Parece que todas y todos estamos de
acuerdo. Como dijo reiteradamente la vocera del Concejo Indígena de
Gobierno, hace falta organizarnos. Ésa debe ser la prioridad. Muchas y
muchos lo hemos tomado en serio y en eso estamos. Sin embargo…
Ante todo, importa aprender a estar de acuerdo. Muchos hay que dicen que sí, pero en el fondo no están de acuerdo. A otros no se les pide su opinión, y muchos están de acuerdo en lo que no hace falta que lo estén. Esa es la razón de que importe, ante todo, aprender a estar de acuerdo. (Bertolt Brecht, El que dice no.)
No se trata, aparentemente, de incorporarse a alguna de las que antes
eran formas clásicas de organización: el sindicato, el partido, la
asociación gremial o empresarial. Para la mayoría de los sindicalizados
no existe opción: con el empleo viene la afiliación y el pago de cuotas a
estructuras caciquiles, verticales y corruptas, que incluyen también a
bandas delincuenciales, como los trabajadores de la construcción que
usan la franquicia de la CTM para sus tropelías, o las organizaciones de
mototaxis que se ocupan de la distribución de droga. Algo semejante
ocurre en los partidos. Ninguno hay que no sea una estructura vertical
en que la gente participa según normas que le prescriben, aunque pueda
tomar iniciativas. Lo mismo que las asociaciones gremiales o
empresariales, no son formas de autorganización. En general, no les
pertenecen realmente a quienes pertenecen a ellas.
¿No es asunto de clase eso de no estar organizado? Los más pobres, en
el campo y en la ciudad, no pueden sobrevivir sin alguna forma de
organización, aunque su tejido social profundo, firmemente organizado,
carezca a menudo de etiquetas formales. Sólo individuos de las clases
medias o altas pueden vivir sin organizaciones propias. Algunas y
algunos pasan la vida entera afirmados en su condición individual,
leales a organizaciones e instituciones de las que cuelgan su
existencia, las que les dan empleo o ingreso o las que los abastecen de
productos o servicios, la tienda, el banco, el club de golf… Resisten en
general las formas más elementales de autorganización y les resulta
problemático ponerse de acuerdo hasta para administrar su condominio,
aunque pueden fácilmente montar organizaciones más o menos efímeras para
propósitos muy concretos. No parecen ser ellas y ellos los principales
destinatarios del mensaje de organizarse.
El mensaje tampoco tiene aplicación clara para comunidades indígenas
de estados como Oaxaca, que hace siglos no dejan de tener su asamblea,
sus autoridades, su sistema propio de gobierno. No carecen de
organización… aunque la que tienen sufre diversas perturbaciones y no
logra salir de la escala comunitaria y municipal.
¿Qué es eso de organizarse, realmente? ¿Se trata todavía de
construir organizaciones en función de objetivos económicos, políticos,
sociales, culturales? ¿Hay que hacerlo según ideologías, con
prescripciones sobre el futuro? ¿Se requiere organizarse para conseguir
algo del capital o del gobierno, sea mejores salarios o prestaciones o
bien servicios o acceso a programas? ¿Es esa la organización que nos
hace falta? ¿La que permita presentar demandas a instancias públicas o
privadas?
Esta colección de preguntas retóricas intenta ir acotando nuestro
desafío. Organizarnos, hoy, implica plantearnos seriamente la necesidad
de reconstruir la sociedad desde la base. Va más allá de la construcción
de un colectivo, una cooperativa o una ONG para propósitos específicos
de sus miembros, o de la mera autorganización de espacios de
convivencia, como en un condominio o para una fiesta. También va más
allá de la organización que conduce a una movilización para resistir
algo o a alguien o para presentar exigencias de cualquier índole.
Tampoco guarda relación con lo que hace falta hacer en las
organizaciones
clásicasde la sociedad que cae a pedazos.
Organizarnos, hoy, significa ante todo mantener la mirada entre
nosotros, a nuestra escala, dentro de nuestro alcance, horizontalmente,
conscientes de lo que podemos o no hacer por nosotros mismos para
reconstruir la sociedad desde abajo.
Significa también saber que eso exige, entre otras cosas, pensar de
nuevo el horizonte. Perdimos el país que teníamos. Se ha desvanecido el
marco del Estado-nación. Las invocaciones a la soberanía nacional, que
se siguen lanzando ante cualquier provocación, suenan cada vez más
vacías. Si se trata de pensar en mexicanos y mexicanas, en lo que
tenemos en común, en la forma de gobernarnos, tenemos que pensar más
allá de lo que todavía se presenta como territorio mexicano, porque una
tercera parte de nosotros no está aquí… y porque ese territorio se puso
en venta y ha dejado de ser nuestro… Lo
nacionalnecesita pensarse de nuevo.
Organizarnos, por tanto, la invitación insistente a que lo hagamos,
abre un amplísimo espectro de preguntas en que acaso lo único que
sabemos con claridad es que no tienen respuestas únicas. Tenemos que
plantearlas desde los contextos, los lugares, los espacios, las
condiciones en que cada quien se encuentra. Y ahí, quizás, podamos
ponernos a pensar qué hacer en nuestras matrias, a medida que lo que
llamábamos
patria, con toda su carga patriarcal, se sigue deshilachando y pierde paso a paso todo perfil de realidad.
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