Llama mucho la atención la
persistencia y el aumento del apoyo de la población al esfuerzo del
nuevo gobierno por frenar y revertir la desarticulación y saqueo, desde
dentro y desde fuera, al que fue sometida Pemex, algo padecido con más
intensidad desde el inicio del presente siglo. Ya sea desde las codicias
oligárquico-imperiales durante la racha de corruptelas neoliberales o
de la criminalización de la tecnocracia, que se procedió con su
desarticulación. Esa oligarquía, feliz con la condicionalidad acreedora,
avaló que Pemex retomara con más frecuencia los contratos de riesgo y
que privatizara la petroquímica. Mientras la Secretaría de Hacienda y
Crédito Público, sucursal del FMI, desataba una ofensiva fiscal que
obligó a un acelerado endeudamiento.
Con miras a su privatización desatendieron el mantenimiento de su
vasta infraestructura y de la ampliación necesaria. Además, por si el
paquete destructivo no fuese suficiente, se rompió con su integración
vertical dividiendo a Pemex en segmentos/empresitas en competencia entre
sí, proliferando burocracias en puestos de dirección y subdirección.
Fue una desleal regresión de la gran gesta de ingeniería e
industrialización petrolera realizado desde el sexenio de Lázaro
Cárdenas del Río, que ahora se retoma con miras al fortalecimiento del
interés público nacional.
Retomar el timón energético del país en función de ese interés
público es hoy algo distinto y mucho más urgente y complejo que antaño,
si de proteger a la población y a las siguientes generaciones que
poblarán México se trata. Son nuestros los hijos e hijas, nuestros
nietos que ya están poblando esta querida tierra, en los tiempos en que
se acelera el cambio climático, en realidad, por la ausencia de medidas
vinculantes en lo internacional, vivimos en un colapso climático
antropogénico, que se acelera a alta velocidad. En riesgo, advierte la
ciencia, la biosfera planetaria, nosotros incluidos.
El timón energético es esencial a la cuarta transformación. En estos
días la población mexicana, en su totalidad, está al tanto que nuestra
economía sufre de muy alta dependencia de los combustibles fósiles en
transporte y energía. Es una economía que requiere medidas de emergencia
para su pronta
desfosilización. Así lo aconseja el dato duro proveniente de un consenso del 97 por ciento de la comunidad científica.
Los riesgos del cambio climático, que amenazan la existencia humana,
en estos días están intensificándose. Así quedó de manifiesto en la
magna síntesis de unas 6 mil investigaciones presentadas a la COP 24 de
la ONU. Pocas semanas después los datos derivados de las investigaciones
que se realizan en la Antártida, el bloque mayor de hielo del planeta,
son graves: su pérdida se ha sextuplicado desde los años 1970. Los
resultados alarman a la comunidad científica y a la opinión pública.
Recién publicado en la revista de la Academia Nacional de EU (PNAS), se
indica que
la Antártida a se ha venido derritiendo a un ritmo acelerado durante las pasadas cuatro décadas por efecto del influjo del calentamiento de las aguas del océano.
La información exige acción urgente y reflexión: “ Entre 1979 y 1989,
por el derretimiento, la Antártida perdió 40 mil millones de toneladas
de hielo anuales lanzadas a los océanos. Esa cifra aumentó a 252 mil
millones de toneladas anuales empezando en 2009. Esto significa que la
región está perdiendo seis veces más hielo que hace cuatro décadas, un
ritmo sin precedentes en la era moderna de las mediciones. (Se requieren
360 mil millones de toneladas de hielo para producir un aumento de un
milímetro en el nivel oceánico global.
Las medidas de urgencia que adopta el nuevo gobierno van en la dirección correcta. Entiéndase bien: los
neoliberalesdejaron un país hecho pedazos. Que esa brutal herencia sobre el sector energético se esté dando, es motivo para la acción inmediata, como ahora con la recuperación del timón energético en función del interés público. Sólo desde ahí es factible la transformación acelerada del patrón energético de la nación. El futuro de las generaciones actuales y futuras no debe dejarse en manos de monopolios extranjeros.Seamos empáticos con AMLO. Ahora es más fácil: el jefe del Estado debe garantizar el flujo de gasolina que alimenta unos 44 millones de motores de combustión interna (sin incluir los que consume la generación eléctrica que opera alrededor de 60 por ciento o un poco más, a base de combustibles fósiles.) De haber sido autosuficientes en la materia, ahora los neoliberales nos dejan una dependencia de 80 por ciento. Otro gran desastre. Se necesita una refinería, porque por más de 30 años los gobiernos obedecieron al Tío Sam que decía
America del Norte ya cuenta con suficientes refinerías. Una refinería no basta, pero la situación puede arreglarse. Es desde esa base, sin que un desabasto ahogue a la nación, que se procede al combate al colapso climático. Empezando por energía y transporte.
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