1/14/2019

La gran transformación



Para mí, como para muchas y muchos, la gran transformación empezó en 1994.
Hasta diciembre de 1993, unos veían la globalización neoliberal como promesa, y otros como amenaza, pero todos la veíamos como realidad, un dato que debíamos aceptar. El ¡Basta ya! fue la primera llamada a la rebelión, como reconocen ahora todos los movimientos antisistémicos. Hizo posible plantarse a resistir la ola destructiva dedicada al despojo y la nueva colonización.
Esa disposición de ánimo permitió cambios tanto en la cabeza como en el corazón, en la teoría lo mismo que en la práctica. Es una actitud contagiosa que se extiende suavemente, a ras de tierra. Millones de personas han estado poniéndose de pie, alrededor del mundo, infectadas por ese virus de resistencia y de rebeldía… aunque nada sepan del zapatismo.
Hemos aprendido a aprender. Caminar preguntando definió un estilo que era innovación radical para propuestas políticas como la del EZLN. Sin traicionarse, sin abandonar principios y sentido de su lucha, las y los zapatistas han cambiado continuamente. No son quienes eran. Ya es mucho saber aprender de los propios errores, o de los ajenos. Pero es mucho más saber escuchar. “Escuchar –dijo alguna vez el comandante Tacho– no es simplemente oír, sino estar dispuesto a ser transformado por el otro, la otra”. Con los zapatistas hemos aprendido a vivir sin dogmas, sin la cerrazón que implica atenerse a una doctrina, un partido, un líder… Aprender en colectivo es uno de los desafíos más difíciles de una auténtica transformación, especialmente cuando no es fruto de la enseñanza, cuando no hay alguien arriba formateando a la gente y diciéndole por dónde ir; aprender no es lo mismo que ser domesticado.
Reconstruir el camino de la vida, como los zapatistas, parece simple e imposible a la vez, por la fuerza del ímpetu patriarcal milenario, orientado a la muerte y llevado a su extremo en su forma capitalista actual, y por el carácter de las sociedades actuales, que ­bloquean todo camino propio. Aprendimos que es un camino plural, que se inventa todos los días, sin atajos ni fórmulas mágicas. Se aparta radical y conscientemente de los desarrollismos que hoy se ponen de nuevo de moda.
Desde la Sexta, la notable creación zapatista, supimos que es estéril plantearse transformaciones, la libertad o incluso sobrevivir dentro del capitalismo. No queda sino desmantelarlo. No es una fuerza omnipotente y omnipresente, que sólo pueda ser derrotada por una fuerza equivalente. Tampoco es tigre de papel. Con lucidez y coraje, con empeño y organización, es posible desmantelarlo cotidianamente y resistir sus atropellos más atroces. Con los zapatistas, rechazamos la idea de un capitalismo benévolo, que se pueda ocupar satisfactoriamente de los pobres que crea.Reconocemos con ellos que muy poco se puede hacer contra él desde el gobierno; realismo, para un gobernante de hoy, es estar dispuesto a servir al capital. Por eso, con los zapatistas, aprendimos a no interesarnos en ese poder cada vez más impotente, para construir otro, el de pueblos que pasaron del vanguardismo revolucionario al mandar obedeciendo. La construcción del poder de abajo significa renunciar conscientemente a conquistar aparatos podridos que sólo sirven para el control y la dominación.
En vez de un recuento de estos 25 años, con su construcción social sin parangón en el mundo, para celebrar la que muchos consideran la iniciativa política más radical e importante del mundo, tuvimos el primero de enero una firme toma de posición frente al nuevo gobierno mexicano. Sigue dando de qué hablar, en favor y en contra, tanto por su forma como por su contenido. La descalificación del lenguaje se usa hoy para exaltar la respuesta condescendiente de AMLO, que como de costumbre redujo a mera opinión, asunto de libertad de expresión, la resistencia creciente a sus proyectos y políticas.
El posicionamiento defensivo del EZLN se refiere a amenazas muy reales. El zapatismo las ha padecido por 25 años; no es cierto que su guerra duró sólo 12 días. Pero ahora se ocultan las amenazas en el discurso y se les prepara en la realidad. Las y los zapatistas tomaron solos la decisión. Hay quien puede decir, por ejemplo al repasar páginas de La Jornada, que es una soledad muy poblada. Pero no es inútil recordar unas frases que escribió el difunto Marcos el día que murió:
Una cosa es gritar no están solos y otra enfrentar sólo con el cuerpo una columna blindada de tropas federales, como ocurrió en la zona de Los Altos de Chiapas, y a ver si hay suerte y alguien se entera, y a ver si hay un poco más de suerte y el que se entera se indigna, y otro poco más de suerte y el que se indigna hace algo.
Es un momento de peligro. No es sólo para los zapatistas, pero es especialmente para los zapatistas. Necesitamos indignarnos. Sobre todo, necesitamos hacer algo. Como dicen ellos, hace falta un poco de vergüenza, un tanto de dignidad y mucha organización.

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