El mexiquense lo ha dicho: no gobierna para las encuestas ni para la
popularidad. Y aunque es de suponerse que a todo gobernante le interesa
pasar a la historia, hay que recordar que –también lo dijo– es un
pragmático que ha conseguido todo lo que se ha propuesto, aunque, según
las encuestas, el 80% de los ciudadanos desapruebe su mandato.
Asunto de percepción. Al principio del sexenio parecía un mal
producto de la televisión, un débil con protestas en las calles, un
ignorante que para llegar garantizó impunidad a Felipe Calderón, esposo
de la hoy candidata presidencial Margarita Zavala.
En los hechos, consiguió las reformas estructurales tan anheladas por
poderes invisibles –representados por personalidades de la
transexenalidad e interpartidismo, como José Antonio Meade– y tuvo el
apoyo de los dos partidos de oposición más representativos.
Entre los reformistas estaba Ricardo Anaya, hoy candidato
presidencial del PAN. En tanto, operó eficaz la represión con aliados
perredistas: las marchas en la Ciudad de México, con Miguel Ángel
Mancera; los estudiantes de Ayotzinapa, en Guerrero, con Ángel Aguirre;
Nochixtlán, Oaxaca, con Gabino Cué.
Reformas y garrote, pues, todo en acuerdo con el PAN y el PRD.
Mientras, con todo y la indignación por Ayotzinapa, los escándalos de
las casas, las evidencias respecto a OHL y los primeros indicios de
Odebrecht, mantuvo mayoría legislativa en la elección intermedia; los
negocios al amparo del poder para la elite mexiquense, y ahí donde la
vieja tecnocracia cumple un papel gerencial, se acrecentaron a extremos
aún inimaginables ¿Qué más da ceder gubernaturas y sacrificar
gobernadores?
Ejemplo de estos días. Justo dentro de un mes, el próximo 11 de mayo,
se cumplirán seis años desde que el Movimiento #YoSoy132 llegó a la
vida pública con una efímera y, sin embargo, trascendente irrupción. La
respuesta de Peña Nieto en aquellos días fue su Manifiesto por una
Presidencia Democrática, que llevó como puntos torales la promesa de una
ley anticorrupción, reforma en transparencia y regulación de publicidad
oficial. Las reiteró en el período de transición.
En los hechos, las medidas anticorrupción se consiguieron –con
celebración de la llamada sociedad civil tan próxima o propia de las
elites empresariales– tras los escándalos, pero no son operantes y ni
siquiera hay fiscal; la reforma de transparencia es irrelevante, pues
hubo comisionados a modo como Ximena Puente, hoy futura senadora del
PRI, en tanto las demás reformas (como la energética) cerraron
información. Respecto a la publicidad oficial, el pasado martes quedó en
ley a modo.
La noche del lunes 9, el Tribunal Electoral instruyó el registro como
candidato presidencial de Jaime Rodríguez Calderón. Ahora, quienes
festinaron la Reforma Política y avalaron los órganos electorales,
aparentemente cuestionan el fallo como cuestionaron brevemente lo
ocurrido con la fiscalía electoral que, por cierto, ya se les olvidó.
Y así, entre asuntos olvidados, el sexenio agoniza y Peña Nieto sigue
invicto, impopular y cuestionado, sí, pero triunfante… una modalidad de
presidencialismo autoritario, para mayor eficiencia, con apariencias a
salvo que, naturalmente, incide en la sucesión presidencial. Suponerlo
derrotado, es pecar de ingenuos.
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