidad intrapsíquico, la 'conflictuación'
tiene efectos compensatorios al poner en riesgo lo que eres y cuánto
significado has dado a tu existencia y a la del resto. Puede ser negando
el patriarcado mediante la descalificación y la censura (aquello de
"soy igualitario/feminista pero no feminazi", o "eres un/a
oportunista"), u ocupando el tiempo en no afrontar. En esta huida hacia
adelante, muy habitual en los conflictos pendientes, a menudo la emoción
de inquietud se transforma en movimiento y uno puede caer en lo de
hacer pancartas, alquilar locales, hacer estatutos, socios, cursillos,
congresos, dar lecciones, teorías y evangelizaciones por prensa,
televisión y radio. Es el síndrome de hacer cosas, aquella evitación en
forma de compromiso militante clásico.
Porque 'conflictuarse' es como saberse presidente blanco de EE.UU. en un
cuerpo de negro. Al igual que un mulato que crece en un barrio
acomodado de blancos junto a su madre blanca, que va a una universidad
de blancos y tiene oportunidades de blancos tendrá más de blanco que de
negro, un hombre igualitario –que niega el feminismo a la mayor-- puede
tener más de patriarcado que de feminista. Conflictuarse es reconocerse
como parte de lo que pones en cuestión sin atribuirse roles de salvador,
ni de víctima, algo que en el trabajo en nuevas masculinidades se
alimenta con cierta frecuencia. Volviendo al ejemplo, conflictuarse para
Obama hubiese sido denunciar el racismo endémico afirmando ante sus
fans: "Oigan, que este negro ni viene de un suburbio de Detroit ni le
dispara la policía".
Pues yo nací niño, en 1985 y en España, en la sociedad machista de la
época, hijo de una madre y un padre que fueron lo menos machista que se
podía encontrar en los 80.
Y
aunque confíe en ser mucho menos machista que hace una década y un poco
menos machista que ayer, nací y crecí en un contexto machista. Porque
en 15 años de educación pública nunca nadie me habló de género, ni
tampoco en cinco años de Psicología del presente siglo. Del mismo modo
que un presidente mulato en EE.UU. fue una hermosa serendipia carente de
significado político, un hombre escribiendo bajo el rótulo de
feminismos no lo es menos. Porque nunca me han agredido, ni me han
acosado, ni he sentido miedo por ser hombre, ni un sinfín de cuestiones
que nos cuesta ver desde este lado que son efecto del sexismo.
Por eso estoy convencido de que los hombres no debemos ejercer
protagonismo porque necesitamos abordar el conflicto interno. Y lo
necesitamos para entender la necesidad de deconstrucción de la identidad
de género, que implica reconocer las contradicciones, compensaciones y
resistencias que tenemos. Sin todo ello, no hay cambio.
Entonces, ¿qué debemos hacer los hombres para contribuir al cambio en
favor de la igualdad?
Mi conclusión fue que, primero y de momento, debemos empezar por
reconocer lo que no hay que hacer. Creo que debemos interiorizar los
comportamientos del machismo procedimental que camufla el machismo
manifiesto. Esto incluye no censurar a personas que tienen otra
experiencia interna sobre el género y respetarlas --las feministas, por
ejemplo--, no intentar controlar los debates con tozudez para llevar la
razón, no discutir sobre aquello que se ignora, no ser arrogantes, no
elaborar juicios arbitrarios con opiniones imprudentes, no subestimar y
no cuestionar con qué términos las mujeres feministas convengan
reivindicar su gestión de la igualdad.
Porque
cada vez que ejecutamos estos comportamientos estamos ejerciendo la
dominancia sexista que decimos denunciar.
Fabián Luján, sociólogo y estudioso del ámbito de las masculinidades,
expuso en una conferencia el pasado mes de febrero una receta muy
oportuna para los hombres: "lean a mujeres feministas". Esto es lo
primero y lo último que escribo sobre género. Porque la deconstrucción
de género es una labor que, llevada con aceptación y sin dramatismo,
probablemente me lleve toda una vida. Merecerá la pena ser menos
portador de machismo y más consciente del mismo para promover un mundo
menos patriarcal.
Es menester, por tanto, escuchar con humildad, aprender, dar significado
a lo aprendido en nuestra cotidianidad, dejar de utilizar la
perspectiva de género para caer en la trampa de la victimización y
evitar emplear un machismo procedimental con la igualdad como pretexto,
así como darse la oportunidad de cambiar y, sobre todo, dejar hacer.
Vivimos un momento importante donde el rincón de pensar no es ningún
castigo.
Sobre
el autor: Javier García Pedraz es psicólogo y periodista. Trabaja en el
ámbito de la rehabilitación del trauma y es miembro del Consejo de la
Sociedad Internacional de Salud y Derechos Humanos (www.ishhr.com)
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