Ambos iban a cumplir seis años desde su detención ocurrida el 17 de
mayo de 2013 y sus casos son considerados emblemáticos del proceso
represivo que llegó con el regreso del PRI a la Presidencia de la
República, debido a las graves violaciones a derechos humanos que
–señaladas por organizaciones nacionales y extranjeras primero, y por la
Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) después– incluían todo un
catálogo de irregularidades.
El caso de Enrique Guerrero –joven estudiante de Filosofía en la UNAM
y miembro del colectivo Liquidámbar, así como del taller de teatro
“Carlos Montemayor”–, es ejemplo de la forma en la que la pasada
administración fabricó culpables entre el movimiento social, resolviendo
de pasada, un crimen de alto impacto como lo fue el secuestro de dos
sobrinos de Gerardo Gutiérrez Candiani, entonces presidente del Consejo
Coordinador Empresarial y muy cercano a la elite peñanietista que,
inclusive, quiso hacerlo gobernador de Oaxaca tiempo después.
Enrique fue detenido a tiros sin ir armado; no había orden judicial
ni flagrancia; presentó lesiones por tortura y, también como solía
ocurrir en casos similares, fue objeto de exhibición, mediante la
filtración de versiones no confirmadas y fotografías. El caso fue armado
con alegatos inverosímiles.
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Jamás pudieron establecer su participación acreditando modo, tiempo y
lugar; hubo contradicciones claras entre la versión acusatoria y la
probanza pericial, entre otras irregularidades.
Guerrero Aviña fue uno de los 12 detenidos –entre otros, dos
profesores de la Sección 22 del CNTE y varios simpatizantes del
movimiento magisterial– por ese asunto y, tan irregular era su caso que,
el relator especial de Naciones Unidas sobre Tortura, Tratos Crueles,
Inhumanos y Degradantes, lo consideró un ejemplo de la descomposición
del sistema mexicano, luego de que la historia fuera presentada por el
Centro de Derechos Humanos “Fray Francisco de Vittoria” en 2015.
Hace un año, la CNDH emitió una recomendación por el asunto aunque de
poco sirvió, pues la Procuraduría General de la República, mantuvo las
acusaciones.
Acusar a los dirigentes sociales contestatarios en general y
magisteriales en particular, por crímenes graves, fue una constante del
sexenio peñanietista. Por ejemplo, un mes antes de que Damián Gallardo y
Guerrero Aviña obtuvieran su libertad, el profesor Óscar Hernández
Neri, consiguió una sentencia absolutoria, luego de pasar casi cinco
años preso, acusado en su caso del asesinato de una profesora de la
preparatoria en la que era director en Chicoloapan. Hernández Neri era,
en 2013, un actor central en la oposición a la Reforma Educativa en la
zona más populosa del Estado de México, incómodo que fue para el
gobierno de Peña Nieto como para su sucesor, Eruviel Ávila.
Prácticamente todos los presos reivindicados por la disidencia
magisterial han quedado libres de finales de noviembre a la fecha, la
mayoría, como parte del proceso de amnistía –así sea de hecho—que
comprometió en campaña López Obrador.
Pero la lista de presos políticos sigue siendo amplia y quizás, una
de las reservas que puede tenerse hoy, es por el choque de intereses de
un movimiento social con los de hombres y mujeres poderosos de la
llamada “Cuarta Transformación”.
Un ejemplo es el caso del yaqui Fidencio Aldama, opositor a un
gasoducto y preso por un presunto homicidio. Se trata de un opositor a
una obra de infraestructura de IEnova, que encabeza una prima de la
secretaria de Medio Ambiente, Josefina González Blanco Ortiz Mena, y por
cuyo caso no se conoce avance alguno.
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