Esas condiciones se extienden en muchos sentidos a las familias de
los internos que deben soportar vejaciones, intimidaciones,
humillaciones y desprecios del personal carcelario, en la mayoría de los
casos poco preparado para desempeñar el servicio público que se les
encomienda… tanto, como para violentar derechos de niñas, niños y
adolescentes.
La paranoia de la seguridad, ni duda cabe, persiste como en ninguna
parte en el ámbito castrense, donde una nueva disposición militar, el
Instructivo para el Control y la Seguridad de Prisiones Militares,
incluyó desde hace dos semanas la revisión exhaustiva, desnudos, a niños
que acuden a la visita familiar.
Aun peor. Para poder hacerlo, se obligó a los militares presos que
enfrentan procesos penales militares o cumplen sentencia, a firmar una
autorización, que provoca la indignación de los internos, sus familias y
debería indignar a la sociedad.
Con el nombre de “Consentimiento válidamente informado de revisión”,
el documento cita un procedimiento en cuyo presunto articulado se
establece que toda persona que desee entrar a una prisión militar deberá
someterse a una revisión corporal y de sus prendas. Luego continúa:
“Otorgo mi consentimiento para la realización de los procedimientos
de revisión (…) y en caso de que pretendan ingresar menores de edad, se
me ha hecho del conocimiento que el menor o la menor serán revisados en
su persona y prendas”.
En las líneas siguientes, especifica que la revisión se realizará al entrar y salir de las instalaciones.
El documento que obligaron a firmar a los internos es para que den su
consentimiento a la política de revisión cada vez más exhaustiva y que
ahora incluye a los menores. No tiene numeración ni sellos
institucionales, pero lleva además de la firma del interno, la de otros
dos internos que rubrican como “testigos” de que aquel dio su
autorización de manera informada.
Enclavada en el Campo Militar Número Uno, la prisión militar es
invulnerable, cuenta con numerosos policías militares en vigilancia
continua y, hasta mediados de marzo, las familias entraban sometiéndose a
una revisión sencilla que de repente cambió: ahora, las mujeres también
son obligadas a desnudarse y hacer sentadillas.
La prisión es dirigida por el general José de Jesús Díaz Núñez, quien
de acuerdo a militares consultados, mercantiliza su desempeño al frente
de la prisión, particularmente, por la prohibición a familiares de
internos para que lleven alimentos, pero que “el casino”, o sea, la
cafetería-súper del lugar, suministra a costos estratosféricos sin
rastro documental. Así son los viejos negocios militares en absoluta
opacidad.
Ajenos a controles, sabedores de la impunidad que la cúpula militar
garantiza, los mandos en las Fuerzas Armadas ni a los suyos respetan.
Pero son intocables. Nadie se atreve a tocar lo anómalo, injusto y
expoliador del sistema de justicia militar.
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