Víctor M. Toledo
Ningún sector de la sociedad mexicana ha sido más marginado, asediado y amenazado durante estos 30 años de neoliberalismo como la gente del campo, y al mismo tiempo, ninguno ha levantado con tanta dignidad la resistencia. Para la cosmovisión neoliberal, esencialmente clasista y racista, el campesinado, los indígenas, los afromexicanos y los jornaleros agrícolas son una fracción arcaica, primitiva y atrasada que si pudieran los eliminarían para siempre de la faz de la patria. Esta soberbia de origen urbano e industrial niega o ignora que en el metabolismo esencial entre la naturaleza y las sociedades los actores rurales son los que proveen de alimentos, agua, energía y materias primas diversas a las ciudades y a los polos industriales. En México, además, es allá en las zonas rurales donde se encuentra su máximo legado biocultural: los herederos de la civilización mesoamericana (con 7 mil años de historia como lo indica el maíz) y una extraordinaria riqueza biológica y ecológica. A ello hay que agregar todavía lo que la revolución esencialmente agraria de principios del siglo XX imprimió en la realidad del país: el fin de los latifundios y el reparto de la tierra durante las siguientes décadas, es decir, la recampesinización del país, una nueva legislación encabezada por el artículo 27 de la Constitución de 1917, y la recreación del torrente civilizatorio mesoamericano resultado del reconocimiento de las comunidades indígenas. Con ello la nación recuperó de alguna forma su memoria histórica de largo aliento, y cierta reciedumbre civilizatoria. En todo ello la figura suprema fue Emiliano Zapata y su Plan de Ayala, promulgado en noviembre de 1911, que sigue reverberando a lo largo y ancho del México rural.
Todo lo anterior, que es la herencia de Zapata, ha generado una resistencia en el campo que, a pesar de todo, ha logrado detener, neutralizar e incluso remontar el bombardeo intenso de las políticas neoliberales implementadas durante los recientes 30 años. Aquí deben citarse desde el levantamiento del EZLN en Chiapas y la creación de un territorio especial bajo control indígena (los caracoles neozapatistas) hasta la organización comunal que ha dejado, por ejemplo, a 80 por ciento de las comunidades de Oaxaca bajo un régimen de gobernanza sin partidos políticos, los cientos de proyectos productivos alternativos (como la de las cooperativas cafetaleras y forestales) basados en la autogestión, los movimientos de resistencia y defensa del territorio contra los proyectos depredadores (más de 500), y ¡oh sorpresa!, la recuperación demográfica de los pueblos indígenas, que pasaron de 10-12 millones en 2000 a 25 millones en 2015 (Inegi). Si establecemos que hoy el campo de México es un escenario bajo tensión, en que a cada agresión neoliberal ha correspondido una resistencia rural e incluso un proyecto innovador, la posibilidad de un rompimiento o quiebre macropolítico mediante el proceso electoral resulta enormemente atractivo para mover la balanza del lado de las mayorías asediadas.
Esta posibilidad se ve además favorecida por el entorno internacional. La crisis ecológica y social de escala global, que es la crisis del modelo civilizatorio industrial, capitalista y tecnocrático, ha provocado un vuelco en las visiones mundiales en torno a la producción de alimentos. Tres décadas de investigación científica alternativa han logrado echar abajo los principales mitos de la visión neoliberal sobre el campo. Hoy la FAO ha terminado por reconocer que frente al fracaso de los sistemas agroindustriales (y los agronegocios) los dos agentes clave para garantizar la alimentación sana y segura de una población que pasará de 7 mil millones a 9 mil millones hacia 2050, son los pequeños productores campesinos del mundo y la agroecología. Es en este contexto, nacional y mundial, que más de 100 organizaciones rurales han preparado el Plan de Ayala Siglo XXI y lo han presentado a Andrés Manuel López Obrador (AMLO) para su posible adhesión (ver La Jornada del Campo 126). Las tesis, propuestas y demandas de la gente del campo han logrado, esta vez, una claridad y coherencia de alcance mundial. Ahí se exponen temas cruciales, como la autosuficiencia alimentaria, precios mínimos garantizados, respeto a la propiedad, créditos, seguros y asistencia técnica, paz y seguridad en el campo, pero también transición hacia la agroecología sin transgénicos ni pesticidas prohibidos y respeto a los derechos de los jornaleros agrícolas.
Como contraparte, el movimiento se compromete a poner en actividad 25 mil comités que cubran cada sección electoral rural, y a intentar captar 5 millones de votos.
Un gobierno del cambio para el campo debe abrazar de cuerpo entero esta iluminadora perspectiva que pone a la cabeza de una nueva era mundial a los pequeños productores campesinos, a la sabiduría agrícola milenaria de las culturas indígenas, a la nueva ciencia de la agroecología, y a la autosuficiencia alimentaria. Nuestro país, por su historia y riqueza biocultural, se puede convertir en la primera potencia mundial de esta nueva manera de producir alimentos sanos, bajo esquemas ecológicamente adecuados, respetando a las culturas y manteniendo el equilibrio de los territorios y las regiones.
Mientras usted lee este artículo, en Jerez, Zacatecas, 30 mil campesinos estarán a la espera de que AMLO firme o no esa propuesta y compromiso. Si lo hace estará dando un salto hacia adelante. Situando a la nación en la vanguardia y, paradójicamente, rescatando el legado de Zapata.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario