Los dispositivos para
el dominio de la mente y el cuerpo, con el fin de garantizar la
sumisión al poder, se han reforzado en la era digital. Joseph Goebbels, a
la sazón ministro de Ilustración y Propaganda en la Alemania del Tercer
Reich, comprendió el significado de la difusión masiva de mensajes.
Goebbels hizo fabricar una radio de bajo costo para que fueran
adquiridas por las clases trabajadoras y los sectores medios. Se le
denominó
la radio del pueblo. Limitada a la recepción de emisoras alemanas, en 1933 su producción incorporaba una esvástica encima del dial. Fue una revolución. Goebbels convenció a Hitler.
El control de la mente del pueblo alemán se extendió. Las ondas
hertzianas fueron el mecanismo utilizado para penetrar en los hogares.
Noticias, discursos, partes de guerra, concursos, música, etcétera. Todo
estaba diligentemente seleccionado. El nazismo hizo del radiotransmisor
un instrumento de control político. Era perfecto. Las familias
arremolinadas frente al aparato recibían las instrucciones para acudir a
manifestaciones, estar a la moda o participar en actos políticos.
Por primera vez los radioescuchas, en tiempo real, asistían a una
transmisión deportiva. Nadie dudó de su eficacia. El pueblo alemán fue
agradecido. Se transformó en un devoto nazi pasivo, gracias a este
regalo envenenado de Goebbels.
En 1933, sólo 25 por ciento de hogares poseía una radio. En 1941, en
plena ofensiva nazi, la proporción se elevó a 67 por ciento. Todos los
fabricantes de aparatos de radiodifusión fueron obligados a producir el
modelo. Su precio, 76 marcos, era una bicoca frente a los oscilantes 200
a 400 que costaban los convencionales.
Hoy, junto al ordenador personal, en sus diferentes modalidades, tabletas, smartphones,
se hace posible dirigir, controlar, manipular y proyectar el mundo
acorde con las grandes compañías del big data. Los vínculos existentes
entre Microsoft y Apple con el poder y su complicidad se hacen patentes
cuando se destapan los escándalos de la dominación informática. Tanto
Bill Gates como el desaparecido Steve Jobs siguieron la senda inaugurada
por el Tercer Reich.
Bajo una especie de mecenazgo, actos de filantropía, donan y reparten
ordenadores a países dependientes, colegios públicos, instituciones
públicas, ministerios, etcétera. A la par, crean aulas de informática en
universidades de los cinco continentes. Todo bajo el sello de una obra
en bien de la comunidad, ocultando la verdadera razón de tales
comportamientos. Acceder a información global, antes insospechada y
menos aún posible de almacenar, dirigir y manipular. Hoy, estas empresas
construyen perfiles específicos para usuarios individualizados. La
línea entre el espacio público, lo privado y lo íntimo ha desaparecido.
Han penetrado hasta lo más profundo de nuestro ser. No hace falta una
orden de registro dictada por un juez para entrar en tu domicilio y
realizar un registro. No es necesario abrir cajones, hurgar en el desván
de tu casa para descubrir tus gustos de lectura, pasatiempos y
amistades. La información se consigue de forma sibilina, menos tosca,
sin violencia física. El control del cuerpo y la mente se hace global.
De la biopolítica a la sicopolítica. El poder entró vía web. Se rastrean
tus correos electrónicos, compras, cuentas bancarias, vacaciones. Con
un algoritmo adecuado se construye el perfil que define tu personalidad,
comportamiento, aficiones, ideología, si eres sumiso, dócil,
conflictivo, etcétera. Gracias al GPS, la localización no es un
problema.
Los estándares de la web están controlados. Google, Facebook,
Amazon, Youtube y PayPal pertenecen al consorcio W3C, articulado al
protocolo Http, sin el cual la World Wide Web no existiría. Los
navegadores Chrome, Safari, Mozilla y Firefox tienen dueños: Microsoft y
Apple. La informática de la dominación, ensamblada a los servicios de
inteligencia, facilita el control de la mente. Por nuestras entradas
editan perfiles exactos. No se trata sólo del uso de nuevas formas de
identificación, como el reconocimiento facial. Saben los gustos,
controlan nuestras emociones, sentimientos. Tienen acceso al conjunto de
los ingresos, la ubicación. No es extraño que los dispositivos de
hardware tengan como función prioritaria acceder a la web y sus
servicios. Los nuevos amos de esta red, a decir del colectivo Ippolita,
en su ensayo ¿La red es libre y democrática?, concluyen:
Poseen los códigos del software que usamos, las informaciones que les regalamos, la potencia de cálculo y la mano de obra para mantener todo en constante movimiento (mano de obra gratuita de los usuarios). Los nuevos amos digitales han plasmado una mentalidad, han proporcionado una idea del mundo y cada día van anunciando la buena nueva de la web 2.0. Más de 20 años después de la puesta online del primer sitio www, nos descubrimos adeptos a una nueva religión, de la que desconocemos origen y estructura, pero cuya liturgia aplicamos cada día con meticulosa diligencia.
El capitalismo de la era digital articula un sistema totalitario, en
el cual, curiosamente, nos sentimos cada vez más libres, creyendo que
nuestras navegaciones en red acaban con el control social del poder
analógico ejercido por una clase social o una élite dominante
transversal. La gratuidad de los servicios de la web debería hacernos
pensar. El capitalismo no regala nada a cambio de nada. Sin dudarlo, el
complejo industrial, militar, tecnológico y financiero ha sido capaz de
entrar en nuestra mente, minar la capacidad de resistencia, favoreciendo
la adoración de nuevos dioses articulados a los dispositivos fetiches
de la web.
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