A sus 78 años, seguía en la academia, en el área de las ciencias de la Tierra en la UACM
Era una ciudadana de a pie, experta en los laberintos del
Metro y los peseros. Prominente geóloga de talla internacional,
defensora de los derechos humanos, abuela, madrugadora, María Fernanda La Chata Campa falleció ayer. A sus 78 años practicaba chi kung
para mantenerse en forma. Seguía activa en la academia, en el área de
ciencias de la Tierra en la Universidad Autónoma de Ciudad de México
(UACM) y en los últimos años había puesto sus conocimientos al servicio
de la causa de los pobladores de la cuenca de Texcoco, con un peritaje
con sólidos argumentos científicos para demostrar la inviabilidad de un
aeropuerto en el lecho del antiguo lago.
Hace 50 años, cuando el Movimiento Estudiantil del 68 tomó forma y
fuerza, ella llevaba ya años de activismo, fue figura clave en la
vinculación de los estudiantes con el movimiento obrero y el feminismo,
en la lucha por la libertad de los presos políticos de la época –entre
ellos su padre, Valentín Campa– y en los esfuerzos por mantener viva la
organización después de la matanza de Tlatelolco.
Siempre estuvo presente en las luchas sociales. La vida misma de
María Fernanda Campa, desde su nacimiento, forma parte de una cadena de
pedazos de la historia de la izquierda mexicana. Nació en 1940, el año
del asesinato de León Trotsky y en el que sus padres, Valentín Campa y
Consuelo Uranga, fueron expulsados del Partido Comunista, precisamente
por no avalar el homicidio.
En su mundo cotidiano, desde niña, transcurren los personajes y los
sucesos que configuraron el panorama de los movimientos populares
contemporáneos. Ella misma lo explicó así, hace algunos meses, en una
entrevista:
A una lucha le sigue otra. Es algo que no tiene fin, es la historia de la humanidad misma.
Hija de la pionera feminista Consuelo Uranga y del dirigente
comunista y líder ferrocarrilero Valentín Campa, primera mujer egresada
de la carrera de geología en el Instituto Politécnico Nacional (IPN),
luchadora por la libertad de los presos políticos al lado de David
Alfaro Siqueiros, activista desde los primeros minutos del movimiento
estudiantil del 68, esposa de una de las figuras más emblemáticas de
aquel proceso, Raúl Álvarez Garín. Tuvo una hermana, Valentina, también
luchadora.
Ambos, La Chata y Raúl, fueron prominentes líderes de la
Juventud Comunista desde los años 60 y gestores de la Central Nacional
de Estudiantes Democráticos. La Declaración de Morelia, redactada en un
congreso de esa organización –señala Hernández Gamundi– sigue siendo hoy
un documento trascendente. Pero ese mismo pronunciamiento motivó la
expulsión de ambos militantes del PC.
María Fernanda La Chata Campa,
en imagen de agosto pasado.
Foto Alfredo Domínguez
La Chata y Álvarez Garín tuvieron dos hijos
y tiempo después se separaron.
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El año pasado, con motivo del 50 aniversario de los hechos del 68, La Jornada compartió
con María Fernanda una mañana de memorias y relatos, paseando de un
lado al otro por la explanada de la Plaza de las Tres Culturas, en
Tlatelolco. Recordó entonces el día de 1970 en que su padre salió de la
cárcel después de 10 años de prisión. “Fui a buscarlo en un vochito
que tenía. Me pidió que antes de ir a la casa pasáramos por Tlatelolco.
Él no había visto la unidad habitacional que se construyó, cuando él ya
estaba preso, sobre los patios de la estación de trenes de Buenavista,
donde pasó tantos años de trabajo y de lucha al lado de sus compañeros
los ferrocarrileros. Y aquí se estuvo largo rato mirando…lo que ya no
estaba, y lo que pasó después”.
En otro rincón de la plaza nos mostró el predio abandonado de lo que
fue una clínica del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), y
antes, durante el 68, la Vocacional 7 del IPN, semillero de activistas
de aquel entonces. Pese a ser una escuela modelo y ejemplo de
arquitectura de vanguardia, fue demolido para levantar ahí mismo, en una
esquina de la plaza, una clínica del IMSS, ya también en ruinas.
En 1981, al hacer una remodelación, la arquitecta Rosa María Alvarado
Martínez encontró restos humanos. Durante años se puso todo el peso del
Estado para impedir que prosperara una investigación. En 2006, alentada
por la entonces senadora Rosario Ibarra y por La Chata, la
arquitecta denunció ante la PGR (expediente SIEDF/CGI/572/07) la forma
como estos restos fueron enterrados y encementados posteriormente, y
cómo se ocultó todo vestigio desde entonces. Para Campa, este caso es un
indicio de que en el sitio pudieran encontrarse inhumaciones
clandestinas, probablemente correspondientes a restos humanos
directamente relacionados con los sucesos del movimiento estudiantil de
1968. Nunca quitó el dedo del renglón.
Blanche Petrich
Periódico La Jornada
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