Abraham Nuncio
El viejo Rockefeller percibió,
en la segunda mitad del siglo XIX, que el control del petróleo estaba
en los dispensadores de las gasolineras. Su lógica acertó, y hoy el
espíritu de su ambición de poder, movido por la avaricia, está entre
nosotros por los mismos execrables motivos.
Esa ambición y el sobrexplotador capitalismo decimonónico –con el
nombre propagandístico de liberalismo– le permitieron a John Davison
Rockefeller erigir a la Standard Oil en un monopolio petrolero mundial.
Extraía, transportaba, refinaba y distribuía el combustible allí donde
la mirada aquilina del genearca de los Rockefeller se fijaba.
El hombre que acumuló la fortuna más grande del mundo inventó su
propia teología: la competencia era un pecado, y había que eliminarla;
la rosa para mostrarse más bella y fragante requiere de que
sacrifiquemos los capullos a su alrededor; ley de la naturaleza y ley de
Dios es que las empresas que más crezcan sean también las más aptas
para sobrevivir.
Esa teología fue canon de negociantes, políticos e intelectuales a su
servicio durante las dos últimas décadas del siglo XX. En la nueva
etapa del capitalismo depredador (el neoliberalismo), el contagio
teológico de los Rockefeller y sus pares se extendió a todo el mundo. No
es exageración. La frase de uno de los empresarios televisivos del
grupo que asesora al actual Presidente de México lo dice todo: A la
competencia hay que golpearla y ya en el suelo seguirle pegando.
El mercado libre puede existir, pero no en el capitalismo como tendencia.
Los miembros de la dinastía Rockefeller no le han ido a la zaga al
padre. A mediados de los noventa, David Rockefeller alentaba en las
Naciones Unidas las gavias de la globalización. Allí dijo: Todo lo que
necesitamos es justamente una gran crisis para que todo mundo acepte el
Nuevo Orden Mundial. Sus intelectuales han dicho que no dijo esto, y
acusan de inventarlo a la
prensa conspirativa.
La realidad ya le había entregado a los dueños del mercado global la
crisis de la deuda en América Latina a principios de los ochenta. Crisis
igual a oportunidad, según el evangelio de los Rockefeller. Oportunidad
que se inicia en México con el boom petrolero, cuya riqueza
producto de sus reservas petrolíferas dilapidó la empresa privada, sobre
todo la que se asienta en Monterrey, para luego quedar endeudada. Ahí
estuvo el gobierno, por cierto, para salvarla con cargo a los
contribuyentes pequeños y medianos.
A los pueblos de los que se adueñaban las petroleras, como la
Standard Oil, les fueron bien conocidas su voracidad y sus atrocidades.
México fue uno de ellos, según el relato de Valentín Campa –fue obrero
de La Corona, una subsidiaria de la Royal-Dutch, situada en Tampico– en
su libro Testimonio. Los métodos de esta petrolera eran semejantes a los de la Standard Oil en otras partes: el despojo, el terror, el asesinato.
Aparentemente erradicada como monopolio por el gobierno de Estados
Unidos, luego de una prolongada lucha legal, la Standard Oil hizo lo que
toda empresa capitalista hace donde están prohibidas las prácticas
monopólicas: simular fragmentarse para concentrar su propiedad
accionaria, activos y utilidades bajo una empresa controladora.
De las Siete Hermanas –controlaban 90 por ciento del mercado mundial
del petróleo desde 1928– al cabo quedaron cuatro mediante las fusiones
caras a los Rockefeller. Y con las otras empresas petroleras,
señaladamente la Royal Dutch Shell (de capital británico y holandés) y
la British Petroleum (de capital británico), constituyeron un cártel.
Enrico Mattei, un empresario petrolero y presidente de la compañía
estatal de los hidrocarburos de Italia, acusaba a las grandes petroleras
de cartelizarse. Murió en un accidente aéreo. Años más tarde se
descubriría que no fue tal, sino una explosión deliberada.
Ahora la Exxon Mobile y la Chevron de los Rockefeller operan en
México gracias a la estupidez, rapacidad y traición de quienes nos
gobernaron hasta el 30 de noviembre de 2018.
¿No se benefician estas petroleras gigantescas del robo de huachicol? ¿No le compran a los huachicoleros?
¿No se han sumado ellas, identificadas con los republicanos, que
siempre han tenido por gran padrino al clan Rockefeller, a la labor de
zapa de los enemigos del gobierno que encabeza López Obrador? ¿No nos venezolanizan
como aquellas gasolineras en manos de mexicanos, priístas en un gran
número (la forma de premiar los gobiernos del PRI a parte de sus
correligionarios), que manipulan la escasez de la gasolina desde la
derecha? Y, en fin, ¿su propensión monopólica no se hará sentir en el
expendio de la gasolina, según la lógica de John D. Rockefeller, en el
camino hacia el control de la industria mexicana de los hidrocarburos?
Para María Fernanda Campa
In memoriam
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