Juan Arturo Brennan
Imágenes de Stanley Kubrick: la exposición, dedicada a la obra
del director, que se montó en la Cineteca Nacional de diciembre de 2016
a mayo de 2017, donde destacaron materiales de su filme 2001: Odisea del espacio Foto Juan Arturo Brennan
Entre las efemérides notables
de este año y, específicamente de estos días, una que merece ser
recordada y señalada con entusiasmo impar es el 50 aniversario del
estreno de esa portentosa película que es 2001: Odisea del espacio
(Stanley Kubrick, 1968), vista por vez primera el 2 de abril de aquel
emblemático y conflictivo año. En estas cinco décadas se han escrito
miles de páginas respecto del filme, de su calidad pionera, y la enorme
influencia que ha ejercido desde entonces en todos los ámbitos del cine y
la comunicación audiovisual. Marcar este importante cincuentenario
fílmico y cultural debe pasar, claro, por el exhaustivo análisis del
sustento conceptual y la continuidad narrativa de la película, y por la
glosa de la particular (y controvertida) visión de Kubrick sobre la
evolución del hombre y su futuro, y sin duda, por la reconsideración de
la proeza técnica que significó la concepción, diseño y fabricación de
los notables efectos visuales que hacen de 2001 una película
que, a tantos años de distancia, conserva intacta su capacidad de
asombrar poderosamente tanto a quienes la ven por primera ocasión como a
quienes la han visto y analizado una y otra y otra vez. A estas
consideraciones sobre el análisis profundo del filme de Kubrick hay que
añadir un asunto de capital importancia, que es la pista musical de 2001: Odisea del espacio.
Sí, también sobre este aspecto de la película se han escrito
innumerables ensayos, artículos y tesis, lo que no impide que, como el
resto del contenido de esta fascinante creación kubrickiana, ese soundtrack
siga siendo fuente inagotable, por una parte, de placer sonoro puro y,
por la otra, de asombro inagotable ante la improbable (y finalmente
perfecta) selección musical del realizador estadunidense. ¿Cómo fue que
la introducción a uno de los portentosos poemas sinfónicos de Richard
Strauss se convirtió en uno de los emblemas sonoros más potentes de
nuestro tiempo, infinitamente comentado, repetido, glosado,
parafraseado, parodiado, apropiado y referido a lo largo de 50 años?
¿Cómo fue que el formidable compositor húngaro György Ligeti, hasta
entonces conocido y apreciado sólo por un núcleo duro de melómanos y
conocedores de altos vuelos, se convirtió casi en una figura de culto,
particularmente entre generaciones jóvenes a las que la música
contemporánea de concierto no suele llamarles la atención? ¿Cómo fue que
el más famoso de los muy terrenales valses vieneses de Johann Strauss
Jr. se volvió la música inolvidable de las primeras, igualmente
inolvidables imágenes que Kubrick presenta del espacio exterior, sus
cuerpos celestes y su parafernalia orbital? ¿Cómo fue que un fragmento
de la música de un ballet de Aram Khachaturian escrito sobre diversos
elementos de la tradición sonora de Armenia vino a ser el complemento
ideal para la tediosa rutina cotidiana y la aséptica (y engañosa) paz en
la que se mueven los habitantes de la nave espacial Discovery?
Expresadas así, estas preguntas parecen ser sencillas y de
respuesta inmediata. Sin embargo, es mucho más lo que hay detrás de la
notable dramaturgia musical de 2001: Odisea del espacio,
una dramaturgia que tiene sólidos cimientos en las relaciones estrechas
que unen a todas estas músicas con las imágenes a las que acompañan y,
de modo más importante, con los conceptos profundos que hay detrás de
esas imágenes.
Es un hecho incuestionable que, entre las grandes, indispensables películas de la historia, 2001
es probablemente la que con mayor potencia invita al espectador no
solamente a mirarla y pensarla con atención, sino también a escucharla a
detalle, una y otra vez. A todas estas y muchas otras consideraciones
posibles hay que añadir, indispensablemente, una discusión no menos
seria y profunda de la música original que Alex North escribió para 2001: Odisea del espacio, y que fue descartada por Kubrick en favor de las músicas arriba mencionadas. Ese soundtrack,
fascinante por sus propios méritos, fue rescatado del olvido y
divulgado generosamente en homenaje a North por uno de sus más
destacados colegas, el gran Jerry Goldsmith. Los kubrickianos de corazón
ya tienen tarea: buscarlo, encontrarlo, escucharlo, asombrarse,
sorprenderse.
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