Al grupo de unos 2 mil
migrantes que salió el martes de San Pedro Sula, en Honduras, con el
propósito de llegar a Estados Unidos a través del territorio mexicano,
se sumó ayer una nueva caravana procedente de la capital salvadoreña.
Esta nueva expresión del éxodo que experimentan las naciones
centroamericanas ocurre en momentos en que se intensifican las proclamas
xenófobas del mandatario estadunidense, Donald Trump, de cara a la
elección presidencial del año próximo, en la que el magnate neoyorquino
intentará conseguir un segundo periodo en la Casa Blanca, y para lo cual
necesita exacerbar el chovinismo de los sectores que todavía le son
fieles y extenderlo a otras capas de la ciudadanía.
Otro elemento de contexto que debe destacarse es el hecho de que la
mayor parte de los participantes de las caravanas que cruzaron México a
finales del año pasado aún no ha conseguido ingresar a Estados Unidos y
permanece en nuestro país. No hay elementos para suponer que a la
próxima oleada que está por llegar a nuestra frontera sur le espere una
suerte distinta, y esta perspectiva coloca a las autoridades y a la
sociedad en la necesidad de planificar medidas de atención inmediata
para los visitantes y acciones para hacer posible su estadía a mediano
plazo.
Ciertamente, unos pocos miles de extranjeros no plantean un desafío
económico ni social insuperable para una nación con más de 120 millones
de habitantes –y muchos más, si se le suman los millones de mexicanos
que viven y trabajan en Estados Unidos–, pero todo hace pensar que estas
caravanas seguirán arribando en el futuro próximo, al menos en tanto no
cambien sustancialmente las condiciones sociales y económicas en el
llamado Triángulo del Norte centroamericano, y en tanto se mantenga la
fobia antimigrante en la Casa Blanca, hoy convertida en política
oficial, muchos más extranjeros van a quedar varados en México. Esta
conjunción podría colocar a nuestro país ante la obligación de gestionar
una verdadera emergencia humanitaria en su territorio.
Es claro que las instituciones gubernamentales no sólo deben procurar
las condiciones que garanticen la integridad y la dignidad de los
viajeros, sino también formular planes de contingencia para asimilar a
muchos de ellos. Es posible hacerlo: debe recordarse la experiencia
exitosa de los años 80 del siglo pasado, cuando decenas de miles de
guatemaltecos que huían de la atroz dictadura militar imperante por
entonces en su país fueron acogidos en el sureste mexicano.
Por otra parte, la sociedad y el gobierno de México deben adelantarse
a un riesgo acaso mayor: el de una agudización de la xenofobia. Cabe
recordar que en esa travesía masiva se manifestaron una vez más los
sentimientos de solidaridad, hospitalidad y generosidad que caracterizan
a la sociedad mexicana, pero hubo también abundantes brotes de lo
contrario: en las redes sociales y en las calles de Tijuana, muchos
sacaron a relucir un nacionalismo del todo distorsionado y un racismo
vergonzoso para protestar por la presencia de los centroamericanos. No
pocos expresaron consignas y argumentos literalmente calcados de los que
ha usado Trump para denostar a los mexicanos, tales como que
los extranjeros nos quitan nuestros trabajoso
son delincuentes.
En suma, México debe prepararse en muchos aspectos para recibir a los
centroamericanos que huyen del hambre y de la violencia. Se requiere,
además de un programa de recepción coyuntural, de políticas para
ofrecerles trabajo, vivienda y servicios y, no menos importante, de una
campaña educativa para minimizar el racismo y la xenofobia que anidan en
diversos sectores de nuestra sociedad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario