¿Somos tan pacientes, pasivos y desorganizados como dictan los
estereotipos de Hollywood sobre los mexicanos? ¿O seremos capaces de
llevar a cabo una enorme revolución silenciosa en las urnas para botar a
los corruptos y defender la soberanía nacional?
La moneda todavía está en el aire.
Durante las próximas semanas, el gobierno y los medios del régimen
harán todo lo posible por desalentar la participación ciudadana y
desanimar a los potenciales votantes. “Todos son iguales”, nos dirán.
“No salgas a la calle porque podría haber problemas –advertirán–; mejor
quédate en casa con el futbol y los amigos”. Hará falta mucha valentía y
perspicacia ciudadana para poder romper con las intensas campañas de
desinformación, miedo y distracción que nos esperan en los próximos
días.
En general, la tasa de participación electoral en México deja mucho
que desear. Por ejemplo, en las elecciones presidenciales de 2006
solamente votó 58.5% de la lista nominal. En 2012, la participación
subió un poco, pero aun así solamente emitió su sufragio 63% de los
potenciales votantes. Durante las elecciones legislativas “intermedias”
de 2009 y 2015, cuando no hubo elección presidencial, la tasa fue aún
más baja, de 44 y 47% respectivamente. En las elecciones para la
Asamblea Constituyente de la Ciudad de México, en 2016, solamente votó
28% de los electores.
Lamentablemente, el grupo demográfico que menos vota es el de los
jóvenes; en particular, el de personas de 20 a 29 años es el que
demuestra menor interés en participar en la elección de sus gobernantes,
con un índice de sólo 53% en 2012 y de apenas 36% a nivel nacional en
2015, de acuerdo con estudios realizados por el Instituto Nacional
Electoral (INE).
Con respecto a los géneros, las mexicanas suelen participar mucho más
que los hombres. En las últimas elecciones presidenciales de 2012, por
ejemplo, votaron 66% de las mujeres y solamente 58% de los hombres, una
brecha de 8 puntos.
Cuando cruzamos las variables de género y de edad queda aún más clara la
radiografía. Quienes más votan son las mujeres de entre 50 y 59 años,
75% en las últimas elecciones presidenciales de 2012, y quienes menos
votan son los varones de entre 20 y 29 años de edad, sólo 47% en el
mismo año, lo cual significa una brecha de 27 puntos.
La baja participación entre los jóvenes, y en particular entre los
hombres de 20 a 29 años, es preocupante porque en 2018 los jóvenes
constituyen un enorme porcentaje de quienes podrán votar. Ochenta y ocho
millones de ciudadanos mexicanos hoy cuentan con su credencial de
elector; 26 millones de ellos, casi 30%, son menores de 30 años. Y 15
millones, 17% del total, son menores de 25 años para los cuales esta
será su primera elección presidencial.
Recordemos que el sufragio universal, en el que todos los mayores de
edad pueden votar, es un fenómeno reciente que ha sido la consecuencia
de largas luchas sociales a favor de la justicia y la paz. En México,
por ejemplo, fue hasta 1953 cuando las mujeres ganaron el derecho al
voto.
El voto es una conquista histórica de gran importancia e incluso es
obligatorio de acuerdo con nuestra Constitución. El inciso III del
artículo 36 de la Carta Magna indica que “votar en las elecciones y en
las consultas populares” es una “obligación” de todos los ciudadanos
mexicanos. Lamentablemente, no todos ejercen este derecho con la misma
responsabilidad y conciencia.
La buena noticia, sin embargo, es que, a diferencia de las dos
elecciones presidenciales pasadas, hoy nadie promueve el voto en blanco o
el boicot electoral. El Congreso Nacional Indígena (CNI) llegó incluso a
lanzar una precandidata a la Presidencia de la República, María de
Jesús Patricio, Marichuy, quien hizo un trabajo muy importante
recorriendo todo el país.
Y muchos de quienes antes defendían el voto en blanco, como Denise
Dresser o Emilio Álvarez Icaza, hoy apoyan la coalición Por México al
Frente y las aspiraciones presidenciales de Ricardo Anaya.
Otros políticos, como Andrés Manuel López Obrador, también han
recibido el apoyo de un gran número de organizaciones sociales,
activistas y líderes de opinión que en otros momentos han mostrado
cierto escepticismo sobre los procesos electorales.
En general, ha surgido un gran consenso social con respecto a la
importancia de participar en las elecciones de 2018. Y no es para menos.
Los resultados electorales del próximo 1 de julio marcarán por décadas,
para bien o para mal, la historia de México.
Todos los ciudadanos tenemos la obligación de preguntarnos qué papel
queremos jugar en esta coyuntura tan importante y actuar en
consecuencia. Como escribió Dante Alighieri: “Los lugares más calientes
del infierno están reservados para aquellos que en tiempos de crisis
moral mantienen su neutralidad”.
Twitter: @JohnMAckerman
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