Desde que era presidente
electo, Andrés Manuel López Obrador ha venido utilizando un lenguaje
críptico para referirse a las fuerzas armadas. Críptico, no en el
sentido de algo oscuro, secreto o camuflado, sino referido a algo a
plena vista, pero que es de difícil comprensión porque no ha sido
expresado en forma clara y nítida y argumentado con base en datos duros.
Hay algo en el discurso presidencial sobre las fuerzas armadas −y su
participación ahora en una Guardia Nacional bajo mando civil pero que
conservará su perfil castrense−, que impele a creerle pero sin dar
razones para ello; algo así como un dogma de fe.
Lo anterior podría originarse en las malas relaciones del candidato
López Obrador con los antiguos mandos de las fuerzas armadas, y con el
incontrastable poder metaconstitucional y las prerrogativas que éstos
habían venido adquiriendo durante las gestiones de Ernesto Zedillo,
Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña (incluido su activismo
político deliberante y la no rendición de cuentas), en el marco de una
militarización necropolítica (A. Mbembe) de la seguridad pública, que
derivó en una catástrofe humanitaria salpicada de crímenes de lesa
humanidad (casos Aguas Blancas, Acteal, El Charco, niños Almanza, Tec de Monterrey, Tlatlaya, Iguala, Tanhuato, etcétera).
AMLO ha dicho que pretende reconvertir una institución represora en un
Ejército de paz, pero el progresivo desmantelamiento de las estructuras facciosas de ese poder fáctico, vinculado además de manera estrecha y subordinada a la doctrina de contrainsurgencia y las directrices de las fuerzas armadas de Estados Unidos, requerirá, en la transición, de tacto, tiempo y estrategia.
El pregonado cambio de paradigma contenido en el Plan Nacional de Paz
y Seguridad sigue teniendo como pilar de la estrategia a las fuerzas
militares; de allí que sea difícil de entender. Dos medidas que apuntan
hacia un cambio posible en el Ejército, fueron la disolución del
anacrónico Estado Mayor Presidencial y la designación del nuevo
secretario de Defensa, general Luis Crescencio Sandoval, rompiendo con
la estructura sucesoria diseñada por el mando saliente, general Salvador
Cienfuegos.
No obstante, el nombramiento de Sandoval podría haber significado un
mensaje de acercamiento a la administración Trump, ligado incluso con la
presencia en México, la víspera de la toma de esa decisión, del general
Joseph Dundford, presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor del
Pentágono. Sandoval −quien según versiones periodísticas no desmentidas
carga con la responsabilidad, al menos por omisión, en sendas matanzas
de Los Zetas en Piedras Negras y Allende, Coahuila, en 2011 y
2012, cuando el militar era el encargado de la seguridad del Centro de
Readaptación Social (Cereso) de Piedras Negras, usado por el grupo
criminal como centro de exterminio− cuenta con varios cursos de
formación en escuelas del Pentágono, incluidos los de defensa
continental; inteligencia y comando, y medios de comunicación en el
Colegio Interamericano de Defensa, en Washington.
Entre las argumentaciones iniciales para poner a la Guardia Nacional bajo el mando de la Secretaría de Defensa −y tras señalar que las fuerzas armadas, en particular la Marina,
llevaban a cabo operativos que ni siquiera se decidían en nuestro paísporque
[Felipe] Calderón lo permitió y el otro [Peña Nieto] lo mismo[ver
El país saldrá adelante con la obra de la Revolución Mexicana, La Jornada, 30/11/18]−, el actual Presidente dijo haber ponderado el
profesionalismo, la
disciplina, la doctrina
nacionalistay el carácter
popular(
no hay altos mandos vinculados a la oligarquía) del Ejército. Afirmación cuestionable, por lo menos en cuanto al nacionalismo, porque desde 1995, cuando el entonces secretario de Defensa estadunidense, William Perry, abogó en el Campo Militar número 1 por
el tercer vínculo(el militar) entre ambos países, la Sedena adoptó la nueva “doctrina democrática liberal […] de estabilidad nacional”, recetada a los ejércitos del área por el Pentágono, que de la mano de una acelerada militarización de la seguridad pública, perseguía concretar otro viejo anhelo de Washington: la creación (en México y otros países) de una gendarmería o guardia nacional, como vía para desgastar y/o apartar a las instituciones armadas de sus responsabilidades constitucionales: la defensa del territorio y la soberanía nacional.
Dada la asimetría de la relación militar bilateral con EU, de Zedillo
a Calderón, con la imposición de la Iniciativa Mérida en 2007, se
acentuaría la dependencia de las fuerzas armadas mexicanas al Pentágono,
asomando más nítidamente el carácter represor del Ejército y la Marina,
con los resultados conocidos. Al respecto, en su entrevista con La Jornada, por todo comentario López Obrador dijo:
Queremos cooperación para el desarrollo, no cooperación militar.
Cabe consignar que no es totalmente cierta la afirmación del
secretario de Seguridad Pública, Alfonso Durazo, de que el Ejército no
tiene responsabilidad en la estrategia de Calderón, porque el plan
general de
acciones contundentescontra el
enemigo(la delincuencia organizada) fue concebido por la plana mayor de la Sedena, con el general Guillermo Galván a la cabeza, y quedó plasmado en la Directiva para el combate integral al narcotráfico 2007-12. El plan incluyó el
aniquilamientode presuntos criminales.
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