1/19/2019

¡Bravo, Lydia!


María Teresa Priego

En México, ninguna mujer, ninguna niña debe sentirse culpable de denunciar a los torturadores sexuales….”

El 16 de diciembre de 2005, la periodista, escritora y defensora de derechos humanos Lydia Cacho fue víctima de una detención arbitraria cuando salía del Refugio de Alta Seguridad para Mujeres que dirigía en Cancún. Su libro Los demonios del Edén. El poder que protege a la pornografía infantil, fue publicado en 2004. Los judiciales la trasladaron de Quintana Roo a Puebla en un viaje de 20 horas. Tocamientos, insultos, amenazas de muerte. El “castigo” que planearon para ella el empresario Kamel Nacif y el entonces gobernador de Puebla Mario Marín. En las grabaciones de 12 llamadas que salieron a la luz meses después, Nacif y Marín celebraban -entre carajadas- las órdenes que había dado el gobernador para quebrar a Lydia en la cárcel: “Me la pones con las locas y las tortilleras”. “Que aprenda a volver a escribir esta hija de su chingada madre. Catorce años después, Lydia, ¡por fin! Recibió una disculpa pública por parte del Estado mexicano.
Gracias a Lydia y a su valentía, gracias a los testimonios y al coraje de las niñas y niños víctimas de pederastia y de sus familias -a pesar de los intentos de soborno y amenazas de muerte- Succar Kuri fue detenido y sentenciado a 112 años de prisión. Lo denunciaron un grupo de niñas. Los medios cubrieron la noticia. Kuri amenazó a las familias para que retiraran sus denuncias. Fue entonces que solicitaron refugio en el Centro Integral de Atención a las Mujeres (CIAM) Cancún que Lydia dirigía. Cuando salieron, el acoso de Succar contra ellos continuó. A partir de esos meses de escucha de lo insoportable y de esa violencia que parecía inamovible, Lydia decidió realizar una investigación, reunir pruebas, publicar un libro. Succar estaba rodeado de cómplices muy poderosos. Había que detenerlo. Las villas Solymar eran el lugar de encuentro de los pederastas y el de grabaciones de videos que después circulaban en redes de pornografía. 20 años de sembrar el horror impunemente.
En 2007 la Suprema Corte de Justicia de la Nación dio un fallo en el caso de Lydia Cacho: las violaciones a sus derechos humanos “no habían sido graves”. Lydia continuó su camino. Su libro Esclavas del poder es una investigación-denuncia de las redes internacionales de trata. Mientras el gobierno de México miraba hacia otro lado ante su demanda de Disculpa Pública, Lydia investigaba, viajaba, escribía, recibía reconocimientos nacionales e internacionales por su trabajo en defensa de los derechos humanos: Premio Olof Palme, Premio Nicolás Salmerón de Derechos Humanos, Legión de Honor del gobierno francés, Premio Mundial de la Libertad de Prensa UNESCO, el ALBA/Puffin al Activismo en Pro de los Derechos Humanos. Y no paraba de recibir amenazas de muerte.
Ahora, en la mesa en la Secretaría de Gobernación durante el acto de Reconocimiento Público de Responsabilidad del Estado Mexicano y Disculpa Pública: Juan Ramón de la Fuente, representante de México ante las Naciones Unidas; Jesús Peña Palacios, Representante en México de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos; Marcelo Ebrard, Secretario de Relaciones Exteriores; Ana Cristina Ruelas, Directora regional de Artículo 19; Olga Sánchez Cordero, Secretaria de Gobernación; Alejandro Encinas, Subsecretario de Derechos Humanos, Migración y Población de México. El Comité de Derechos Humanos de la ONU había hecho una recomendación al Estado mexicano por las omisiones en las que incurrió en el caso de Lydia considerando que fue objeto de “múltiples violaciones de sus derechos fundamentales”.
El momento solemne del acto, Encinas ofrece las disculpas: “Le ofrezco una disculpa pública por violación a sus Derechos Humanos en el marco del ejercicio de su derecho a la libertad de expresión. Le ofrezco una disculpa pública por la detención arbitraria a la que fue sometida por diversas autoridades del Estado mexicano, derivada de la acusación de los delitos de difamación y calumnia, por parte de la autoridad. Por la utilización de la tortura como instrumento de investigación, intimidación y castigo de que fue objeto por parte de diversos agentes del Estado mexicano durante su detención, así como por la violencia y discriminación que sufrió en razón de su género durante este proceso y una disculpa por la impunidad y corrupción alentada por instituciones de los diferentes órdenes de gobierno que le impidieron acceder de manera pronta y efectiva a su derecho a la verdad y a la justicia”. Fue un momento extraordinario.
Mirar a Lydia cuando toma la palabra en la ceremonia, escucharla con su voz pausada, con esa claridad y ese valor tan suyos. Debo confesar que no podía parar de llorar, recordar esa noche siniestra del 2005 en la que a través de las redes feministas comenzó a circular una alarma: "se llevaron a Lydia Cacho afuera del Refugio de Cancún. No sabemos hacia dónde. Denuncia por todos los medios a tu alcance. Tememos por su vida". ¿En dónde estaba? ¿qué estaría viviendo en manos de una banda de judiciales que le saltaron encima en la oscuridad? Lydia esa noche estaba enferma. Era muy probable que su secuestro fuera consecuencia de la publicación de Los demonios del Edén. ¿O quizá algún hombre enfurecido y violento cuya esposa se hallaba protegida en el CIAM? Catorce años de espera para una mujer que no hizo sino defender -arriesgando su vida- la más justa de las causas: el derecho de las niñas y los niños a su integridad física y emocional.
Como preámbulo a su intervención escuchamos las conversaciones de Kamel Nacif y Mario Marín. Palabras de Lydia: “en México, ninguna mujer, ninguna niña debe sentirse culpable de denunciar a los torturadores sexuales… por todas las niñas que sueñan con caminar libremente sin miedo a ser violentadas, por mis colegas asesinadas y asesinados en el campo de batalla del periodismo, seguimos y seguiremos… por este trozo de planeta en el que Lydia Cacho nació, acepto esta disculpa y exijo que cumplan con todas las víctimas, absolutamente todas a las que hoy represento y a quienes seguiré dando voz”. Un largo aplauso. El discurso de Olga Sánchez Cordero finaliza con un compromiso: “nunca más en esta Secretaría de Gobernación la censura ha de tener cabida”. Para despedirse, Lydia junta sus manos a la altura de su pecho e inclina la cabeza. Namaste.
Namaste, admirada y querida Lydia.

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